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Palabras 4: La escuela que retiene no incluye


Dos semanas atrás se inició el año lectivo en la provincia. En uno de los actos de apertura que presencié, una mujer a quien desconocía y que había sido introducida como “la máxima autoridad educativa,” dejó al pasar una consideración que curiosamente develaba un discurso que hace tiempo vengo criticando. Al referirse a la escuela ideal, esta máxima autoridad soltó con máxima despreocupación que lo que necesitamos es una escuela “que no excluya sino que incluya; que retenga a los alumnos que ya están y que incorpore a los que se han perdido.” 

Así como quien deja caer un acto fallido (y dudo que lo haya sido), esta máxima persona hilvanó en una misma frase ‘inclusión’ y ‘retención’. Así como quien no puede evitar que el inconsciente desnude sus intenciones más oscuras (¿pero fue el inconsciente?), la verdad detrás de la insistente política de inclusión educativa aparece develada: ‘inclusión’, esta inclusión a toda costa que proponen las políticas educativas de los últimos años, no es otra cosa que ‘retención’. ¿Pero por qué la retención? Mi impresión es que la retención aparece allí donde se admite la imposibilidad de una verdadera inclusión. Vasta observar nuestras escuelas. Se cae de maduro que la casi hercúlea tarea de integración, contención y acompañamiento de tanto alumnado en riesgo de deserción escapa a las limitadas manos de docentes y directivos, sobrepasados por los malabares que les implica desplegar su práctica disciplinaria dentro de un marco de problemáticas sociales para las cuales sus únicas herramientas son la intuición y el agotamiento.

Allí donde la verdadera inclusión (la inclusión sumativa y respetuosa del individuo, la inclusión integradora) fracasa, allí aparece la retención. Retener es detener, es sujetar al individuo a un aula, a una escuela, a un rol de alumno y de sujeto pedagogizado en contra de su voluntad, en contra de su deseo. Y claro, todos los que transitamos las aulas sabemos: el alumno que no desea ser escolarizado sufre, y hace sufrir. El alumno escolarizado a la fuerza no es un sujeto feliz ni será un mejor ciudadano. Es un sujeto sobre el cual la escuela cae con su tumultuoso bagaje de autoridad y represión. No porque quienes integran la escuela lo deseen o lo consideren apropiado, sino porque no saben qué otra cosa hacer. Ni ellos ni la institución están preparados para ‘incluir,’ de modo que lo único que les queda es ‘retener.’ Y sólo se retiene a través de la violencia. Es que retener es en sí un acto de violencia. Y se pide entonces a la escuela que ejerza violencia, justamente sobre aquellos alumnos que se encuentran en una situación de escolarización más precaria. Vaya paradoja. Una más dentro de la paradoja esencial que se esconde tras las políticas de inclusión actuales: son, en realidad, políticas de retención.

Que no se entienda esta moderada invectiva como un ataque contra una política de inclusión e integración real. Mi propósito es tan sólo revisar cómo una concepción intachable e incuestionable desde el discurso puede transformarse en todo lo opuesto a la hora de la práctica. Incluir, integrar, requieren más de lo que las escuelas de hoy en día poseen. Toda presunción contraria no hace sino distorsionar la labor educativa y golpear un poco más a las ya muy magulladas instituciones escolares. Aunque, tal vez, las máximas autoridades educativas vislumbren una realidad distinta, una realidad que este mínimo escribiente, aún después de mucho esfuerzo, no logra percibir.

Retener:
1. Impedir que algo salga, se mueva, se elimine o desaparezca.
4. Interrumpir o dificultar el curso normal de algo.
8. Imponer prisión preventiva, arrestar.
9. Reprimir o contener un sentimiento, deseo, pasión, etc.

[Real Academia Española]

Comments

Some said…
Magnífica entrada Blas, no puedo estar más de acuerdo. ¡Qué significativos son a veces los traspiés semánticos!

Por lo demás es un proceder habitual en las esferas administrativas el coger una fórumla que deba ser mayormente aceptada y celebrada ("que todos los niños vayan a la escuela") y aplicarla de forma mecánica, con escaso o ningún esfuerzo por desarrollarla en profundidad y en todos sus matices, generando así una norma y un funcionamiento que pervierten directamente el espíritu de la iniciativa.

La cuestión, claro está, es que no era ese espíritu lo que realmente interesaba al responsable, o por lo menos no más que la popularidad que lo acompañaba.


Y luego, si me permites, no deja de ser curioso que, por lo menos en este lado del Atlántico, los castigos para las faltas más graves de los alumnos a los que habitualmente se retiene consistan, precisamente, en mandarlos unos días expulsados, fuera de los centros.
Simud said…
Jajaja. Pues esos castigos fructificaron aquí también, hasta que alguien notó la incoherencia (es decir, hasta el inicio de este año). ¿La fantástica solución? En lugar de suspenderlos, a partir de este año se los obligará a cursar doble turno!!!! Es decir: doble retención. Hay algo fantásticamente grotesco en la desesperación (y la resignación) con la que los directivos actúan frente a estos temas. Lo único que queda claro es que la problemática los supera. Y claro, el gran mal, con el que evité meterme en esta entrada, tiene lugar en las aulas, donde la política de 'inclusión' acaba obligando a cercenar las posibilidades de una preparación de mayor calidad a quienes sí desean ser escolarizados. Pero es un tema demasiado complejo para un post rápido como este.

Por cierto, me alegra una vez más que concordemos en nuestra lectura de la realidad. Ahora, a seguir dibujando teteras!!!
Some said…
Tremendo el doble turno también: Convertir, o confirmar, la escolarización en un castigo. Brillante.

La cuestión de la atención a los alumnos con más facilidad para el aprendizaje es ciertamente muy compleja. Tanto que yo mismo no he sacado ningúna conclusión más o menos contundente, más allá de la buena páctica del esfuerzo debido y el sentido común por parte del docente, que por lo demás no son prácticas excesivamente habituales. Creo en una escuela inclusiva, y la creo necesaria, pero no evidentemente en los términos que se plantean. Así y todo, un modelo ideal de la misma seguiría planteando algún problema en relación no tanto a los alumnos con más dificultades, sino también al otro extremo del aula.

O no, siempre que optemos de una vez por todas por reconstruir la escuela, el aprendizaje, desde cero sin temor a modificar completamente estructuras tan tradicionales como la clase permanente, el profesor expositivo y demás. Pero claro, eso creo que no lo veremos ninguno de nosotros. ¿O quizá sí?


No sufras por la tetera, que la tinta progrresa jeje
Simud said…
Es que esa reconfiguración es la única solución. La sociedad se reconfigura vertiginosamente pero la escuela sigue sujeta a los esquemas del siglo XIX. No sé si llegaremos a verla, pero es a esa renovación estructural hacia donde creo que debe apuntar toda reflexión educativa. Seguir dando vueltas sobre las problemáticas del aula tradicional no es más que seguir ideando remiendos para disimular los agujeros de un saco que se desarma irremediablemente.

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