Este cómic merece un buen preámbulo. Conocí a Gastón Martino cuando, en mi calidad de editor de la vieja Exégesis sci-fi, me llegaron las primeras páginas de su novela gráfica 'Allman'. Tuve el raro privilegio de acompañar a este magnífico dibujante a través de las 80 páginas de aquella aventura espacial, revisando capítulos, sugiriendo algún que otro cambio y predicando el ‘correcto’ uso de tildes y demás signos de puntuación. Si hasta tengo aquí a mi lado un ejemplar en papel de aquella aventura, con dedicatoria y todo, que supo atravesar el Atlántico y llegarse hasta la herrumbrosa puerta de mi casa.
Hasta aquí, con Gastón éramos distantes camaradas. Pero sabemos que un guionista que se precie no puede permitirse abandonar a un dibujante así en los callejones de la simple camaradería. Me propuse seducirlo hasta convertirlo en un verdadero colega. No hubo otro objetivo detrás de ‘La mordida de la Cobra.’ No había inspiración, no había historia, no había nada para decir como guionista: tan solo la necesidad de seducir al muchacho de las naves descomunales y las portentosas batallas aéreas. ‘¿Cómo hacerlo?’ me pregunté. Mi raciocinio primitivo me proveyó de una respuesta simple y rotunda: ‘incluyamos naves y batallas aéreas, ¡qué otra cosa!’ A esa básica ecuación se reduce todo: tomé una nave, tomé una batalla aérea, agité el contenido, y obtuve el señuelo perfecto. Gastón, siempre demasiado amable, picó, aunque más no sea para no contrariarme. Para el que se anime a este ejercicio de extorsión intelectual, el resultado saltará a la vista. Nunca una mera carnada tuvo un aspecto tan bellamente fantástico. Hay que reconocer que el muchacho sabe hacer lo suyo. Por eso que los invito a recorrer las cinco páginas que conforman esta vertiginosa aventura hecha de naves y batallas aéreas, y publicada en el último número de Exégesis.
Resta pensar ahora con qué nuevo señuelo arrastraré a este portentoso dibujante por senderos un poco más ambiciosos. ¿Seguiré proponiéndole naves, o lo descolocaré con algo imprevisible? ¿Apelaré a uno de sus amados episodios bélicos o a su pasión por el hard rock? Seguramente no será fácil. Déjeme mascullar el asunto. Cuando se me ocurra algo, les cuento…
Hasta aquí, con Gastón éramos distantes camaradas. Pero sabemos que un guionista que se precie no puede permitirse abandonar a un dibujante así en los callejones de la simple camaradería. Me propuse seducirlo hasta convertirlo en un verdadero colega. No hubo otro objetivo detrás de ‘La mordida de la Cobra.’ No había inspiración, no había historia, no había nada para decir como guionista: tan solo la necesidad de seducir al muchacho de las naves descomunales y las portentosas batallas aéreas. ‘¿Cómo hacerlo?’ me pregunté. Mi raciocinio primitivo me proveyó de una respuesta simple y rotunda: ‘incluyamos naves y batallas aéreas, ¡qué otra cosa!’ A esa básica ecuación se reduce todo: tomé una nave, tomé una batalla aérea, agité el contenido, y obtuve el señuelo perfecto. Gastón, siempre demasiado amable, picó, aunque más no sea para no contrariarme. Para el que se anime a este ejercicio de extorsión intelectual, el resultado saltará a la vista. Nunca una mera carnada tuvo un aspecto tan bellamente fantástico. Hay que reconocer que el muchacho sabe hacer lo suyo. Por eso que los invito a recorrer las cinco páginas que conforman esta vertiginosa aventura hecha de naves y batallas aéreas, y publicada en el último número de Exégesis.
Resta pensar ahora con qué nuevo señuelo arrastraré a este portentoso dibujante por senderos un poco más ambiciosos. ¿Seguiré proponiéndole naves, o lo descolocaré con algo imprevisible? ¿Apelaré a uno de sus amados episodios bélicos o a su pasión por el hard rock? Seguramente no será fácil. Déjeme mascullar el asunto. Cuando se me ocurra algo, les cuento…
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