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Flan y macrismo, el sentido del sinsentido

La metáfora de Alfredo Casero era clara. Si se nos quemó la casa, no podemos pedir flan; ergo, si el país está en crisis, no podemos pedir más salario -ni presupuesto educativo, ni jubilaciones, ni medicamentos. Pedir lo imposible es de niños caprichosos. Por lo tanto, el ‘flan’ representaba en la metáfora de Casero el capricho de los opositores; o lo que es lo mismo, de los kirchneristas. Pasaremos por alto que este capricho toma el lugar -nada menos- que de los derechos vulnerados por las políticas macristas. Tampoco nos detendremos como bien hizo Paco Olveira, en la realidad de los barrios donde lo que falta no es flan, sino pan y leche. La metáfora de Casero en su sentido original (el ‘flan’ como símbolo del capricho kirchnerista) es apenas el punto de partida para recorrer alguno de los mecanismos discursivos de la comunicación oficialista. El punto de llegada será aún menos consistente que el controvertido símbolo caseriano.

Del 'flan' al 'flan': el vaciamiento de sentido

Menos de 24 horas después de la expresión de Casero, el presidente Macri se fotografió –justamente- comiendo un flan. La metáfora comenzaba a diluirse en manos de la maquinaria comunicacional de Cambiemos. Aquel flan sobre la mesa del primer mandatario ya no podía representar un ‘capricho’, como en la metáfora original. Comerse un capricho no parece muy sensato. Nadie ha puesto en duda que se trató, en cambio, de un gesto de desaire dirigido a su principal antagonista político. En la más plausible de las interpretaciones, el flan de Macri representa a esta misma oposición caprichosa a la cual aludía indirectamente la metáfora original: al kirchnerismo.

Debieron pasar algunos días antes de que un inspirado Esteban Bullrich volviera a recurrir a la imagen del flan, esta vez para referirse al gobierno anterior: "Las causas no avanzaron porque repartieron flan. Flan para el juez, para el fiscal, flan para el periodista militante, y flan para callar a los que denunciábamos la corrupción. Y cuando no te gustaba el flan te agarraban del cogote."

En un alarde de esquizofrenia semántica, el ex ministro de Educación otorgó a la metáfora ‘flan’ los múltiples sentidos de ‘coima’ (primero), ‘amenaza’ (después), y… ¿‘coacción’? (por último). Más allá del prodigio retórico, algo comenzaba a quedar claro: la metáfora caseriana terminaba por estallar en mil pedazos. Todo lo que quedaba de ella era su invitación a pensar negativamente al kirchnerismo. Flan = capricho/coima/amenaza/¿coacción? = kirchnerismo. Sobre este campo de significaciones múltiples se plantaron luego los diputados y senadores que corearon “Queremos flan” previo a la foto de familia con el presidente; o la pancarta del 21A, que razonaba: “¡Quiero flan! La grieta no es ideológica, es de valores”.

El vaciamiento de sentido es un recurso conocido por Cambiemos. La pobreza, la inflación, la corrupción, el diálogo, la democracia, el empleo, la crisis, la esperanza, y hasta la verdad (en definitiva, la palabra institucional en todas sus variantes) se han ido vaciando de sentido en boca del presidente y sus ministros. Mauricio Macri pasó de prometer “pobreza cero” a sincerar que “es obvio que la pobreza cero no puede alcanzarse en cuatro años”; y luego a precisar: “Hacen falta 20 años para sacar a los argentinos de la pobreza”. Más recientemente, tras asegurar que “cada vez más argentinos están saliendo de la pobreza”, acabó por reconocer que “lamentablemente… la inflación es la mayor generadora de pobreza”.

El vaciamiento de la palabra oficial se acentúa cuando los campos semánticos y la realidad se entrecruzan. El presidente puede asegurar que “un pilar clave para resolver la pobreza es la educación” tres meses después de eliminar la paritaria nacional docente, y tres antes de rubricar la reducción del presupuesto universitario. En este botón de muestra, ni el discurso sobre la pobreza, ni el discurso sobre la educación, ni la coherencia entre lo dicho y lo hecho quedan en pie. La palabra del gobierno no solo niega la realidad, sino que se niega a sí misma hasta que su sentido se diluye y desaparece.

Oír una conferencia de prensa de Macri puede resultar sustancioso para el analista del discurso preocupado por desentrañar las ideas-fuerza de la comunicación oficial. Pero a falta de un significado claro, de un sentido constante y coherente, la palabra presidencial deviene árido desierto para quien va en busca de sustancia política y conceptual. Desde su primera apertura de sesiones en el Senado, Macri dejó en claro que habla, pero que no dice:  “Dialogar con el Reino Unido no implica renunciar a nuestro reclamo por la soberanía de las Islas Malvinas”, aseguró. Tres días después, la Secretaría de Asuntos Relativos a las Islas era degradada a subsecretaría; un mes más tarde, la misma era desmantelada por completo; y seis meses después, un comunicado conjunto con la cancillería del Reino Unido retrotraía el reclamo soberano a la situación jurídica de 1989. No es casual entonces que nadie que desee comprender lo que ocurre en la política argentina busque las respuestas en la palabra oficial.

El flan neoliberal

Esta degradación de la narrativa política no es casual. El vaciamiento de sentido aparece como una de las condiciones para la imposición de políticas neoliberales en un entorno altamente politizado como la Argentina. Un universo cargado de sentidos es un universo hecho de miradas, puntos de vista, horizontes, argumentos, representaciones contrapuestas y oposiciones. El universo de sentidos saqueados que propone el macrismo permite contruir un devenir sin memoria ni horizonte, un estado de cosas que no está dado desafiar ni cuestionar. Al vaciar de sentido al discurso político, las políticas neoliberales aparecen ya no como un camino posible, sino como el camino inevitable. El presidente apuesta a esta mirada: “Les pido a los dirigentes que en vez de plantear soluciones mágicas frente a las adversidades, en vez de pedir cosas que están fuera de nuestro alcance, cada uno diga desde su lugar qué va a hacer para ayudarnos a recorrer este camino… porque este es el camino”.

La sentencia del presidente es posible porque se articula sobre un campo de sentido arrasado. Los proyectos opositores devienen “soluciones mágicas”; las políticas alternativas, “cosas que están fuera de nuestro alcance”; y el proyecto neoliberal, “el camino”. Solo en un entorno donde la palabra ha perdido su sustancia, en un entorno vaciado de opciones -y de oposiciones-, puede el presidente requerir la ayuda de los dirigentes todos, y al mismo tiempo rechazar como inviables los caminos alternativos al de la crisis.

Tras el vaciamiento discursivo, lo que queda es el no-discurso, una máscara deslucida tras la cual se cuela el discurso único neoliberal. El gobierno apuesta a que la política deje de ejercer su necesario rol en el plano narrativo para quedar reducida al plano de las relaciones de poder, donde el capital financiero no tiene contendiente de su talla.

El flan emocional

Los efectos del vaciamiento discursivo no se agotan aquí. Los sacerdotes de la comunicación macrista entendieron desde el comienzo que allí donde el sentido retrocede, aflora la emoción. No es casual que en manos de los comunicadores del gobierno la metáfora de Casero perdiera velozmente su significado original –el cual, todavía, obligaba a reflexionar sobre políticas económicas, desigualdades sociales y crisis de gobierno. En su lugar, los asesores comunicacionales de Cambiemos se apresuraron a transformar el ‘flan’ en un gesto de rechazo anti-K para usos múltiples. La reflexión tambaleante -pero todavía política- de Casero, devino emoción exaltada.

El rechazo y el odio, sin embargo, no son las únicas emociones habilitadas por el dispositivo de comunicación oficialista. El apoyo estratégicamente distante del aparato mediático promueve la consolidación de otras dos emociones políticamente relevantes: la resignación y el desapego. Los medios oficialistas accionan a través de una compleja operación retórica repetida hasta el cansancio. Esta consiste en reprochar al gobierno por sus decisiones políticas, para luego atribuir al kirchnerismo la responsabilidad última por la situación general que obliga al gobierno a actuar como actúa. El artificio permite resguardar al proyecto económico neoliberal al tiempo que construye la imagen del gobierno macrista como un ‘mal menor’.

Ajustándose a este guión, Eduardo Van der Kooy mostró preocupación durante el inicio de la crisis apuntando que “la delicada tormenta económico-financiera que cubre a la Argentina” había puesto al descubierto “la elevadísima vulnerabilidad estructural de nuestro país”. Lejos de atribuir esta vulnerabilidad a las políticas económicas del macrismo, el columnista aclaró que la responsabilidad del gobierno consistía en no haber dado a conocer “de modo fehaciente” la grave realidad del país “que Cambiemos heredó de la década kirchnerista”. Argumentos como este saben tomar distancia de las políticas macristas para acabar presentándolas como inevitables.

Todo conduce a suplantar el debate político por un puñado de reacciones emocionales. El odio y el rechazo hacia la alternativa opositora se presentan como reacciones afectivas activas, capaces de movilizar la acción directa en las calles o en las redes. Estas emociones consolidan el núcleo duro de Cambiemos. El desapego y la resignación, por su parte, actúan como reacciones afectivas pasivas, que distancian de la práctica política. A ellas apuesta la comunicación oficialista cuando de votantes desencantados se trata. El proyecto neoliberal macrista se nutre de la apatía o la irritación, pero nunca de la reflexión y el debate.

Ya no se puede

Ciertamente, ni la complejidad ni el alcance mediático del aparato comunicacional de Cambiemos aseguran su éxito. Así como el ‘flan’ de Casero permite visualizar a este aparato en acción; bien contextualizado, su utilización por los referentes macristas desnuda la fragilidad en que se encuentra la estrategia comunicacional del gobierno. Después de todo, el ‘Queremos flan’ de senadores y diputados oficialistas tomó -nada menos- que el lugar del ‘Sí, se puede’. El rechazo anti-K se vio obligado a ejercer el rol antes reservado a la esperanza –una esperanza todavía activa en octubre de 2017.

Así leído, el ‘flan’ se integra en el discurso oficialista como un gesto desesperado para cubrir simbólicamente el vacío significante dejado por la crisis económica. El ‘Sí, se puede’ se ha vuelto inarticulable; el ‘flan’ indica su final. Todo lo que resta al oficialismo parece ser refugiarse en el odio y el rechazo.

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