A raíz de mis últimos apuntes sobre Jorge Alemán he redescubierto viejas anotaciones con las que ya venía discutiendo artículos suyos en el pasado. Al parecer, es costumbre encontrarme disintiendo con el autor. Aquí va la segunda de tres refutaciones que llevo escritas de sus propuestas. Lamento tener que disentir tan hondamente con uno de los pocos autores que suelen proponer debates que salen de los núcleos académicos. En este caso, la diferencia surge a partir de la lectura que Alemán hace del populismo y de su revisión de Laclau. Su argumento es básicamente el siguiente:
“Mi posición es que el populismo es siempre posmarxista y que se contrapone a los aspectos esencialistas de algunas lecturas marxistas leninistas con respecto al sujeto histórico. Las condiciones formales de la heterogeneidad, la diferencia, la dislocación, la frontera antagónica… sólo existen en el interior de una lógica emancipatoria de nuevo cuño, que asuma de entrada el carácter no objetivable ni totalizable de la realidad. En otros términos, se trata de una emancipación siempre inconclusa, abierta y que siempre debe recomenzar… Por esta razón, considero que el Populismo no tiene nada en común ni con el fascismo, ni con las técnicas retóricas de las demagogias, en la medida en que son recursos que, de un modo u otro, se sostienen en la conquista de una identidad sin fallas, sin brecha ni agujero, amenazada por las ‘impurezas o excesos de lo extranjero’.”
Alemán concluye así que “el verdadero populismo sólo puede ser de izquierda”, por lo cual no hay que “regalarle a la derecha y a la socialdemocracia neoliberal la equivalencia que lleva a poner a Trump, Podemos, Le Pen o al peronismo en el mismo lugar homogéneo.”
Mi percepción es que Alemán cae en un error al equiparar el populismo como mecanismo (la estrategia política, si se quiere) al populismo como producto (la experiencia política concreta). Alemán parece confundir la herramienta formal con el objeto de análisis. Es cierto que la racionalidad populista que describe el modelo de Laclau es abierta e inconclusa, pero las experiencias populistas individuales no lo son en su narrativa, ni podrían serlo. Por su propia lógica, el populismo construye ficciones transitorias de totalidad que solo pueden encausarse en dos direcciones posibles: la continua reconfiguración y readaptación frente a un entorno hostil, o la fosilización e institucionalización hegemónica.
Considero que en lugar de buscar expropiar el término para la izquierda, lo más adecuado sería pensar el populismo en su sentido estricto, limpiándolo de toda valoración ética o moral. El populismo en Laclau es equivalente a ‘momento político’ (el populismo es la política -la política tout court, dirá el autor), y dado que la política puede ser de izquierda o de derecha, no hay nada que impida al populismo transitar uno u otro sendero político. De aquí que en lugar de renegar del término populista, deberíamos aprender qué describe este término y acabar con los lugares comunes de su uso estigmatizante.
Trump es populista porque propone una ficción totalizadora de derecha (y por lo tanto enemiga de las minorías débiles -los extranjeros, los musulmanes). Podemos es populista porque propone una ficción totalizadora de izquierda (y por lo tanto enemiga de las minorías poderosas -los capitalistas, las castas políticas tradicionales). El retroceso de los proyectos populistas, que suele darse en las democracias occidentales durante períodos de estabilidad y equilibrio, es señal de que una entre distintas ficciones totalizadoras ha triunfado (siempre con sus enemigos y sus excluidos), y que se ha consolidado hasta convertirse en el sentido común de la política local.
En definitiva, podrá haber más o menos populismo, de uno u otro color político, pero lo que nunca dejará de haber son ficciones totalizadoras. Lo relevante en este punto, que es aquello sobre lo que deberían volcar su atención los proyectos emancipadores que pelean el sentido común de los tiempos venideros, es quiénes son los fuertes y los débiles de cada proyecto, quiénes los incluidos y quiénes los excluidos. Olvidémonos de calificar al populismo; ni para bien ni para mal. No hay nada intrínsecamente bueno en una potencial ausencia de populismo (como no sea, quizá, la mayor predictibilidad del sistema), del mismo modo que no hay nada intrínsecamente malo en el populismo (como no sea, para algunos, la certeza de que siempre que hay populismo, hay riesgo de transformación y cambio).
“Mi posición es que el populismo es siempre posmarxista y que se contrapone a los aspectos esencialistas de algunas lecturas marxistas leninistas con respecto al sujeto histórico. Las condiciones formales de la heterogeneidad, la diferencia, la dislocación, la frontera antagónica… sólo existen en el interior de una lógica emancipatoria de nuevo cuño, que asuma de entrada el carácter no objetivable ni totalizable de la realidad. En otros términos, se trata de una emancipación siempre inconclusa, abierta y que siempre debe recomenzar… Por esta razón, considero que el Populismo no tiene nada en común ni con el fascismo, ni con las técnicas retóricas de las demagogias, en la medida en que son recursos que, de un modo u otro, se sostienen en la conquista de una identidad sin fallas, sin brecha ni agujero, amenazada por las ‘impurezas o excesos de lo extranjero’.”
Alemán concluye así que “el verdadero populismo sólo puede ser de izquierda”, por lo cual no hay que “regalarle a la derecha y a la socialdemocracia neoliberal la equivalencia que lleva a poner a Trump, Podemos, Le Pen o al peronismo en el mismo lugar homogéneo.”
Mi percepción es que Alemán cae en un error al equiparar el populismo como mecanismo (la estrategia política, si se quiere) al populismo como producto (la experiencia política concreta). Alemán parece confundir la herramienta formal con el objeto de análisis. Es cierto que la racionalidad populista que describe el modelo de Laclau es abierta e inconclusa, pero las experiencias populistas individuales no lo son en su narrativa, ni podrían serlo. Por su propia lógica, el populismo construye ficciones transitorias de totalidad que solo pueden encausarse en dos direcciones posibles: la continua reconfiguración y readaptación frente a un entorno hostil, o la fosilización e institucionalización hegemónica.
Considero que en lugar de buscar expropiar el término para la izquierda, lo más adecuado sería pensar el populismo en su sentido estricto, limpiándolo de toda valoración ética o moral. El populismo en Laclau es equivalente a ‘momento político’ (el populismo es la política -la política tout court, dirá el autor), y dado que la política puede ser de izquierda o de derecha, no hay nada que impida al populismo transitar uno u otro sendero político. De aquí que en lugar de renegar del término populista, deberíamos aprender qué describe este término y acabar con los lugares comunes de su uso estigmatizante.
Trump es populista porque propone una ficción totalizadora de derecha (y por lo tanto enemiga de las minorías débiles -los extranjeros, los musulmanes). Podemos es populista porque propone una ficción totalizadora de izquierda (y por lo tanto enemiga de las minorías poderosas -los capitalistas, las castas políticas tradicionales). El retroceso de los proyectos populistas, que suele darse en las democracias occidentales durante períodos de estabilidad y equilibrio, es señal de que una entre distintas ficciones totalizadoras ha triunfado (siempre con sus enemigos y sus excluidos), y que se ha consolidado hasta convertirse en el sentido común de la política local.
En definitiva, podrá haber más o menos populismo, de uno u otro color político, pero lo que nunca dejará de haber son ficciones totalizadoras. Lo relevante en este punto, que es aquello sobre lo que deberían volcar su atención los proyectos emancipadores que pelean el sentido común de los tiempos venideros, es quiénes son los fuertes y los débiles de cada proyecto, quiénes los incluidos y quiénes los excluidos. Olvidémonos de calificar al populismo; ni para bien ni para mal. No hay nada intrínsecamente bueno en una potencial ausencia de populismo (como no sea, quizá, la mayor predictibilidad del sistema), del mismo modo que no hay nada intrínsecamente malo en el populismo (como no sea, para algunos, la certeza de que siempre que hay populismo, hay riesgo de transformación y cambio).
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