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El regreso de los fascismos transacionales

A raíz de la llegada de Jair Bolsonaro a la presidencia de Brasil, y en diálogo con un muy clarificador artículo de Atilio Borón en Página 12, me pareció oportuno compartir -sin cambio alguno- la que fuera mi editorial del 10 de agosto para nuestro programa radial Esa te la Debo:

Permítanme una disquisición un poco más histórica antes de llegar a Bolsonaro y al resultado electoral en Brasil. Aunque la academia delinea algunas diferencias teóricas entre fascismos, totalitarismos y autoritarismos, me parece que es posible trabajar sobre un punto de coincidencia entre lo que usualmente llamamos fascismos en el debate político cotidiano -ya se trate de los fascismos totalitarios de la primera parte del siglo XX, o las dictaduras neoliberales de fin de siglo.

Partiendo de esta coincidencia, podemos decir que los fascismos han sido, históricamente, las válvulas de contención del capitalismo en momentos en que las crisis naturales del sistema hacían imposible detener, por medios institucionales, el avance de las propuestas populares, de las propuestas contra-capitalistas (que no es lo mismo que anti-capitalistas), propuestas que por lo menos ponen en cuestión la concentración de la riqueza en pocas manos.

Durante la primera mitad del siglo XX, los fascismos fueron nacionales, defendían los intereses de las burguesías de cada país. Así fue en Alemania, en Italia, en España. En la segunda mitad del siglo XX, los fascismos empezaron a internacionalizarse, porque el capital se había internacionalizado. Las corporaciones ya no eran nacionales, sino transnacionales, y la protección de sus ganancias ya no podía hacerse solo a través de mecanismos internos. Estas corporaciones recurrieron a los países centrales para condicionar a los gobiernos periféricos, o impulsar dictaduras cada vez que algún proyecto contracapitalista llegaba al gobierno o amenazaba con hacerlo.

Así fue en América Latina a partir de los años 70. Hubo dictaduras apoyadas por los Estados Unidos en Chile, Argentina, Brasil, Uruguay, Paraguay… y la lista sigue. Lo mismo pasó en África, lo mismo en Medio Oriente. Al día de hoy, los EEUU apoya a 36 gobiernos que, desde los propios EEUU, son considerados dictaduras.

Podemos decir que en los últimos cien años, cada vez que las promesas del capitalismo se debilitaron, cada vez que movimientos contracapitalistas se acercaron al gobierno, la reacción del capital y de los países centrales fue siempre el apoyo a regímenes fascistas y dictatoriales. Sin embargo, estos gobiernos también encontraron el apoyo de una importante porción de la población. Los regímenes fascistas siempre llegan con la promesa de orden. Proponen ordenar un país desordenado, sin explicar que el desorden preexistente es el producto de la propia dinámica del capital, que genera desigualdades, malestares, reacciones y confrontaciones. El orden que vienen a imponer los fascismos supone fijar las desigualdades, acallar los malestares, contener las reacciones y suprimir las confrontaciones, para así, volver a habilitar un nuevo ciclo de acumulación del capital. El orden se paga con vidas, con libertades y con derechos perdidos.

Este es el contexto en el que debemos leer lo que está ocurriendo en Brasil. Con Lula y con Dilma, Brasil llegó a ser la sexta economía mundial. La sexta. Desde 2008, al unirse con Rusia, China y la India en los BRIC (que luego incluiría a Sudáfrica), Brasil pasó a formar parte de una alternativa económica a la centralidad de los EEUU y Europa. Los EEUU no podían aceptar un eje contracapitalista de proyección internacional en el corazón de su continente. Por eso se nombró como embajadora de los EEUU en Brasil a Liliana Ayalde, la misma que había coordinado el golpe parlamentario que destituyó a Lugo en Paraguay –algo que conocemos bien a través de los Wikileaks. En 2016, Dilma era destituida por un mecanismo casi idéntico. Durante los dos años que siguieron, Michelle Temer se encargó de destrozar la economía brasileña y el sistema judicial se encargó de destrozar la credibilidad de la política y del empresariado brasileño (atentos a esto último). El escenario se estaba preparando ya para la privatización de las grandes empresas brasileñas y el desembarco de las corporaciones transnacionales con centro en los EEUU. Es justamente lo que propone Jair Bolsonaro a nivel económico.

Muchos analistas aseguran que la crisis brasileña es política. En realidad, es el capitalismo lo que está en crisis en Brasil. Y como el capitalismo está en crisis, lo que se fortaleció fue el contracapitalismo de Lula. Recordémoslo: Lula llegó a tener 39% de intención de votos. Por eso lo proscribieron, por eso lo encarcelaron -con una sentencia sin pruebas escrita por un juez entrenado por el Departamento de Estado de los EEUU. Este mismo juez, este año, se convirtió en estrella de ficción con la película ‘La ley es igual para todos’ y con la serie ‘El mecanismo’. En estos productos audiovisuales, los héroes, sin embargo, son las fuerzas de seguridad, que se presentan como el verdadero contrapeso contra la corrupción.

Sobre esta crisis y sobre este imaginario se planta el avance de Jair Bolsonaro en las elecciones de ayer, apoyado por las fuerzas de seguridad y por el ejército; apoyado a su vez por las iglesias pentecostales que predican el orden, la autoridad y la resignación; apoyado por la Casa Blanca, que le prestó nada menos que a Steve Bannon, el asesor de campaña de Trump; y apoyado por una fuerte campaña de desinformación en las redes -la misma estrategia que consolidó el voto duro del presidente estadounidense.

Brasil va camino a un régimen fascista promovido desde los EEUU para generar un nuevo ciclo de acumulación capitalista coptando los recursos y las empresas brasileñas a través de transnacionales estadounidenses y terminando de obturar el desarrollo de Brasil como contrapeso económico autónomo en el continente.

Para nosotros, lo más preocupante es que en Brasil vemos la misma matriz política, institucional y cultural que se intenta desplegar en la Argentina: destrucción del empresariado nacional (pensemos en las fotocopias de los cuadernos), persecución de proyectos contracapitalistas (pensemos en las prisiones políticas a líderes opositores), y gradual militarización de la seguridad interna (recuerden que este gobierno tomó dinero del presupuesto de educación para ponerlo en seguridad).

No nos estamos enfrentando solo contra Macri y su gobierno de CEOs. Estamos enfrentándonos a algo que es mucho más grande, y más peligroso. Si había alguna duda, ya se está oliendo en Brasil.

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