P odría decirse que vivir en pareja es una forma de compartir soledades. Esta certeza algo existencialista no exime a la vida compartida de sus bellezas, entre ellas, la sospecha de que es el único modo de llegar a conocer y comprender de verdad a alguien que no somos nosotros (suponiendo que algo así como comprendernos a nosotros mismos sea posible). Es cierto que no suelo escribir sobre temas personales, pero hoy que se cumplen doce años de haber firmado un contrato matrimonial a la antigua (es decir, sin cláusula de división de bienes), se me ha dado por reflexionar sobre el tema. Seguramente no me cuento entre las personas que se entusiasman con estas cosas, pero es una costumbre en nuestra cultura valorar y conmemorar aniversarios. Y puestos a esto, no pude evitar recordar que en cuatro meses se cumplirán veinte años desde que conocí a Flavia, y veinte años son una cantidad tal que sí ameritan un poco de atención. Admito que suena desafectado, y seguramente lo es; pero es mi costu