D iscúlpeseme la intromisión en un terreno que no me pertenece. No soy más que un neófito en esto del fútbol. Terreno, si los hay, en el que no faltan los expertos ni los que claman serlo. Lo mío es tan reciente que aún no me quito los pañales por miedo a mandarme alguna cagada. Pero no por nuevo habré de dejar de intentar algunos balbuceos. Y hoy siento que es menester que diga lo que siento, con el respeto –faltaba más- que me merecen los futboleros de viejo cuño. El fútbol ha sido para mí, durante buena parte de mi existencia (una existencia que comienza a trazar ya, sin remedio, su curva descendente) poco más que aquella definición borgeana que lo asumía como una mera corrida de multitudes tras una infame pelota. Hubo, en su momento –algunos años atrás- un atisbo de comprensión que me alejó de aquel retrato básico y desacertado. Por aquel entonces supe intuir que el afamado balompié se regía por esquemas de juego, estructuras posicionales y relaciones dinámicas. Esta tenue luz de ...