N o debería sorprendernos el retorno de la variable militar en los golpes de Estado de la región. Tampoco debería inundarnos de desasociego. El golpe que acaba de darse en Bolivia es, de hecho, un golpe frágil, apresurado, que deja a los responsables más cerca de la precariedad que de la fortaleza. Es cierto, duele que la renuncia venga de labios del primer presidente indígena del continente, de quien más hizo por Bolivia desde su creación como Estado autónomo. Evo dejó el poder denunciando un golpe "cívico, político y policial". Por motivos que desconocemos, dejó sin articular el componente militar, aunque la "sugerencia" inequívoca del jefe del ejército al pedir su renuncia se sintió como la clara reactualización de un pasado que se soñaba superado. Sabíamos, eso sí, que lo que se soñaba no era más que eso, un sueño. Mal acostumbrados a los golpes parlamentarios de la última década, la ecuación militar en latinoamérica parecía, si no descartada, por lo menos lejan