Dando vueltas a mi alrededor, los reporteros preguntaban a los soldados sus opiniones sobre la guerra, el ejército, o incluso políticas tan controversiales como la ‘Don’t Ask, Don’t Tell’ (No preguntes, no cuentes). Los reporteros leían los mensajes que recibía el general y lo oían tomar decisiones. Estaban en contacto con material clasificado y se les confiaba el no darlo a la luz. Salían de patrullaje con tenientes de 24 años que a menudo debía tomar decisiones de vida o muerte y eran libres de reportar cualquier cosa que vieran. Siempre me asombró aquello (como la escena en El Mago de Oz, cuando todo pasa del blanco y negro al color). Nada de esto preocupaba al ejército. ¿Por qué? Porque sus oficiales sabían perfectamente que para los reporteros aquel proceso era -sin escatimar palabras- seductor. El mundo, parece ser, se divide en dos grupos, aquellos que sirvieron al ejército, y aquellos que no. Para lo pocos reporteros que han servido al ejército, aquello no sería otra cosa