Conocí a Gastón Martino, dibujante de este cómic, cuando, en calidad de editor de Revista Exégesis, me llegaron las primeras páginas de su novela gráfica Allman. Tuve el raro privilegio de acompañar a este magnífico dibujante a través de las 80 páginas de aquella aventura espacial, revisando capítulos, sugiriendo algún que otro cambio y predicando el ‘correcto’ uso de tildes y demás signos de puntuación. Si hasta tengo aquí a mi lado un ejemplar en papel de aquella aventura, con dedicatoria y todo, que supo atravesar el Atlántico y llegarse hasta la herrumbrosa puerta de mi casa.
Hasta aquí, con Gastón éramos distantes camaradas. Pero sabemos que un guionista que se precie no puede permitirse abandonar a un dibujante así en los callejones de la simple camaradería. Corría 2014. Me propuse seducirlo hasta convertirlo en un verdadero colega. No hubo otro objetivo detrás de ‘La mordida de la Cobra.’ No había inspiración, no había historia, no había para decir como guionista: tan solo la necesidad de seducir al muchacho de las naves descomunales y las portentosas batallas aéreas. ‘¿Cómo hacerlo?’ me pregunté. Mi raciocinio primitivo me proveyó de una respuesta simple y rotunda: ‘incluyamos naves y batallas aéreas, ¡qué otra cosa!’ A esa básica ecuación se reduce todo: tomé una nave, tomé una batalla aérea, agité el contenido, y obtuve el señuelo perfecto. Gastón, siempre demasiado amable, picó, aunque más no sea para no contrariarme. El resultado salta a la vista. Nunca una mera carnada tuvo un aspecto tan apabullantemente fantástico. Hay que reconocer que el muchacho sabe hacer lo suyo. Así que los invito a recorrer las cinco páginas que conforman esta vertiginosa aventura hecha de naves y batallas aéreas.
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