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Discapacidad, democracia radical e identidad de clase

Los casos aislados cumplen pobremente con el objetivo de describir una realidad compleja, pero no por ello dejan de presentar una oportunidad para abordar, siquiera tentativamente, aspectos estructurales que suelen pasar desapercibidos en la vorágine del día a día de la política liberal.

Luego de que el gobierno de Mauricio Macri intentara retirar 170 mil pensiones para discapacitados en febrero, hoy vuelve a suspender otras tantas, al tiempo que pone en riesgo derechos y programas para discapacitados y amenaza la continuidad del histórico Cottolengo Don Orione. La nueva avanzada sobre el sector de los discapacitados, conducida por un gobierno que tiene entre sus cabezas visibles a dos personas con movilidad reducida, como Gabriela Michetti y Jorge Triaca Jr., sirve para reflexionar acerca de la constitución de las identidades político-sectoriales en el capitalismo avanzado, acerca de su carácter fluido y de cómo este impacta en una lectura de lucha de clases.

Antes de desarrollar el caso puntual expresado por esta avanzada de Cambiemos sobre las personas con discapacidad, conviene elaborar un poco el marco teórico que nos permitirá analizarlo:

El marco: Los límites de la democracia radical

Con su propuesta de una ‘democracia radical’, Laclau y Mouffe han puesto en cuestión –ya hace tiempo- la estrategia de lucha de clases de tradición marxista. Partiendo de una concepción no determinista de las subjetividades políticas, los autores comprenden que la constitución identitaria escapa a los condicionantes del sustrato económico. Lejos de la simpleza binaria del antagonismo de clase, los individuos se encuentran constituidos por diferentes “posiciones de sujeto”. Al transitar distintos ámbitos sectoriales y ocupar diversas posiciones subjetivas, los agentes sociales se ven atravesados por una pluralidad de imaginarios, de demandas e intereses, muchas veces contradictorios o incongruentes entre sí. Las diferencias de base económica son una entre tantas identificaciones sectoriales posibles. Esta naturaleza fluida y contradictoria de las identidades explica el apoyo circunstancial de diversos sectores sociales a proyectos políticos diseñados para avanzar sobre sus derechos y reducir su bienestar económico.

Cuando un eje identitario no se deriva de la esfera de las relaciones de producción, se derivará en cambio de otras esferas de la vida social, desplazando las demandas materiales o de clase a un plano secundario. Así, una identidad articulada sobre un fuerte eje antiperonista -o racista, o liberal- puede explicar que un trabajador asalariado, víctima directa de las políticas neoliberales, asegure: “Prefiero estar mal con Macri que volver con Cristina”.

En una sociedad plural, caracterizada por múltiples y complejas identidades político-sectoriales, las acciones emancipatorias pueden avanzar a través de luchas sectoriales aisladas, o mediante la articulación coordinada de distintas luchas democratizadoras. En esto consiste la propuesta de ‘democracia radical’ de Laclau y Mouffe. La unificación de esta pluralidad de demandas e identidades divergentes solo puede ser discursiva. La síntesis político-identitaria que permite aunarlas se da a través de “significantes vacíos” (el concepto es de Laclau, pero elabora la noción de "equivalencia democrática" desarrollada en conjunto con Mouffe). El rol de significante vacío puede ser cumplido por líderes, fuerzas políticas, eslóganes, principios trascendentales... En su ambigüedad referencial, los significantes vacíos habilitan la articulación de demandas sectoriales y la construcción de una nueva ‘identidad en la diferencia’.

El modelo de Laclau y Mouffe ha permitido explicar las conquistas de derechos al interior de las democracias burguesas con fuerte tradición institucional; ha logrado dar cuenta de la construcción de consenso en contextos de institucionalidad más precaria, como la última oleada populista en Latinoamérica; lo mismo que en períodos de crisis de institucionalidad como el que hoy enfrentan Europa y los Estados Unidos. En tanto estrategia emancipadora, sin embargo, la democracia radical encuentra un límite en la misma fluidez y fragilidad que resulta de las identificaciones construidas sobre significantes vacíos. En los hechos, estas identificaciones conducen a la construcción de mayorías fragmentarias y a consensos de corta duración. El resultado es la alternancia entre procesos de ampliación y de reducción de derechos dentro de un marco de producción capitalista cuya tendencia estructural a la desigualdad y a la concentración de la riqueza permanece intacta.

Sin negar el potencial descriptivo que ofrece una concepción actualizada de las identidades como construcciones múltiples y variables, una crítica marxista al marco teórico de los autores podría partir de diferenciar entre identificaciones primarias y secundarias. Las identificaciones primarias, que serían aquellas cuyo eco resuena en la base de producción material, son las únicas que permiten articular transformaciones profundas en la estructura de desigualdades del capitalismo. No parece posible ampliar derechos que devengan bienestar estable y trasversal a todas las capas sociales a menos que se actúe sobre la base estructural de las relaciones de producción. Las experiencias históricas parecen demostrar que no es avanzando sobre derechos ciudadanos en un sentido genérico, sino sobre derechos de clase, que se trastoca la tendencia a la desigualdad y a la reducción de derechos del sistema capitalista. Para esto es necesario reafirmar y poner en tensión las identidades primarias, que no son otra cosa que las identidades de clase. La larga resistencia obrera que sobrevino al golpe de estado del ’55 se explica en un contexto de lucha de clases, y sirve de contracara a la rápida licuefacción que sufrieron los múltiples logros del kirchnerismo, caracterizados como logros institucionales o 'ciudadanos', y por lo tanto, ‘desclasados’. Cualquier avance que se articule en torno a identidades secundarias deviene conquista sectorial o bienestar pasajero. En el camino, se diluyen tanto la democracia como la radicalidad.

El caso: La discapacidad como eje identitario

Estos límites estructurales con los que se enfrenta la democracia radical permiten explicar la presencia de Gabriela Michetti y de Jorge Triaca Jr. en un gobierno que avanza sobre los derechos de las personas con discapacidad. En su debut electoral de 2007, Michetti hacía de su condición física una bandera diferencial y una promesa de compromiso por lo social: “No soy una especie de superwoman”, decía, destacando su lucha contra las secuelas de un accidente automovilístico, para agregar luego que su prioridad en la gestión habría de ser “poner mucho foco en los temas sociales”. Hoy, ya lejos de esas promesas, todavía están frescos los despidos de cien empleados con capacidades diferentes con los que se despachó tan pronto como tomó control del Congreso a comienzos de 2016.

También está fresco el maltrato que recibieron por parte del gobierno nacional los trabajadores de Discapanch, una histórica panchería atendida por discapacitados en Retiro, la cual acabaría bajando sus persianas para dar lugar a emprendimientos que hicieran “más agradable la experiencia del pasajero”. Saúl Macyszyn, dueño de la panchería y él mismo un discapacitado, alzó su voz de protesta tan pronto se conoció la decisión de cerrar su local: “Ojalá este mensaje lo escuche Gabriela Michetti, que disolvió la Comisión de Discapacidad, y lo escuche también el ministro de Trabajo Jorge Triaca, y el de Transporte Guillermo Dietrich: todo gobierno debe otorgar una distinción a toda PYME que genere una función social, no solamente con la discapacidad, sino con toda problemática social.”

Las palabras del pequeño empresario dejaban entrever que él ordenaba sus identidades político-sectoriales con eje en su discapacidad. Incluso, se mostraba próximo a la vicepresidenta y al entonces ministro de Trabajo en tanto discapacitados como él: “Espero que nos escuchen… la vicepresidenta, Gabriela Michetti, que es nuestra par, tanto como el ministro de Trabajo, Jorge Triaca. Ellos saben lo que pasa un discapacitado”.

En realidad, ni la vicepresidenta ni el hoy secretario de Trabajo “pasan” lo que pasan la mayoría de los discapacitados. Es por esto que el eje en torno al cual ordenan sus identidades político-sectoriales no se encuentra en la discapacidad. Esto también explica que, a pesar de su doble condición de discapacitado y de cabeza de la cartera de Trabajo, Triaca no haya avanzado en el cumplimiento de la ley de Protección Integral de los Discapacitados, que obliga a cubrir los puestos del Estado con un mínimo de 4% de personas con discapacidad. A fines de mayo de este año, ese cupo todavía no superaba el 0,95%.

Si partimos de entender la discapacidad como eje de articulación identitaria, esperaríamos que un gobierno con notoria presencia de miembros con discapacidad atendiera con particular celo los intereses y las demandas de este sector. Pero esto puede ocurrir solo si la identificación con el sector discapacitado fuese más relevante que otras identificaciones que también operan en la subjetividad de Michetti y Triaca Jr.. En cambio, una de las constantes en las acciones del gobierno macrista ha sido el desdén por los trabajadores y por los sectores vulnerables. Ya sea a través de la quita de pensiones, de los despidos intempestivos o del menosprecio por experiencias empresariales con sensibilidad social, el centro de las identidades político-sectoriales que parece operar en Michetti y Triaca Jr. no es otra que la del patrón, la del empresario, la del capitalista. Y esta identidad, más fuerte y más nítida, anula o desplaza a la del discapacitado.

Una conclusión: La identidad de clase de los patrones

La democracia radical es efectiva como estrategia de conquistas progresivas porque promueve la acción democratizadora dentro del ámbito de lo posible. Pero cuando lo posible pierde de vista lo deseable, se corre el riesgo de abandonar la construcción consciente de aquellas condiciones que son necesarias para que la lucha democratizadora se vuelva verdaderamente efectiva. En las condiciones actuales del desarrollo capitalista, resulta más sencillo y efectivo coordinar un reclamo que parta del interés sectorial de los discapacitados que unificar las demandas de la población en torno a sus intereses como trabajadores, formales o informales. La dificultad histórica para nuclear las demandas del sector formal e informal, así como de consensuar cada nuevo paro general tras dos años y medio de despidos y caída del salario real, dan cuenta de esta situación.

La distribución diferenciada del salario dificulta a los trabajadores percibir las distintas capas salariales como un cuerpo unificado. El caso de Michetti y Triaca Jr., sin embargo, parece demostrar que esta incapacidad para ver la estructura económica como punto de encuentro identitario es exclusiva de las mayorías trabajadoras. El sector patronal (que hoy abarca al cuerpo de gestores de los intereses corporativos) no duda en hacer de estas diferencias estructurales de base económica el eje de su identidad político-sectorial. De aquí la ingenuidad de Macyszyn cuando declaraba, ignorando que su eje identitario no coincidía con el Michetti y Triaca Jr., que “ellos saben lo que pasa un discapacitado”. No sin ironía, Chomsky clarifica el debate destacando el carácter clasista de las élites económicas: “Las grandes corporaciones”, indica, “han emprendido la lucha de clases; son auténticos marxistas, pero con los valores invertidos.”

La democracia radical, que no carece de interés como estrategia de contingencia, se desnuda incapaz para transformar la lógica de acumulación capitalista que está en la raíz de todas las desigualdades. Mientras se asuma como natural la imposibilidad de articular un antagonismo de clase duradero, lo que se asume es la imposibilidad de transformar la estructura de producción capitalista, resignándose a un ciclo de avances y retrocesos que solo deja a su paso mayor concentración de riqueza y mayor número de trabajadores precarizados. Esta constatación enfrenta a los proyectos emancipadores con un triple dilema: admitir la necesidad de plantear la disputa política como lucha de clases, asumir la dificultad que supone este planteo, y reconocer que esta dificultad solo aqueja al sector del trabajo, no al patronal. Son los trabajadores los que debe revisar su débil identidad de clase.

Mientras el sector patronal delinea su identidad en torno a su rol dentro de la estructura de producción capitalista, los trabajadores se dejan arrastrar por las numerosas identidades secundarias que les propone un complejo sistema social basado en la jerarquización (o lo que es lo mismo, en la exclusión). Esto dificulta su confluencia como clase homogénea y obtura la lucha por transformaciones estructurales. La experiencia histórica sugiere que el campo popular haría bien en delinear una alternativa discursiva que permita superar las identidades secundarias reforzando la identidad de clase. A pesar de la enorme distancia entre el contexto histórico del primer peronismo y el actual, es importante recordar que fue la identidad de clase lo que otorgó al movimiento peronista su potencia transformadora.

La construcción de una identificación político-sectorial común supone asimismo delinear la contracara antagonística de dicha identificación. De aquí que importe subrayar la naturaleza clasista que asoma detrás de las acciones y de las identificaciones de quienes encarnan los intereses políticos y culturales del capitalismo corporativo y financiero. Michetti y Triaca Jr. representan un punto apenas en una matriz que se despliega sobre toda la política liberal.

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