Una pequeña anécdota. Dos años atrás, Luna cursaba primer grado y jugaba con un puñado de billetes en miniatura con los que la maestra le enseñaba a utilizar el dinero. Esa noche, hicimos los pequeños billetes falsos a un lado y comenzamos a estudiar los billetes reales. Le mostré sus valores, las ilustraciones al dorso y los sobrios rostros de prócer que los identificaban. De pronto, mi hija me interrumpió, con molestia:
-No me gusta esta plata -me dijo-. No hay ninguna nena.
La comprobación fue dolorosa. Todos los rostros eran inevitablemente masculinos. Hice lo posible por explicarle que vivimos en una sociedad en la cual todavía se piensa que los hombres son los únicos que han hecho cosas importantes. También le dije que los tiempos estaban cambiando y que tal vez algún día podría ver a una mujer en un billete (ya por entonces se hablaba de deshacerse de la efigie de Roca y de reemplazarla, quizás, con la de Juana Azurduy). No creí que mi hija me hubiese comprendido del todo. De modo que lo dejé pasar sin acabar de quitarme el asunto de la cabeza.
No se imaginan mi alegría cuando, la semana pasada, me enteré de que los billetes de $100 pasarían a llevar el rostro de Evita. Le tocó a Evita (lo que está muy bien); pero para mí daba lo mismo que fuese ella o cualquier otra. Lo que verdaderamente deseaba era que Luna pudiese ver que una mujer había llegado a un billete.
-¿Viste? Las mujeres también hacen cosas importantes -me dijo hoy (sorprendiéndome sobremanera, porque fue como si aún recordara nuestra lejana charla).
No es sólo un billete. Es todo un símbolo; para mí por lo menos, y para ella. Me alegra saber mi hija ha nacido en un tiempo en que es posible sentir que el género no es una diferencia importante.
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