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El fin de la inocencia: ¡Bienvenidos a una nueva Exégesis!

Otro gran acontecimiento se suma a los últimos que vengo compartiendo. Esta vez, la responsable es Revista Exégesis, esa curiosa aventura que entreveraba cómics y sci-fi y que tuve el honor de capitanear alguna vez, cuando todavía era nuevo en las lides editoriales y tenía más ganas que certezas. Hoy las ganas han mermado, vale admitirlo, pero lo que me mueven son esas pocas certezas que he sabido construir a través de estos años. Estas certezas se enlazan con la necesidad de revitalizar y promover la devaluada narrativa gráfica en castellano, de poner mi pequeño (pequeñísimo) granito de arena en sacudir la modorra creativa y teórica de un mundo que nos obliga a los autores a acabar mirando hacia el norte anglosajón (como ya me lamenté recientemente). Sin dudas estas son algunas de las razones que me empujaron a retomar las labores editoriales de Exégesis hace un mes, esta vez junto a mi gran compinche Marc Roca.

Como bien escribe Marc en su primera editorial para la revista, “Exégesis se moría”. Y es así. La ciencia ficción se había consolidado como una barrera de contenido y calidad imposible de franquear, y que ya como autores habíamos acabado por despreciar. Fue ante esta realidad que surgió la posibilidad de reformular la propuesta de Exégesis completamente, de hacer a un costado el condicionante sci-fi y de abrir la puerta al fantástico y heterogéneo universo de la narrativa gráfica en toda su dimensión. Eso es lo que hicimos, pusimos nuestro viejo Titanic patas para arriba y lo convertimos en un dinámico Tsunami comiquero. Este primer número hospeda la friolera de 81 páginas a pura historieta: relatos breves, series, entrevistas, teoría del cómic, reseñas, tutoriales… Con algunas presencias que nos llenan de orgullo, como saber que tenemos a reseñadores de la talla de Andrés Accorsi y Álvaro Pons entre nosotros, o que somos la primera publicación de habla hispana en acercar las novedosas ideas de Neil Cohn, el psicólogo cognitivo que está revolucionando las bases de la teoría del cómic. O que en este número podremos oír la voz de un autor independiente de proyección internacional como Juan Romera, o disfrutar de las imágenes cedidas por el mismísimo Gustavo Salas.

Un comienzo digno de una publicación con más de cuatro años y 24 números a cuesta. Un comienzo digno de la publicación de cómics online más longeva de la red de redes.

Y todo lo que se requiere para adentrarse en este nuevo mundo de viñetas, gratuito y mensual, es presionar aquí. ¡Sí, aquí!

Por lo pronto, y a modo de cierre, les dejo el bonito editorial con el que me introduzco en esta nueva era exegesiana. Como dicta la consigna de la portada, ‘el fin de la inocencia’ ha llegado a nuestras páginas:


El fin de la inocencia

Creí que el niño de cabellos de oro habría vuelto a las estrellas. Después de todo, debía cuidar de su rosa. Yo pensaba en él, en su asteroide. Pensaba en su frágil y opresiva rosa de cuatro espinas y en la cabra que yo mismo le había dibujado. Pensaba en su viaje a través del espacio mórbido y vacío, montado en la cola de un cometa. Pensaba en las estrellas, sus estrellas. Y disfrutaba viéndolas reír como un millón de cascabeles. Yo miraba y oía las estrellas. Cada día y cada noche. Desde que él se fue, no había podido quitar mi vista de su resplandor.

Pero entonces ocurrió. Oscuramente comprendí lo que en mi desconsuelo me había negado a admitir. Que el niño de cabellos de oro no logró volver a su asteroide. Que cayó muerto, las manos y las piernas tumefactas por la mordida tóxica que embotó sus venas y paralizó su sangre; su delicada humanidad arrebatada por las hienas carroñeras del desierto; su carne desgarrada, sus huesos roídos, sus restos hurtados y esparcidos en obscenas madrigueras. La podredumbre impregnándolo todo.

Está muerto. ¿Qué hago yo, entonces, que no quito los ojos de las estrellas?

Me obligo a bajar la vista. Tanteo con ojos entreabiertos el mundo que me rodea. El mundo me sonríe. Observo sus contornos, sus matices, la magia de una realidad luminosa y fantástica como la risa de un millón de cascabeles. Piso el suelo con firmeza y oigo las voces mitológicas del mundo.  Me llega insistente una misma y única palabra, una palabra que me habla al unísono de estrellas y de sueños profanos, de tecnología y de magia primitiva, de futuro pero también de presente y pasado. Una palabra que oculta en su interior la clave de un mundo de trazos e historias dibujadas. Un mundo que el niño de cabellos de oro hubiese sabido apreciar, aunque sin comprenderlo. Porque aquel niño amaba los dibujos, pero en su inocencia aún perseguía las estrellas. Para nosotros en cambio, las estrellas no son más una frontera. El niño ha muerto. Es tiempo de crecer.

Bienvenidos a un mundo sin fronteras.

Bienvenidos a una nueva Exégesis

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