“A mí los primeros veinticinco minutos no me interesan,” reiteraba el asesor económico y ex-candidato del Pro Carlos Melconián. Con esto se refería a la conferencia de prensa dada por el ministro de economía Axel Kicillof, tras hacerse conocida la decisión de la Corte norteamericana de desentenderse de la causa por el pago de la deuda a los fondos buitres. “Los primeros veinticinco minutos fueron para la tribuna,” apuntó Melconián en Intratables. “Pour la galerie,” reincidió con giro francoparlante ante la más sofisticada teleaudiencia de Palabras + Palabras - media hora más tarde. Y luego de insistir en ignorar aquellos veinticinco primeros minutos, remató: “Hay que mirar al futuro.” He aquí toda la cuestión.
¿Pero qué significa mirar al futuro en labios de Melconián? El economista no dejó dudas de que quitaría del discurso de Kicillof los primeros veinticinco minutos. Veinticinco minutos, justamente, que miran al pasado. Pues fue a lo largo de estos largos minutos que Kicillof contextualizó e historizó la deuda contraída por el país. Melconián puede animarse a hablar de las “inconsistencias” de esta historización, pero su deseo no es discutirla, sino anularla, borrarla, hacerla desaparecer. “Los primeros veinticinco minutos no me interesan” significa esto mismo: ignoremos, descartemos toda contextualización e historización de la deuda. No importa si la deuda fue contraída por gobiernos anteriores, no importa si la deuda fue acrecentada durante los años neoliberales, no importa si la deuda fue la causal de la crisis del 2001. En esta deshistorización, claro, tampoco importa que Melconián haya alabado las políticas que crearon esa deuda, ni que haya apoyado explícitamente instancias de endeudamiento como las del Megacanje. Tampoco importa que en aquel entonces haya pronosticado que aquel endeudamiento le permitiría a la Argentina salir adelante. Nada de eso interesa. Anular los primeros veinticinco minutos de Kicillof es pedirle a la sociedad que olvide que Melconián y sus correligionarios siempre estuvieron del lado de los endeudadores. Esos veinticinco minutos no interesan.
Entonces Melconián propone olvidar, pero también “mirar al futuro.” Mirar al futuro olvidando el pasado. No se trata, evidentemente, del mismo futuro que mira el ministro de economía. El futuro de Kicillof es un futuro posicionado y condicionado por el pasado; el futuro de Melconián es un futuro en abastracto, un futuro aislado de la contingencia histórica, es un futuro que olvida las decisiones que llevaron a este presente. Uno podría equivocadamente suponer que Melconián se resguarda a sí mismo, que obviar el pasado es su forma de lavarse las manos, de escapar a su propia historia negra. En realidad, hay mucho más que esto. Negar el pasado, anularlo, borrarlo de las mentes de los votantes es el único camino que tiene el pensamiento neoliberal para volver a instalarse en una sociedad arrasada por sus políticas. No es nada nuevo. El sentido común neoliberal acostumbra a desestimar las discusiones históricas por vanas. Propone, en cambio, discutir gestiones. Como si las gestiones pudieran escapar a los condicionantes históricos; como si no dejaran su propia huella en la historia. Esta estrategia discursiva no es caprichosa. Solo cuando la memoria flaquea puede volverse a imponer un modelo probadamente diseñado para la expoliación económica y la fragmentiación social. Y Melconián lo sabe. Sabe que la memoria es el gran vallado social a derribar. Y que una vez derribado, él y los suyos podrán volver.
¿Pero qué significa mirar al futuro en labios de Melconián? El economista no dejó dudas de que quitaría del discurso de Kicillof los primeros veinticinco minutos. Veinticinco minutos, justamente, que miran al pasado. Pues fue a lo largo de estos largos minutos que Kicillof contextualizó e historizó la deuda contraída por el país. Melconián puede animarse a hablar de las “inconsistencias” de esta historización, pero su deseo no es discutirla, sino anularla, borrarla, hacerla desaparecer. “Los primeros veinticinco minutos no me interesan” significa esto mismo: ignoremos, descartemos toda contextualización e historización de la deuda. No importa si la deuda fue contraída por gobiernos anteriores, no importa si la deuda fue acrecentada durante los años neoliberales, no importa si la deuda fue la causal de la crisis del 2001. En esta deshistorización, claro, tampoco importa que Melconián haya alabado las políticas que crearon esa deuda, ni que haya apoyado explícitamente instancias de endeudamiento como las del Megacanje. Tampoco importa que en aquel entonces haya pronosticado que aquel endeudamiento le permitiría a la Argentina salir adelante. Nada de eso interesa. Anular los primeros veinticinco minutos de Kicillof es pedirle a la sociedad que olvide que Melconián y sus correligionarios siempre estuvieron del lado de los endeudadores. Esos veinticinco minutos no interesan.
Entonces Melconián propone olvidar, pero también “mirar al futuro.” Mirar al futuro olvidando el pasado. No se trata, evidentemente, del mismo futuro que mira el ministro de economía. El futuro de Kicillof es un futuro posicionado y condicionado por el pasado; el futuro de Melconián es un futuro en abastracto, un futuro aislado de la contingencia histórica, es un futuro que olvida las decisiones que llevaron a este presente. Uno podría equivocadamente suponer que Melconián se resguarda a sí mismo, que obviar el pasado es su forma de lavarse las manos, de escapar a su propia historia negra. En realidad, hay mucho más que esto. Negar el pasado, anularlo, borrarlo de las mentes de los votantes es el único camino que tiene el pensamiento neoliberal para volver a instalarse en una sociedad arrasada por sus políticas. No es nada nuevo. El sentido común neoliberal acostumbra a desestimar las discusiones históricas por vanas. Propone, en cambio, discutir gestiones. Como si las gestiones pudieran escapar a los condicionantes históricos; como si no dejaran su propia huella en la historia. Esta estrategia discursiva no es caprichosa. Solo cuando la memoria flaquea puede volverse a imponer un modelo probadamente diseñado para la expoliación económica y la fragmentiación social. Y Melconián lo sabe. Sabe que la memoria es el gran vallado social a derribar. Y que una vez derribado, él y los suyos podrán volver.
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