Ayer durante su discurso de victoria tras las elecciones locales, el candidato Pro Rodríguez Larreta intercaló una muy interesante definición de la Historia:
Por si quedara alguna duda, es menester entender las palabras de Larreta dentro del debate por la construcción del pasado que ha venido dando el kirchnerismo, ya sea abriendo las puertas a los juicios de militares y civiles asociados con la última dictadura, como apoyando los proyectos revisionistas de la historia nacional. En este sentido, el ‘nosotros’ de Larreta se instala como opuesto a un ‘otros’, a un ‘ellos’ encarnado por el oficialismo. “Mientras ellos insisten en mirar hacia atrás, nosotros entendemos la historia siempre mirando para adelante.” En este contexto, la historia que propone el Pro es una historia que no desea escarbar entre las junturas dejadas por el pasado lejano o reciente, que no desea indagar en busca de un discurso histórico que complete o corrija las inexactitudes de los discursos oficializados en el tiempo. Es decir, una historia estática, una historia que ya ha cerrado los compartimientos que la conectan con el presente.
Lo que el Pro propone es, nótese, hablar del futuro. El futuro tiene la enorme ventaja de ser vago e indescifrable, y por lo tanto, de habilitar cualquier tipo de discurso. Es posible decir cualquier cosa sobre el futuro, total, nadie puede evaluarlo con certeza. Y más aún si nuestra estrategia es ignorar el pasado, porque entonces, cuando llegue el futuro nos negaremos a mirar hacia atrás para confirmar si nuestros pronósticos o nuestras promesas se cumplieron o no. No hay diferencia entre aferrarse a un futuro sin contexto histórico y calzarse un par de anteojeras.
Dado que la historia no es más que la suma de todos los discursos que la atraviesan, es posible encontrar en la estrategia deshistoricista del Pro una voluntad de negación del pasado, de corte con el mismo. “Basta de hablar del pasado,” parecieran decirnos. La pregunta inevitable es por qué el Pro reniega de la mirada historicista que constantemente le opone el oficialismo. La respuesta es tan evidente que da pudor siquiera considerarla: el Pro nos propone olvidar el pasado porque el pasado lo condena. El pasado del Pro está necesariamente inscripto del lado de los proyectos antipopulistas que recorren la historia argentina desde Mitre a esta parte, incluyendo las experiencias neoliberales que terminaron en la crisis del 2001, y con las cuales muchos de los miembros del Pro continúan mostrando una irrenunciable afinidad. No es que la historia sea secundaria para Larreta, es que la historia es incómoda, pone en evidencia aquello que no es conveniente mostrar. Solo a través de esta estrategia deshistoricista es posible para Macri hacer de cuenta que nunca apoyó al proyecto menemista, o que no tildó de estúpido a quien no pudiera construir diez kilómetros de subtes anuales, o que no prometió reprivatizar YPF, Aerolíneas, el fútbol y las jubilaciones. Solo a través de esta estrategia es posible para Macri declarar, ayer mismo, tras las palabras deshistoricistas de su candidato, la siguiente genialidad:
Entiéndase bien, nadie queda liberado de su propio pasado. El pasado corre a propios y a extraños. La diferencia está en asumirlo y enfrentarlo, o en negarlo y pretender erradicarlo de raíz, aferrándose a una ilusión de presente purificado y descontaminado de los sinsabores de la historia. Larreta, Macri y el Pro en su conjunto insisten con esta ilusión. Con suerte para ellos, algún día, ya no haya historia para juzgarlos.
Estamos construyendo historia todos juntos, pero nosotros entendemos la historia siempre mirando para adelante, siempre mirando al futuro.Las palabras no engañan. La historia para el Pro, representado por ese ‘nosotros’ dentro del cual se posiciona Larreta, es una historia en la cual no vale detenerse a reflexionar sobre el pasado. El aún candidato no nos habla de una historia “que mira hacia el pasado para construir el futuro,” ni de una historia “que siempre se acuerda del futuro.” No hay en la definición de Larreta ningún elemento semántico, más allá de la propia palabra ‘historia’, que nos permita reconocer una valoración del pasado. Y aún esta palabra ‘historia’ es vaciada de su carga retroactiva por las frases que la enmarcan: “entendemos la historia siempre mirando para adelante”. Es decir, sin darnos la vuelta para mirar hacia atrás, sin tomarnos el tiempo para construir una percepción propia sobre el pasado, sin considerar valioso detenernos a pensar y debatir el ayer.
Por si quedara alguna duda, es menester entender las palabras de Larreta dentro del debate por la construcción del pasado que ha venido dando el kirchnerismo, ya sea abriendo las puertas a los juicios de militares y civiles asociados con la última dictadura, como apoyando los proyectos revisionistas de la historia nacional. En este sentido, el ‘nosotros’ de Larreta se instala como opuesto a un ‘otros’, a un ‘ellos’ encarnado por el oficialismo. “Mientras ellos insisten en mirar hacia atrás, nosotros entendemos la historia siempre mirando para adelante.” En este contexto, la historia que propone el Pro es una historia que no desea escarbar entre las junturas dejadas por el pasado lejano o reciente, que no desea indagar en busca de un discurso histórico que complete o corrija las inexactitudes de los discursos oficializados en el tiempo. Es decir, una historia estática, una historia que ya ha cerrado los compartimientos que la conectan con el presente.
Lo que el Pro propone es, nótese, hablar del futuro. El futuro tiene la enorme ventaja de ser vago e indescifrable, y por lo tanto, de habilitar cualquier tipo de discurso. Es posible decir cualquier cosa sobre el futuro, total, nadie puede evaluarlo con certeza. Y más aún si nuestra estrategia es ignorar el pasado, porque entonces, cuando llegue el futuro nos negaremos a mirar hacia atrás para confirmar si nuestros pronósticos o nuestras promesas se cumplieron o no. No hay diferencia entre aferrarse a un futuro sin contexto histórico y calzarse un par de anteojeras.
Dado que la historia no es más que la suma de todos los discursos que la atraviesan, es posible encontrar en la estrategia deshistoricista del Pro una voluntad de negación del pasado, de corte con el mismo. “Basta de hablar del pasado,” parecieran decirnos. La pregunta inevitable es por qué el Pro reniega de la mirada historicista que constantemente le opone el oficialismo. La respuesta es tan evidente que da pudor siquiera considerarla: el Pro nos propone olvidar el pasado porque el pasado lo condena. El pasado del Pro está necesariamente inscripto del lado de los proyectos antipopulistas que recorren la historia argentina desde Mitre a esta parte, incluyendo las experiencias neoliberales que terminaron en la crisis del 2001, y con las cuales muchos de los miembros del Pro continúan mostrando una irrenunciable afinidad. No es que la historia sea secundaria para Larreta, es que la historia es incómoda, pone en evidencia aquello que no es conveniente mostrar. Solo a través de esta estrategia deshistoricista es posible para Macri hacer de cuenta que nunca apoyó al proyecto menemista, o que no tildó de estúpido a quien no pudiera construir diez kilómetros de subtes anuales, o que no prometió reprivatizar YPF, Aerolíneas, el fútbol y las jubilaciones. Solo a través de esta estrategia es posible para Macri declarar, ayer mismo, tras las palabras deshistoricistas de su candidato, la siguiente genialidad:
[El gobierno quiere sembrar] el miedo de que queremos volver al pasado. Ellos son el pasado. Ellos han gobernado los últimos veinticinco años.He aquí el potencial político y discursivo que surge de negar el pasado. Solo si se deja de mirar hacia atrás y de reflexionar acerca de la historia es posible ajustarla al relato propio. Solo así es posible para Macri despegarse tan livianamente del menemismo y asociarlo al kirchnerismo a través de la etiqueta peronista con la que él mismo suele coquetear cada tanto, confiado en que sus votantes no se tomarán el trabajo de recordarlo.
Entiéndase bien, nadie queda liberado de su propio pasado. El pasado corre a propios y a extraños. La diferencia está en asumirlo y enfrentarlo, o en negarlo y pretender erradicarlo de raíz, aferrándose a una ilusión de presente purificado y descontaminado de los sinsabores de la historia. Larreta, Macri y el Pro en su conjunto insisten con esta ilusión. Con suerte para ellos, algún día, ya no haya historia para juzgarlos.
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