A un mes de la derrota electoral de 2015, José Manuel De la Sota anunciaba el final del ciclo kirchnerista y llamaba a recuperar “el ideario del mejor Perón”. Proponía devolverle al peronismo “su perfil socialcristiano, de centro”. Esta misma posición tomó por estos días Miguel Ángel Pichetto: “El PJ debe volver a ser un partido de centro nacional”, propuso, luego de definir a Unidad Ciudadana como “una fuerza de centro izquierda”.
No son pocas las figuras del PJ que comienzan a leer la experiencia kirchnerista como una anomalía dentro de la tradición peronista. Coinciden curiosamente con la lectura que despliegan los analistas liberales, súbitamente preocupados por ordenar el discurso anticristinista al interior del peronismo. Hasta el momento, la estrategia consiste en presentar al kirchnerismo como un movimiento de izquierda que ha encontrado su cauce natural por fuera del PJ. Este intento de ‘desperonización’ de Cristina no tiene otro objetivo que aislarla políticamente y allanar el camino para una renovación por derecha del peronismo.
Ciertamente, la desperonización a la que se busca someter la figura de Cristina se superpone con la propia estrategia de campaña de la ex presidenta. En un contexto de dispersión partidaria, de cooptación de liderazgos por parte del estáblishment económico y de crisis generalizada de las estructuras partidarias tradicionales, Cristina apostó por un frente propio y una campaña lavada de simbología peronista. Desconocer su liderazgo al interior del PJ a partir de una estrategia de ocasión parecería absurdo. Más aún cuando supone desconocer la ascendencia peronista de los más de 30 intendentes que la acompañan.
La irracionalidad aumenta cuando se constata que Cristina fue la candidata peronista más votada en las Paso. Cerca de tres millones de votos (2.991.630) separan a la ex presidenta del frente comandado por Juan Manuel Urtubey, una de las cartas presidenciables del estáblishment liberal, quien aseguró que Cristina “no puede conducir algo a lo que no pertenece [porque] ya no forma parte del peronismo”.
La diferencia entre los votos de Cristina y los menos de 150 mil capturados por el FPV de Río Negro vuelven aún más ridículas las afirmaciones de Pichetto, quien mandó a “la señora” a formar su propio bloque en el senado.
La confusión entre partido y movimiento en la que recae Urtubey haría sonrojar al propio Perón; no menos que la negativa de Pichetto a encolumnarse detrás de un líder natural refrendado multitudinariamente en las urnas. Lo que estas apreciaciones evidencian es una incompatibilidad en la matriz peronista de unos y otros. “Recuperar el ideario del mejor Perón”, nos pedía De la Sota. Nunca está de más volver a revisar cuán peronista fue la experiencia kirchnerista.
El ideario “del mejor Perón” ofrece tres banderas que algunos referentes del PJ parecen haber arriado hace tiempo. Justicia social, independencia económica y soberanía política dan forma a un claro mapa de acción política. ¿Lo recordará Pichetto cuando se ufana de que “todas las medidas” del macrismo han sido apoyadas por su bloque? ¿Lo recordará Urtubey cuando aspira a un peronismo “que dentro de dos años diga que ayudó a que al gobierno le vaya bien”?
El peronismo fue históricamente un crisol de razas políticas que incluyó especímenes de las más diversas calañas. Pero su decadencia doctrinaria no llegaría sino hasta los neoliberales ’90. Pocos se animarían a negar que fueron Néstor y Cristina Kirchner quienes volvieron a alzar aquellas viejas banderas olvidadas. Repasemos algunas obviedades: la justicia social puede encontrarse en las paritarias anuales, en la creación de escuelas y universidades, en la reducción de la brecha digital y en la AUH; la independencia económica en el “No al ALCA”, en la reestructuración de la deuda, en la expulsión del FMI y en la lucha contra los fondos buitres; la soberanía política en el no alineamiento con los intereses de los EEUU, en la consolidación del Mercosur y la Unasur, y en el fortalecimiento de las relaciones diplomáticas con Rusia y China.
Lejos del radicalismo de izquierda que les imputan las lecturas liberales, los gobiernos de Néstor y Cristina recuperaron el horizonte peronista de un capitalismo solidario, que distribuye acceso al consumo, a la cultura y a la información. Aquella “tercera posición” de Perón, a medio camino entre liberalismo y socialismo, tuvo su voluntariosa reencarnación. Las muchas limitaciones que sin dudas tuvo el proceso no invalidan que haya sido el kirchnerismo la primera experiencia pos-Perón que realmente logró recuperar lo mejor del ideario peronista.
Tanto Perón como los Kirchner persiguieron un equilibrio de centro que nunca llegaría. Tal vez porque los centros en política no existen, porque la dinámica capitalista es una dinámica de ‘manta corta’ donde los equilibrios están siempre en fuga. De triunfar la racionalidad del máximo beneficio empresarial, el sector del trabajo resignará derechos y participación en la renta; de iniciarse un nuevo período de conquistas laborales, se abrirán nuevos frentes de presión política y económica por parte del capital. El “fifty-fifty” es un punto de paso; la disputa se resuelve por izquierda o por derecha. Si Perón y los Kirchner lograron habilitar conquistas sociales y salariales, fue siempre por izquierda, aunque su narrativa fuera de centro.
Hoy que la alternativa peronista del estáblishment se ofrece como una “vuelta” al centro, el corrimiento es sin dudas hacia la derecha: “El peronismo y los gobernadores hicieron un aporte importante en las medidas económicas que el gobierno impulsó”, aseguró Pichetto ante la cristalería del Rotary Club. Fue la misma charla en la que instó a la ex presidenta a formar un bloque propio en el senado. Cristina sigue siendo demasiado peronista para cierto peronismo.
No son pocas las figuras del PJ que comienzan a leer la experiencia kirchnerista como una anomalía dentro de la tradición peronista. Coinciden curiosamente con la lectura que despliegan los analistas liberales, súbitamente preocupados por ordenar el discurso anticristinista al interior del peronismo. Hasta el momento, la estrategia consiste en presentar al kirchnerismo como un movimiento de izquierda que ha encontrado su cauce natural por fuera del PJ. Este intento de ‘desperonización’ de Cristina no tiene otro objetivo que aislarla políticamente y allanar el camino para una renovación por derecha del peronismo.
Ciertamente, la desperonización a la que se busca someter la figura de Cristina se superpone con la propia estrategia de campaña de la ex presidenta. En un contexto de dispersión partidaria, de cooptación de liderazgos por parte del estáblishment económico y de crisis generalizada de las estructuras partidarias tradicionales, Cristina apostó por un frente propio y una campaña lavada de simbología peronista. Desconocer su liderazgo al interior del PJ a partir de una estrategia de ocasión parecería absurdo. Más aún cuando supone desconocer la ascendencia peronista de los más de 30 intendentes que la acompañan.
La irracionalidad aumenta cuando se constata que Cristina fue la candidata peronista más votada en las Paso. Cerca de tres millones de votos (2.991.630) separan a la ex presidenta del frente comandado por Juan Manuel Urtubey, una de las cartas presidenciables del estáblishment liberal, quien aseguró que Cristina “no puede conducir algo a lo que no pertenece [porque] ya no forma parte del peronismo”.
La diferencia entre los votos de Cristina y los menos de 150 mil capturados por el FPV de Río Negro vuelven aún más ridículas las afirmaciones de Pichetto, quien mandó a “la señora” a formar su propio bloque en el senado.
La confusión entre partido y movimiento en la que recae Urtubey haría sonrojar al propio Perón; no menos que la negativa de Pichetto a encolumnarse detrás de un líder natural refrendado multitudinariamente en las urnas. Lo que estas apreciaciones evidencian es una incompatibilidad en la matriz peronista de unos y otros. “Recuperar el ideario del mejor Perón”, nos pedía De la Sota. Nunca está de más volver a revisar cuán peronista fue la experiencia kirchnerista.
El ideario “del mejor Perón” ofrece tres banderas que algunos referentes del PJ parecen haber arriado hace tiempo. Justicia social, independencia económica y soberanía política dan forma a un claro mapa de acción política. ¿Lo recordará Pichetto cuando se ufana de que “todas las medidas” del macrismo han sido apoyadas por su bloque? ¿Lo recordará Urtubey cuando aspira a un peronismo “que dentro de dos años diga que ayudó a que al gobierno le vaya bien”?
El peronismo fue históricamente un crisol de razas políticas que incluyó especímenes de las más diversas calañas. Pero su decadencia doctrinaria no llegaría sino hasta los neoliberales ’90. Pocos se animarían a negar que fueron Néstor y Cristina Kirchner quienes volvieron a alzar aquellas viejas banderas olvidadas. Repasemos algunas obviedades: la justicia social puede encontrarse en las paritarias anuales, en la creación de escuelas y universidades, en la reducción de la brecha digital y en la AUH; la independencia económica en el “No al ALCA”, en la reestructuración de la deuda, en la expulsión del FMI y en la lucha contra los fondos buitres; la soberanía política en el no alineamiento con los intereses de los EEUU, en la consolidación del Mercosur y la Unasur, y en el fortalecimiento de las relaciones diplomáticas con Rusia y China.
Lejos del radicalismo de izquierda que les imputan las lecturas liberales, los gobiernos de Néstor y Cristina recuperaron el horizonte peronista de un capitalismo solidario, que distribuye acceso al consumo, a la cultura y a la información. Aquella “tercera posición” de Perón, a medio camino entre liberalismo y socialismo, tuvo su voluntariosa reencarnación. Las muchas limitaciones que sin dudas tuvo el proceso no invalidan que haya sido el kirchnerismo la primera experiencia pos-Perón que realmente logró recuperar lo mejor del ideario peronista.
Tanto Perón como los Kirchner persiguieron un equilibrio de centro que nunca llegaría. Tal vez porque los centros en política no existen, porque la dinámica capitalista es una dinámica de ‘manta corta’ donde los equilibrios están siempre en fuga. De triunfar la racionalidad del máximo beneficio empresarial, el sector del trabajo resignará derechos y participación en la renta; de iniciarse un nuevo período de conquistas laborales, se abrirán nuevos frentes de presión política y económica por parte del capital. El “fifty-fifty” es un punto de paso; la disputa se resuelve por izquierda o por derecha. Si Perón y los Kirchner lograron habilitar conquistas sociales y salariales, fue siempre por izquierda, aunque su narrativa fuera de centro.
Hoy que la alternativa peronista del estáblishment se ofrece como una “vuelta” al centro, el corrimiento es sin dudas hacia la derecha: “El peronismo y los gobernadores hicieron un aporte importante en las medidas económicas que el gobierno impulsó”, aseguró Pichetto ante la cristalería del Rotary Club. Fue la misma charla en la que instó a la ex presidenta a formar un bloque propio en el senado. Cristina sigue siendo demasiado peronista para cierto peronismo.
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