A lo largo de una potente reflexión orientada a llamar la atención sobre el riesgo de ligar las luchas de género a una subjetividad victimizada, Slavoj Zizek incurre en lo que considero una doble confusión entre sexualidad y erotismo, y entre opresión y poder. Así escribe:
“El problema es que la sexualidad, el poder y la violencia están mucho más íntimamente entrelazados de lo que esperamos, de modo que también elementos de lo que se considera brutalidad pueden ser sexualizados, es decir, invertidos libidinalmente; después de todo, el sadismo y el masoquismo son formas de actividad sexual. La sexualidad purificada de la violencia y los juegos de poder bien puede acabar desexualizándose.”
Primer punto: la diferencia entre sexualidad y erotismo
La sexualidad, el terreno de las pulsiones animales, no es equiparable al erotismo, el terreno de las sublimaciones políticas y culturales. Es en este último ámbito donde se despliegan las relaciones de poder y de opresión. No hay erotismo ni poder en el reino animal hasta que no hace su ingreso la cultura. Por lo tanto, y dado que somos animales, no hay ‘desexualización’ posible. Al mismo tiempo, y dado que también somos seres culturales, tampoco hay ‘deserotización’ posible. Es por esto que una potencial transformación en “la violencia y los juegos de poder” debería provocar una reformulación de la cultura erótica, pero nunca su desaparición.
Segundo punto: la diferencia entre opresión y poder
La duda expuesta por Zizek en torno a que una ‘purificación’ de la violencia y el poder pudieran acabar con el erotismo solo puede sostenerse sobre la confusión entre opresión y poder. Desde este punto de vista, donde hay poder, habría opresión. Pero el poder puede ser impuesto tanto como puede ser negociado. El poder se negocia cuando este se entrega y se retira libremente; para lo cual se requiere de las partes que acepten la voluntad del otro (una relación harto compleja, plagada de tensiones, por cierto, pero son las tensiones las que hacen que una negociación sea, justamente, negociada). A diferencia de lo que se infiere de las palabras del autor, una ‘purificación’ de las relaciones sexuales nunca borrará las relaciones de poder que se despliegan en toda relación interpersonal, simplemente borrará su carácter opresivo.
Pero entonces…
Cuando la violencia es expurgada de las relaciones sexuales, ni la sexualidad, ni el erotismo, ni las relaciones de poder desaparecen, sino que se transforman. La base de estas relaciones deja de ser la opresión (la imposición) y pasa a ser la negociación (el diálogo, explícito o implícito). El autor apunta una preocupación compartida con algunas autoras feministas, para quienes “un cortejo políticamente correcto” (léase, negociado), nos acercaría “a un contrato de mercado formal”. Esto sólo sería posible si por ‘negociación’ entendemos una caricatura en la cual dos partes se sientan a explicitar sus demandas. Las negociaciones eróticas o no eróticas en la vida real no necesitan ser explicitadas. Se negocia a través de los equívocos, de las ambigüedades, tanto como se negocia a través de los cuerpos, de sus acciones, de sus reticencias; avanzando, retrocediendo, confluyendo. Lo que se negocia (en toda negociación) es siempre poder. De aquí que lo único que no puede faltar en una negociación “políticamente correcta” es la libertad de recuperar la porción de poder que se cede. Es la libertad de decir “no” o “hasta aquí”.
Si, como entiende Zizek, el sadismo y el sadomasoquismo existen en nuestra cultura como inversiones libidinales, no es porque la opresión sea constitutiva de lo erótico, sino porque vivimos en una cultura atravesada por la opresión, la cual acaba desplegándose sobre lo erótico. Es posible imaginar una eroticidad no opresiva producto de una sociedad donde sea la negociación y no la opresión la que mande. Lejos de indicar ‘desexualización', una eroticidad semejante habrá de constituir, apenas, una ‘reerotización' de lo sexual.
“El problema es que la sexualidad, el poder y la violencia están mucho más íntimamente entrelazados de lo que esperamos, de modo que también elementos de lo que se considera brutalidad pueden ser sexualizados, es decir, invertidos libidinalmente; después de todo, el sadismo y el masoquismo son formas de actividad sexual. La sexualidad purificada de la violencia y los juegos de poder bien puede acabar desexualizándose.”
Primer punto: la diferencia entre sexualidad y erotismo
La sexualidad, el terreno de las pulsiones animales, no es equiparable al erotismo, el terreno de las sublimaciones políticas y culturales. Es en este último ámbito donde se despliegan las relaciones de poder y de opresión. No hay erotismo ni poder en el reino animal hasta que no hace su ingreso la cultura. Por lo tanto, y dado que somos animales, no hay ‘desexualización’ posible. Al mismo tiempo, y dado que también somos seres culturales, tampoco hay ‘deserotización’ posible. Es por esto que una potencial transformación en “la violencia y los juegos de poder” debería provocar una reformulación de la cultura erótica, pero nunca su desaparición.
Segundo punto: la diferencia entre opresión y poder
La duda expuesta por Zizek en torno a que una ‘purificación’ de la violencia y el poder pudieran acabar con el erotismo solo puede sostenerse sobre la confusión entre opresión y poder. Desde este punto de vista, donde hay poder, habría opresión. Pero el poder puede ser impuesto tanto como puede ser negociado. El poder se negocia cuando este se entrega y se retira libremente; para lo cual se requiere de las partes que acepten la voluntad del otro (una relación harto compleja, plagada de tensiones, por cierto, pero son las tensiones las que hacen que una negociación sea, justamente, negociada). A diferencia de lo que se infiere de las palabras del autor, una ‘purificación’ de las relaciones sexuales nunca borrará las relaciones de poder que se despliegan en toda relación interpersonal, simplemente borrará su carácter opresivo.
Pero entonces…
Cuando la violencia es expurgada de las relaciones sexuales, ni la sexualidad, ni el erotismo, ni las relaciones de poder desaparecen, sino que se transforman. La base de estas relaciones deja de ser la opresión (la imposición) y pasa a ser la negociación (el diálogo, explícito o implícito). El autor apunta una preocupación compartida con algunas autoras feministas, para quienes “un cortejo políticamente correcto” (léase, negociado), nos acercaría “a un contrato de mercado formal”. Esto sólo sería posible si por ‘negociación’ entendemos una caricatura en la cual dos partes se sientan a explicitar sus demandas. Las negociaciones eróticas o no eróticas en la vida real no necesitan ser explicitadas. Se negocia a través de los equívocos, de las ambigüedades, tanto como se negocia a través de los cuerpos, de sus acciones, de sus reticencias; avanzando, retrocediendo, confluyendo. Lo que se negocia (en toda negociación) es siempre poder. De aquí que lo único que no puede faltar en una negociación “políticamente correcta” es la libertad de recuperar la porción de poder que se cede. Es la libertad de decir “no” o “hasta aquí”.
Si, como entiende Zizek, el sadismo y el sadomasoquismo existen en nuestra cultura como inversiones libidinales, no es porque la opresión sea constitutiva de lo erótico, sino porque vivimos en una cultura atravesada por la opresión, la cual acaba desplegándose sobre lo erótico. Es posible imaginar una eroticidad no opresiva producto de una sociedad donde sea la negociación y no la opresión la que mande. Lejos de indicar ‘desexualización', una eroticidad semejante habrá de constituir, apenas, una ‘reerotización' de lo sexual.
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