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Tres postales de un cambio de gobierno

El abrazo extendido

Mucho se habló en el día de ayer de la gestualidad de Alberto y Cristina. Por un lado, del gesto del flamante presidente al conducir la silla de ruedas de la vicepresidenta saliente. Por el otro, de la parquedad con que la ex presidenta saludó al ya 'ex presidente'. El tercer gesto, menos comentado, fue el abrazo extendido que Alberto le propició a Macri tras recibir los atributos: cuando el abrazo inicial había cumplido ya con su extensión culturalmente pautada, se vio al presidente saliente susurrar al oído de su reemplazante "Yo también" y amagar con soltarse. Alberto lo retuvo en el abrazo tres veces más de lo que dicta la convención. Y tres veces el abrazado vaciló un incómodo "Yo también". Cuando finalmente se vio liberado, la imagen que había quedado en la retina de los televidentes era la de un abrazo fraternal y sentido.

Lo importante no son las palabras susurradas por Alberto a Macri, y que derivaron en el "Yo también" del segundo, lo importante es el mensaje visual que el nuevo presidente envió a los argentinos. En su discurso posterior Alberto no escatimará dureza con el gobierno saliente. Sin embargo, el principal objetivo del nuevo presidente será el de "unir a la mesa familiar". Este concepto se expresó ya desde la fórmula con que eligió ser presentado: "Presidente de la Unidad de los Argentinos". La metáfora del abrazo reaparecería incluso en su discruso: "Ha llegado la hora de abrazar al diferente", prometió. En este contexto, el largo abrazo a Macri es menos el abrazo a un presidente saliente que el abrazo a todo un sector de la ciudadanía que todavía se siente representado por él. A través de este abrazo, Alberto se ofrece como puente entre las dos argentinas que el macrismo también prometió unir, aunque solo retóricamente.

Sabemos que los intereses de algunos sectores minoritarios, contrapuestos con el bienestar social de las mayorías, vuelve imposible una reconciliación completa de la sociedad, pero también sabemos que el macrismo (o tal vez sea más preciso hablar de 'el antikirchnerismo') se nutre en su mayoría de sectores de la población que han sido olvidados por las políticas del Estado macrista, o que las han sufrido en carne y hueso. A estos abraza Alberto, en una apuesta por acercarse a ellos a través de su presidente saliente, aunque sin ignorar -queremos creer- que el único modo de diluir estos rencores mediáticamente diseñados es volviendo efectiva la mejora de la vida cotidiana que el proyecto macrista se ocupó de deteriorar.

La articulación democrática

Alberto no es un líder, es un articulador. Lo ha sido siempre, y su capacidad para articular la unidad del peronismo rubrica la sabiduría detrás de su elección como candidato. Su poder no reside en las voluntades que le son leales y obedientes, sino en su capacidad para encontrar equilibrios negociados entre intereses contrapuestos. Lo que deja entrever su discurso en el Congreso es que intentará trasladar esta forma de construcción política al Estado. Para cada uno de los principales ejes de debate en la Argentina, el nuevo presidente propone conformar mesas de trabajo que integren a los distintos sectores involucrados: el Plan Integral Argentina contra el Hambre, los Acuerdos Básicos de Solidaridad en la Emergencia, el Pacto Educativo Nacional, el Acuerdo Estratégico para el Desarrollo, y el Consejo nacional para el reclamo por Malvinas.

Alberto no busca erigirse en líder, sino que se ofrece como articulador. En su discurso dejó en claro que el objetivo superior de estas mesas políticas sería un Nuevo Contrato de Ciudadanía Social, el cual, según su propia definición, supondría "unir voluntades y articular al Estado con las fuerzas políticas, los sectores productivos, las confederaciones de trabajadores, los movimientos sociales, que incluyen al feminismo, a la juventud, al ambientalismo... al entramado científico-tecnológico y a los sectores académicos."

Una de las grandes flaquezas democráticas del sistema republicano argentino es la figura presidencial, que no es otra cosa que un resabio monárquico. Por oposición, la imagen arquetípica de la democracia real es la plaza, la asamblea pública, el espacio abierto al diálogo y a la negociación. La particular configuración jurídica de la Argentina, copiada del molde estadounidense, ha llevado a que solo los liderazgos fuertes puedan avanzar en políticas distributivas que tocan los intereses de las minorías económicamente poderosas. El problema de concentrar las esperanzas de las mayorías en liderazgos fuertes es que estos no están exentos de puntos débiles: se encuentran demasiado expuestos a los errores y a las derivas autoritarias, y son blanco fácil para los ataques mediáticos. De consolidarse las mesas de negociación que propone Alberto, estas no solo podrían evitar estos males, sino que podrían llegar a significar un grado superior de democratización de la dinámica del Estado en la Argentina (uno se ve tendado a preguntarse aquí: ¿tendrá todo esto algo que ver con la "nueva arquitectura institucional" de la que hablara Cristina en su ponencia en CLACSO?).

El gran riesgo de las mesas de negociación es su potencial estancamiento. Toda negociación supone poner en juego privilegios. Tras cuatro años de acumulación de privilegios por parte de la minoría económicamente poderosa del país, ¿cuánta voluntad democrática habrá para aceptar ceder riqueza en beneficio de las mayorías empobrecidas? Paradójicamente, en la desigual coyuntura actual, la única herramienta que tendrá a mano el nuevo presidente para confrontar con los sectores que se nieguen al diálogo democrático son las millones de voluntades colectivas e individuales que se nuclean bajo el liderazgo fuerte de Cristina.

El segundo juramento

A las 12:00 hs, ante el pleno del Congreso, Albertó juró como presidente. Esta fue su primera jura. La fórmula que eligió fue "que Dios y la patria me lo demanden". Tras él juró la vicepresidenta. Su fórmula: "que Dios, la patria y el pueblo -como siempre- me lo demanden". La diferencia entre ambas tiene implicancias. Para Cristina, el pueblo es un interlocutor fundamental en el debate político. Cristina sabe que ella ha vuelto al gobierno porque así lo ha decidido el pueblo, aquella multitud de voluntades y anhelos que la acompañaron y la sostuvieron emocionalmente incluso contra el sentido común mediático, en medio de una estigmatización salvaje y de una inclaudicable persecución mediático-judicial. Pero Cristina también sabe que si Alberto ha llegado a la presidencia se debe a ella. No solo porque ha sido ella quien lo ungió como candidato; no solo porque su victoria electoral se sustenta sobre una mayoría de votos que le pertenecen. A diferencia de Alberto, Cristina sí es una líder; ella, a través de sus luchas y de sus políticas efectivas sí ha logrado encarnar los deseos y las esperanzas de un amplio sector de la sociedad que confía en su capacidad política y no duda de su lealtad para con ellos. Fueron estos sectores de la sociedad los que se convocaron a Plaza de Mayo para celebrar. Tanto es así que mientras atardecía, cuando la nueva pareja presidencial avanzó a través de la pasarela que los condujo hasta los márgenes de la multitud, la gente la esperaba a ella antes que a Alberto. La música que antecedió el encuentro dejó algunos guiños con temas como "Avanti morocha" o "Ella vendrá". De hecho, el recurrente canto "Presidente, Alberto presidente" no lograría ocultar que aquella multitud se había convocado para abrazarse con Cristina. Alberto era un invitado de honor, pero invitado al fin. La misma Cristina lo dejó entrever: "¿Se acuerdan aquella noche maravillosa del 9 de diciembre de 2015, cuando nos despedimos en esta plaza?" La nostalgia por el reencuentro, que sobrevoló el primer segmento de su discurso, lo dejaba afuera a Alberto, por aquel entonces opositor. Pero más significativo fueron las palabras centrales de la vicepresidenta, dirigidas ya no a la gente, sino a su compañero de fórmula: "Presidente, no se preocupe por las tapas de un diario, preocúpese por llegar al corazón de los argentinos, y ellos siempre van a estar con usted. Nunca lo olvide." A su manera, Cristina le trasladaba a Alberto su propio juramento: "que el pueblo se lo demande".

Alberto ya había prestado juramento frente al Congreso y venía de juramentar a sus ministros. Cristina, frente al pueblo (que es 'su' pueblo en términos de ascendencia política), lo juramentaba a él. Con palabras, le otorgaba sus virtuales atributos de líder: una banda y un bastón invisibles, que todos quienes estuvieron en la plaza supieron ver, o intuir. "Yo sé muy bien, lo mismo que Cristina, a quiénes estamos representando. Estamos representando a los que padecen, a los que sufren, a los que se quedaron sin trabajo, a los que se quedaron sin escuela, a los que deambulan por esta ciudad buscando el techo de un banco para pasar una noche. A todos ellos representamos." Ese fue el segundo juramento de Alberto, esta vez frente al pueblo.

Por si quedaba alguna duda acerca de la sociedad política que ambos acababan de institucionalizar, Alberto compartió la razón de su ruptura con Cristina en 2008: "Nos habíamos distanciado por formas o por modos", dijo. Una diferencia de formas, a su entender, no de contenidos. Con esta confesión Alberto confirmaba su aprobación (hasta entonces, todavía en duda) al contenido de los dos gobiernos de Cristina, y al mismo tiempo se situaba como sucesor del proyecto kirchnerista. Todo esto, como si lo sintiera propio, como si él mismo hubiese sido parte de los logros del pasado: "Cuatro años escuchamos decir que nosotros no volvíamos más, pero esta noche volvimos y vamos a ser mejores". Aunque a decir verdad su retorno al kirchnerismo no tiene más de dos años, el gran articulador aseguró frente a la multitud que se siente parte de ese pasado al cual se supo oponer, y se ofreció como puente entre este y el futuro que él mismo anhela construir. 

Con los discurso concluidos, lo que siguió fue Ji, ji, ji, estallando sobre un cortinado de fuegos artificiales. Más tarde el pueblo, que acababa de instituir a su nuevo presidente, comenzó a desandar las largas avenidas, seguro de que el único traspaso de mando que importa acababa de concluir.

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