Hacía tiempo que no me sentía tan anacrónico. Volví a las tareas editoriales. Volví a hilvanar una revista digital. Volví al placer que produce seleccionar y ordenar astillas del mundo y ofrecerlas libremente a nadie, sin otro objetivo que el placer de hacerlo. Análisis, poesía, recortes y viñetas. De eso se trata Diario della 40N. Una revista de tirada caprichosa y sin compromisos, que, así como viene la cuarentena, probablemente salga con más frecuencia de lo que inicialmente esperaba.
Les dejo el vínculo de descarga y el primero -y probablemente último- editorial que escribiré para este proyecto:
Editorial
Desde pequeño me gustó jugar al editor. Mi primera revista fue escrita en una vieja Remington, ilustrada a mano y montada a golpe de abrochadora. Aquel proyecto editorial supuso mi primera investigación periodística: un viaje en bicicleta hasta la biblioteca del barrio para pedir un tomo de enciclopedia sobre Gengis Kan. Nota exclusiva con el bárbaro huno.
Con el tiempo volví a tantear las tareas editoriales con la brevísima pero muy entusiasta Bad English, una revista en inglés rebosante de creatividad pero que a nadie podía interesar más que a las retorcidas cabezas que la creamos. Años más tarde, en alguna curva de la vida llegó un trabajo en serio. Durante casi siete años alterné entre la edición general y la edición de colecciones de Revista Exégesis, que muy ampulosamente denominábamos "la publicación de narrativa gráfica online más longeva del mundo de habla hispana". Si una certeza me queda de aquella experiencia, es que todos los que de alguna manera pasaron por sus páginas la recuerdan con cariño.
Aquellos fueron los años dorados de la web 2.0, cuando los blogs y las revistas digitales todavía tenían resonancia. Las redes sociales no tardaron en cruzarse en el camino, sacudiendo y fragmentando toda esa esmerada estructura de consumo cultural. La poca resistencia que queda frente a la vorágine atomizadora de las redes hoy migró a las comunidades de interés: los foros de debate político, las plataformas de creadores de cómics, los grupos de poesía... En el camino se perdió la belleza del collage, la tensión de lo múltiple que convive en un mismo espacio, pero sobre todo, la sorpresa del acto de curaduría. En la red, el trabajo de editor es una reliquia inverosímil, enterrada bajo varios pies de retuits y de memes. Esta certeza, sin embargo, no le quita su verdad creadora. Cierto, hoy cada uno es su propio curador, ¿pero es eso necesariamente mejor? Entrar a un tenedor libre y elegir los platos que a uno se le antoja puede tener su encanto, pero también lo tiene dejarse sorprender por el cheff de turno. Es lo que se extraña por momentos. Sobre todo hoy. Sobre todo en días de cuarentena, cuando la vida se digitaliza y todo lo que se encuentra de este lado son fragmentos inconexos, átomos dispersos, hilos sin conductor. Seguro ha de haber algo muy humano en este placer casi obsesivo por conectar, ordenar y unificar lo diverso. No me dentendré a analizarlo. Alcanza con decir que fue intentando recuperar este goce primitivo que nació esta publicación, que no tiene otro propósito que mantenerme entretenido mientras el mundo de desgaja lentamente, y yo me quedo en casa, haciendo lo que me gusta hacer.
Les dejo el vínculo de descarga y el primero -y probablemente último- editorial que escribiré para este proyecto:
Editorial
Desde pequeño me gustó jugar al editor. Mi primera revista fue escrita en una vieja Remington, ilustrada a mano y montada a golpe de abrochadora. Aquel proyecto editorial supuso mi primera investigación periodística: un viaje en bicicleta hasta la biblioteca del barrio para pedir un tomo de enciclopedia sobre Gengis Kan. Nota exclusiva con el bárbaro huno.
Con el tiempo volví a tantear las tareas editoriales con la brevísima pero muy entusiasta Bad English, una revista en inglés rebosante de creatividad pero que a nadie podía interesar más que a las retorcidas cabezas que la creamos. Años más tarde, en alguna curva de la vida llegó un trabajo en serio. Durante casi siete años alterné entre la edición general y la edición de colecciones de Revista Exégesis, que muy ampulosamente denominábamos "la publicación de narrativa gráfica online más longeva del mundo de habla hispana". Si una certeza me queda de aquella experiencia, es que todos los que de alguna manera pasaron por sus páginas la recuerdan con cariño.
Aquellos fueron los años dorados de la web 2.0, cuando los blogs y las revistas digitales todavía tenían resonancia. Las redes sociales no tardaron en cruzarse en el camino, sacudiendo y fragmentando toda esa esmerada estructura de consumo cultural. La poca resistencia que queda frente a la vorágine atomizadora de las redes hoy migró a las comunidades de interés: los foros de debate político, las plataformas de creadores de cómics, los grupos de poesía... En el camino se perdió la belleza del collage, la tensión de lo múltiple que convive en un mismo espacio, pero sobre todo, la sorpresa del acto de curaduría. En la red, el trabajo de editor es una reliquia inverosímil, enterrada bajo varios pies de retuits y de memes. Esta certeza, sin embargo, no le quita su verdad creadora. Cierto, hoy cada uno es su propio curador, ¿pero es eso necesariamente mejor? Entrar a un tenedor libre y elegir los platos que a uno se le antoja puede tener su encanto, pero también lo tiene dejarse sorprender por el cheff de turno. Es lo que se extraña por momentos. Sobre todo hoy. Sobre todo en días de cuarentena, cuando la vida se digitaliza y todo lo que se encuentra de este lado son fragmentos inconexos, átomos dispersos, hilos sin conductor. Seguro ha de haber algo muy humano en este placer casi obsesivo por conectar, ordenar y unificar lo diverso. No me dentendré a analizarlo. Alcanza con decir que fue intentando recuperar este goce primitivo que nació esta publicación, que no tiene otro propósito que mantenerme entretenido mientras el mundo de desgaja lentamente, y yo me quedo en casa, haciendo lo que me gusta hacer.
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