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Milei-nismo cultural

Milei contra el marxismo cultural en la educación pública: de Hitler a Bolsonaro, pasando por el supremacismo blanco.

Javier Milei no es exactamente un espíritu creativo, lo cual no cuenta solamente para su probada tendencia al plagio literario. Mucho más fructífera ha resultado su capacidad para apropiarse estratégicamente de conceptos de honda significancia política. Su lucha contra la "casta política," por ejemplo, fue la paradójica apropiación de una de las ideas fuerza de partido izquierdista español Podemos (la diferencia entre ambas conceptualizaciones es anecdótica: Podemos acabó metamorfoséandose con la casta, mientras Milei solo rechaza los rostros socialdemócratas de la misma). Bueno para las apropiaciones, hace tan solo una semana el candidato promagnates aprovechó el contexto de la Feria del Libro para hacer gala de una nueva incorporación conceptual, esta vez de tradición claramente derechosa: la noción de "marxismo cultural". Dijo Milei:

"La educación pública es una máquina de lavar cerebros. Te viven adoctrinando... Yo digo: Si hay algo que les puedo asegurar es que en mi gobierno no va a haber marxismo cultural".

La referencia al marxismo cultural no es una novedad en la política regional. El día de su asunción como ministro de Educación de Jair Bolsonaro, el teólogo Ricardo Velez Rodríguez llamó a combatir al "marxismo cultural presente en la enseñanza superior". Tiempo después, su remplazo, el economista Abraham Weintraub, reiteró la intención de "vencer el marxismo cultural de las universidades". Como no podía ser de otro modo, esta cruzada cultural se expresó en un recorte del 30% a las universidades públicas brasileñas. En la Argentina, Javier Milei cumple en asociar educación pública con lavado de cerebros y marxismo cultural. Fue también en la Feria del Libro donde conjeturó que su amplia base de seguidores jóvenes se explica porque la juventud tiene "menos tiempo de exposición al lavado de cerebro de la educación pública" (alguien con un mínimo de maldad podría decir que un menor nivel educativo solo vuelve a los jóvenes más vulnerables a mensajes cuyo peso emotivo los distrae de su fragilidad argumental; pero la victoria electoral de Jair Messias Bolsonaro en Brasil nos obliga a rechazar la humorada).

Según la estudiosa brasileña Iná Camargo Costa, el concepto de marxismo cultural comenzó a utilizarse en los EEUU a comienzos de los años '90 de la mano de grupos fundamentalistas cristianos y de extrema derecha. En aquel país, explica Tanner Mirrlees, "durante casi tres décadas, desde paleo-conservadores hasta neo-Nazis, todos han utilizado la frase 'marxismo cultural' como una suerte de cuco anti-estadounidense, símbolo de cada grupo liberal o izquierdista frente al cual se define la derecha". De este modo, la acusación de marxismo cultural se ha convertido en "un epiteto para las identidades, valores, ideas y prácticas progresistas que los reaccionarios creen responsables de haber empeorado los EEUU". Mirrlees, norteamericano, está pensando en el supremacismo blanco y la alt-right (derecha alternativa) estadounidense, que supo ganar centralidad con la llegada de Donald Trump al poder. La preocupación de Camargo Costa, en cambio, responde al novedoso escenario de disputa cultural que se inauguró en Brasil tras la victoria de Jair Messias. Pero como la propia investigadora deja en claro, la noción de marxismo cultural hunde sus raíces más allá del suelo agitado por las nuevas derechas norteamericanas y sus epígonos regionales. Sus orígenes pueden rastrearse hasta el concepto de "bolchevismo cultural" (kulturbolschewismus) agitado por el propio Hitler para denunciar a los diversos movimientos culturales modernistas del período de entreguerras, cuyas "inmundas producciones" corrían el riesgo de debilitar los valores tradicionales del nacionalismo alemán.

Para Camargo Costa, la aversión del líder nazi iba dirigida tanto a las experiencias culturales desarrolladas por los socialdemócratas como a las de los bolcheviques. La etiqueta de "bolchevismo cultural" se adosaba de modo indistinto a todo aquello que podía asociarse con un ideario político y cultural progresista. Después de todo, el pensamiento hitleriano no es otra cosa que un acto de rebeldía radical contra el humanismo judeocristiano, y fue este antihumanismo visceral el que empujó a Hitler a entremezclar socialdemocracia, comunismo y vanguardias estéticas bajo el vago rótulo de "bolchevismo cultural," como si estas dispares expresiones constituyeran un mismo y único demonio. Bolsonaro ha hecho gala de una ceguera semejante hacia los matices políticos cuando definió al gobierno de Alberto Fernández como "comunista"; y lo propio le cabe a Milei, quien acusó a Rodríguez Larreta de "zurdo" y "colectivista". No estamos ante una falta de rigurosidad conceptual, sino ante una igualación fundada en el odio: todo lo que se aborrece acaba compactado dentro de una única y multiforme categoría. Claro que esta similitud configura el punto de contacto menos preocupante entre estas distintas derechas.

En su Mein Kampf, Hitler se declaró fiel al "principio aristocrático de la Naturaleza," razón por la cual convocó a "fomentar la preponderancia del más fuerte y a exigir la supeditación del inferior y del débil". Resulta comprensible entonces que los principales enemigos del proyecto hitleriano fuesen los valores humanistas de igualdad y solidaridad, cuya expresión política en el imaginario del dictador alemán se le atribuía al marxismo. Cámbiese "Naturaleza" por "mercado," y "preponderancia del más fuerte" por "meritocracia," y nos encontraremos con una estructura de valores equivalente a la que proponen buena parte de las ultraderechas autóctonas: desde Bolsonaro a Milei, pasando por las nuevas derechas globales; sea que su credo personal se fundamente en principios naturales o de mercado, todos defienden una estructura social aristocrática, todos se perciben en guerra contra los valores humanistas de igualdad y solidaridad, y todos codifican estos valores detrás del cuco "marxista".

En Brasil, uno de los principales ideólogos del concepto de marxismo cultural ha sido Olavo de Carvalho, filósofo y astrólogo cristiano para quien el rock es satanista y la Tierra plana. En un artículo seminal publicado en O Globo en 2002, De Carvalho escribió que luego de que el internacionalismo proletario fracasara durante la Segunda Guerra, el pensamiento de Antonio Gramsci inauguró un nuevo tipo de marxismo, el cual, "en vez de transformar las condiciones sociales con el fin de cambiar las mentalidades, se proponía cambiar las mentalidades para transformar las condiciones sociales". Para De Carvalho, este nuevo marxismo se propuso "destruir la cultura occidental," para lo cual "serían los intelectuales, en lugar del proletariado, la clase revolucionaria elegida". En la narrativa de De Carvalho, este proyecto diabólico alcanzó su punto climático con el modelo deconstructivista de Derrida, definido por el ideólogo brasileño como "una charlatanería académica que permite impugnar todos los productos de la inteligencia humana como engaños perversos con los que los machos blancos oprimen a mujeres, negros, gays y demás, incluidos animales domésticos y plantas". La actriz brasileña Regina Duarte, nombrada secretaria especial de Cultura por Bolsonaro, supo sintetizar esta concepción de un modo todavía más contundente, al acusar al marxismo cultural de "enfrentar a negros contra blancos, a mujeres contra hombres, a homosexuales contra heterosexuales". Abrevando en las ideas de De Carvalho, Duarte explicó que, una vez fracasado el comunismo soviético, el marxismo habría sustituido el "divisionismo" de clases por un divisionismo étnico y sexual. Que se entienda: ahí donde el pensamiento crítico ve desigualdades sociales y relaciones de opresión, estas nuevas derechas denuncian narrativas divisionistas que atentan contra el status quo occidental, el cual es percibido como natural, e incluso deseable. Es desde este marco teórico que Bolsonaro declaró, el día de su asunción: "No podemos permitir que ideologías dañinas dividan a los brasileños, ideologías que destruyen nuestros valores y tradiciones, destruyen a nuestras familias, la base de nuestra sociedad".

Sin nombrarlos, Bolsonaro hacía referencia al feminismo y a los movimientos LGBT, a los cuales percibía como elementos sociales dañinos que es necesario extirpar para la salud del Brasil. Los movimientos raciales, de clase y de género permiten visibilizar tensiones sociales, desigualdades y privilegios ante los cuales estas nuevas derechas ven peligrar su propia existencia. No es de extrañar entonces que estos grupos opten por victimizarse, que mastiquen rencor en sus comunicaciones y que llamen a enarbolar con orgullo la bandera de su identidad. Un ejemplo transparente de esta respuesta defensiva son los nombres con los que la alt-right norteamericana se presenta en sociedad: Identity EvropaAryan Nations, Proud Boys o Blue Lives Matters, entre muchos otros. Cada uno ofrece un campo de batalla simbólico donde su derecho a existir parece haber sido vulnerado por los movimientos críticos: la raza blanca que corre el riesgo de ser borrada por la interracialidad, la masculinidad que tambalea frente al desafío de las mujeres, los policías blancos que son criminalizados por combatir a los delincuentes negros. Nuestra ultraderecha nacional acompaña en el sentimiento. En la Feria del Libro, el recurso al orgullo racial y sexual combativo, anclado en el rencor, también se hizo presente en las palabras de Javier Milei cuando enfatizó: "No voy a pedir perdón por tener pene. No tengo por qué sentir vergüenza de ser un hombre blanco, rubio, de ojos celestes". 

La distancia entre los supremacistas estadounidenses y los ultraderechistas argentinos todavía es grande, por lo menos en términos de prácticas violentas: mientras los primeros asesinan afroamericanos convencidos de que la europeidad blanca está en riesgo, por el momento Milei se contenta amenazando con aplastar a quienes no se alinean con su pensamiento, aunque se encuentren en sillas de ruedas. Está claro que el derecho a portar armas que proclaman, de concretarse, podría angostar esta distancia. En todo caso, el predominio del odio sobreideologizado por sobre los gestos de humanidad y compasión se ha consolidado en la esfera comunicacional nacional, con riesgos indudables para una convivencia democrática de la cual la ultraderecha promagnates descree abiertamente. En la Argentina, este odio no solo se ha volcado sobre las definiciones político-partidarias, sino que ha sabido salir en defensa de violadores (como en el caso Fardin), y ha llegado a legitimar atentados (como el ataque a la radio del Olimpo) e incluso asesinatos (como el del mapuche Rafael Nahuel). 

Cuando el orgullo se intersecta con la racialidad, como en las declaraciones de Milei ("No tengo por qué sentir vergüenza de ser un hombre blanco"), resulta imposible esquivar las reminiscencias nazis. Si bien el racismo social del promagnate argentino no es equiparable al racismo biologicista de Hitler, la estructura de odio y rencor sobre la cual se montan ambos es coincidente. No debe sorprender entonces que ambos identifiquen como su enemigo común a un vago "marxismo" que le será atribuido a todo adversario político que ose convocar valores como los de igualdad, compasión y solidaridad. Dado que el Estado de Bienestar se basa en estos preceptos, se comprende que Milei defina como "violento" a aquel Estado que recolecta y gestiona los recursos que le permiten distribuir de modo más o menos equitativo salud, seguridad, infraestructura y educación. También resulta comprensible su desprecio por la educación pública. De todas las instituciones de gestión estatal, si existe una donde se reproducen formas de gestión colectiva y se valorizan la gratuidad y las lógicas no mercantilistas, esta es la escuela pública. Su identificación con el marxismo cultural va entonces más allá de los contenidos que imparte la escuela, y apuntan a la estructura misma del sistema educativo. "Como es sabido, desde hace mucho tiempo he estado a favor de la privatización de este sector," señaló Milei en alguna oportunidad, agregando: 

"Un argumento fuerte a favor de la privatización tiene que ver con los valores inculcados por nuestro sistema de educación pública. Cualquier institución tiende a expresar sus propios valores y sus propias ideas; nuestro sistema de educación pública es una institución socialista. Una institución socialista enseñará valores socialistas, no los principios de la empresa privada".

Alguna vez, Jair Bolsonaro tuiteó: "El adoctrinamiento ideológico en las instituciones de enseñanza forma militantes políticos en vez de ciudadanos sensatos preparados para el mercado del trabajo". El tuit había sido motivado por la imagen de dos recién graduados que desplegaban una bandera donde se leía: "Fascistas, racistas, machistas y homofóbicos: no pasarán". En la sociedad soñada por Jair Messias, no es sensato denunciar el fascimo, el racismo, el machismo y la homofobia. En la sociedad soñada por Milei, tampoco. No es casual que ambos coincidan en sus líneas centrales con la sociedad soñada por los supremacistas norteamericanos y aun por el propio Hitler, cuyo pensamiento nunca fue del todo enterrado y hoy comienza a descubrirse más contemporáneo que nunca.



Comments

Anonymous said…
Milei me hace acordar mucho al pibe de La naranja mecánica. Parece que ahora que es grande quiere destruir a gran escala, no a negocios y casas como hacía de chico.

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