El microrrelato es una forma que me fascina pero que rara vez practico. Me enteré de un concurso de microrrelatos de terror un día antes de que cerrara la fecha de entrega, y realmente me costó conjurar a las musas. El relato de terror, confieso, no me atrae demasiado. Probé con variaciones de dos temas que no voy a adelantar para no anticipar los desenlaces. El primer relato, que fue el que más me convenció, no daba con el número de palabras y era imposible de reducir. Así que lo publico acá. Los otros ejercicios que entraron en el concurso pueden leerse siguiendo los siguientes links: acá, acá, acá, o acá.
RICOS RICOS
La habían atado de manos a una silla vieja y rechinante. Habían cerrado las gruesas persianas y el cuarto adquirió un carácter turbio en la oscuridad. En la otra punta estaba su marido, sacudiéndose inútilmente, con el moisés del bebé a los pies.
-Yo era un chico de la calle y lo único que quería era tocar al bebé, que se veía tan limpio y tan bonito –dijo Marcos, su rostro en penumbras.
Su hijo mayor estaba sentado del otro lado de la mesa, mirándola con ojos húmedos y aterrados. Le habían tapado la boca y tenía el filo de la cuchilla de Marcos ajustándose contra su yugular.
-¿Cuántos años tiene ahora el nene? ¿Seis, siete? Más o menos la misma edad que yo tenía entonces -continúo Marcos, con voz rencorosa.
El olor que llegaba de la cocina se hacía cada vez más intenso y nauseabundo.
-Me dijiste que estaba destinado a ser un delincuente, ¿te acordás? –siguió Marcos-. Y tuviste razón. ¿Pero quién iba a pensar que vendría a dar con tu casa alguna vez?
Ella se esforzaba por mantener los ojos abiertos para calmar a su hijo, pero cada tanto el horror la superaba y juntaba sus párpados echando a rodar dos caudalosos lagrimones.
-Acá viene el plato del día –oyó que Marcos decía, mientras alguien le ponía una bandeja frente a ella.
Se trataba de trozos humanos hervidos y adornados con una hojita de laurel.
-Me dijiste que era un muerto de hambre, y eso también era verdad. Pasé mucha hambre de chico; pero ya no –sentenció Marcos, con furia.
Ella quiso gritar y sacudirse, pero quedó paralizada. Él tomó un trozo de carne con la punta del cuchillo y se lo llevó a la boca. Luego volvió a presionar el cuchillo contra en niño.
-Si no comés, lo mato –dijo.
Ella bajó la cabeza y comenzó a masticar, pero el asco le provocó arcadas y terminó vomitando un líquido blanquecino y maloliente sobre sus piernas.
-¿Qué pasa? ¿No son ricos los ricos? –preguntó Marcos- ¿O es esta familia la que no sabe bien?
La habían atado de manos a una silla vieja y rechinante. Habían cerrado las gruesas persianas y el cuarto adquirió un carácter turbio en la oscuridad. En la otra punta estaba su marido, sacudiéndose inútilmente, con el moisés del bebé a los pies.
-Yo era un chico de la calle y lo único que quería era tocar al bebé, que se veía tan limpio y tan bonito –dijo Marcos, su rostro en penumbras.
Su hijo mayor estaba sentado del otro lado de la mesa, mirándola con ojos húmedos y aterrados. Le habían tapado la boca y tenía el filo de la cuchilla de Marcos ajustándose contra su yugular.
-¿Cuántos años tiene ahora el nene? ¿Seis, siete? Más o menos la misma edad que yo tenía entonces -continúo Marcos, con voz rencorosa.
El olor que llegaba de la cocina se hacía cada vez más intenso y nauseabundo.
-Me dijiste que estaba destinado a ser un delincuente, ¿te acordás? –siguió Marcos-. Y tuviste razón. ¿Pero quién iba a pensar que vendría a dar con tu casa alguna vez?
Ella se esforzaba por mantener los ojos abiertos para calmar a su hijo, pero cada tanto el horror la superaba y juntaba sus párpados echando a rodar dos caudalosos lagrimones.
-Acá viene el plato del día –oyó que Marcos decía, mientras alguien le ponía una bandeja frente a ella.
Se trataba de trozos humanos hervidos y adornados con una hojita de laurel.
-Me dijiste que era un muerto de hambre, y eso también era verdad. Pasé mucha hambre de chico; pero ya no –sentenció Marcos, con furia.
Ella quiso gritar y sacudirse, pero quedó paralizada. Él tomó un trozo de carne con la punta del cuchillo y se lo llevó a la boca. Luego volvió a presionar el cuchillo contra en niño.
-Si no comés, lo mato –dijo.
Ella bajó la cabeza y comenzó a masticar, pero el asco le provocó arcadas y terminó vomitando un líquido blanquecino y maloliente sobre sus piernas.
-¿Qué pasa? ¿No son ricos los ricos? –preguntó Marcos- ¿O es esta familia la que no sabe bien?
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