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Marcela y Felipe Noble: Los derechos de una identidad ficcionada

Por enésima vez oigo a Anzorreguy, abogado de Marcela y Felipe Noble, asegurar que la constitución  amparaba a sus defendidos en su derecho de mantener la privacidad y la identidad. Ahora que la presión social parece haber llevado a ambos jóvenes a aceptar la extracción de sangre voluntaria que permitirá saber si son o no hijos de desaparecidos, Anzorreguy continúa insistiendo en el derecho constitucional de sus defendidos a no conocer su verdadera identidad. Mi pregunta es, ¿cómo es posible defender un derecho a la identidad cuando es la misma identidad de uno lo que está en duda? ¿Desde qué lugar puede uno reclamar derechos a la privacidad e identidad cuando existe la posibilidad de que uno esté viviendo una ficción en la cual cree ser alguien que no es?
Un caso paradigmático ha sido el de Victoria Montenegro, nieta recuperada que se negó a las extracciones voluntarias durante años; pero quien, tras un duro aprendizaje, acabó asumiendo su nueva identidad y hoy es quien aquella que había sido no quería ser. Al parecer, es posible suponer que en una persona apropiada conviven dos identidades disociadas aplicadas a un mismo sujeto de derecho. Siempre hubo una Victoria originaria y primordial, que era aquella Victoria a quien su historia le había sido sustraída, y una ‘Victoria’ ficcionada, construida (incluso a través de otro nombre) durante décadas de mentiras y manipulaciones. El derecho puede amparar a ambas, es cierto, pero cuando cuando el derecho de una entra en conflicto con el de la otra, ¿cuál debería tener prioridad? Las preguntas antes formuladas apuntaban a esto: ¿Podía esta segunda ‘Victoria’ haber estado en condiciones de tomar decisiones como un adulto autónomo e integral en lo que respecta a su identidad? ¿O sus decisiones no eran sino el resultado de una identidad ficcionada y por lo tanto no aplicable a los derechos constitucionales? Mi respuesta se vuelca claramente hacia la segunda opción.

Es por eso que ‘Marcela y Felipe’ Noble jamás podrán reclamar su derecho a la identidad hasta no establecer sin dudas quiénes son en realidad. Algo que, por lo pronto, suena tan lógico y evidente, que parece mentira que haya personas capaces de proponer otra cosa. 

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