Podría decirse que vivir en pareja es una forma de compartir soledades. Esta certeza algo existencialista no exime a la vida compartida de sus bellezas, entre ellas, la sospecha de que es el único modo de llegar a conocer y comprender de verdad a alguien que no somos nosotros (suponiendo que algo así como comprendernos a nosotros mismos sea posible). Es cierto que no suelo escribir sobre temas personales, pero hoy que se cumplen doce años de haber firmado un contrato matrimonial a la antigua (es decir, sin cláusula de división de bienes), se me ha dado por reflexionar sobre el tema. Seguramente no me cuento entre las personas que se entusiasman con estas cosas, pero es una costumbre en nuestra cultura valorar y conmemorar aniversarios. Y puestos a esto, no pude evitar recordar que en cuatro meses se cumplirán veinte años desde que conocí a Flavia, y veinte años son una cantidad tal que sí ameritan un poco de atención. Admito que suena desafectado, y seguramente lo es; pero es mi costumbre no afectar innecesariamente las cosas. Prefiero dejar los afectos para la convivencia (donde sobran), y para el arte (cuando sale). Hoy, a modo de recordatorio, le obsequié a Flavia una página en tono poético que había dibujado en nuestras últimas vacaciones. Compartir esa página era la excusa de esta entrada, pero no es sino ahora mismo, mientras escribo, que tomo conciencia de que esta página no hace otra cosa que honrar las soledades compartidas con las que comencé esta nota. Magnífica coincidencia. Lo suficientemente mágica como para conmemorar estos 20 años de soledad. Una soledad a medias. O, mejor dicho, a cuartos: después de todo, es sabido que cuando la gente se siente sola, se mete en la cama… y se multiplica.
E n su 'Genealogía de la Moral', Nietszche proponía la lúcida hipótesis de que las palabras de contenido moral fueron acuñadas por las clases poderosas como un modo de denominarse a sí mismas y de caracterizar sus acciones. Luego, tras la decadencia de esas clases dominantes, las palabras habrían quedado ligadas únicamente a valoraciones morales. Como la mayoría de los ejemplos que da Nietszche provienen del alemán, del inglés o del griego, me tomé el atrevimiento de investigar acerca del origen de los términos ‘bueno’ y ‘malo’ en el castellano. Tal vez mis conclusiones sean apresuradas dado mi escasa (está bien, mi nula) preparación filológica, pero por lo menos, he dado con algunas relaciones sugestivas. A saber: La palabra ‘bueno’ proviene del latín ‘bonus’, que, entre sus muchas acepciones incluye la de ‘rico’, ‘adinerado’. Así parece haber sido utilizada por Cicerón, en “Video bonorum urbem refertam” (“Veo que la ciudad está invadida de ricos” –o, forzando la literalidad...
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