Al considerar una guerra, el costo humano debe ser medido y sopesado frente a lo que se gana de la guerra. De ambos lados de este balance van a surgir problemas, porque cuando se piensa en el costo humano, generalmente se hace una abstracción. Tantos y tantos muertos. Se da un número. La Segunda Guerra: 400 mil americanos muertos. La Guerra de Secesión: 600 mil. Pero 50 millones de personas murieron en la Segunda Guerra Mundial, en números. ¿Qué significa eso en términos humanos?Si realmente queremos hacer una valoración precisa de costos frente a beneficios, hay que mirar los costos, pero no como una abstracción o una estadística. Hay que mirar en términos de cada ser humano que murió, de cada ser humano que perdió un miembro, de cada ser humano que quedó ciego y de cada ser humano que sufrió dañado psicológico. Hay que poner todo en consideración cuando se hace este balance, antes de preguntarse: “¿Valió la pena? ¿Fue una guerra justa?” (…)Del lado de las ganancias hay que hacerse la misma pregunta que antes nos hacíamos acerca de la Guerra de la Independencia: ¿Quién ganó y quién no ganó en términos de división de clase? Qué dio esta clase y qué dio aquella. (…)¿Pero qué pasa con la Segunda Guerra Mundial y sus 50 millones de muertos? Seguro, nos deshicimos de Hitler. Nos deshicimos de la maquinaria militar japonesa y de Mussolini. ¿Pero acaso acabamos con el fascismo en el mundo? ¿Acabamos acaso con la militarización? ¿Acabamos con el racismo? ¿Acabamos con la guerra? Hemos tenido guerra tras guerra tras guerra. ¿Para qué murieron esas 50 millones de personas?Tenemos que repensar esta cuestión de la guerra. Deberían llegar a la misma conclusión que yo: la guerra no puede ser aceptada, sin importar el motivo. No importan las razones que se esgriman: libertad, democracia, esto, aquello… Por definición, la guerra es la matanza indiscriminada de enormes cantidades de personas de acuerdo con fines inciertos. Si pensamos en medios y fines, es posible tomar esta proposición ética y aplicarla a la guerra. Los medios son horripilantemente ciertos. Los fines son inciertos. Eso solo debería bastar para hacernos dudar.Luego, por supuesto, la gente siempre se hace esta pregunta: “Muy bien, ¿pero qué otra cosa podemos hacer?” ¿Qué otra cosa podemos hacer por la independencia o por de la esclavitud? (…) Se dice: “¿Qué hacemos con Hitler? Hay que hacer algo.” Estamos de acuerdo. Hay que hacer algo acerca de todas estas cosas. Hay que hacer algo para independizarse si se está oprimido. Hay que hacer algo contra la esclavitud, hay que hacer algo contra el fascismo. Hay que hacer algo contra todas estas cosas. Pero lo que no hay que hacer es una guerra. Si tenemos algo de ceso (y no estoy muy seguro de esto), se supone que somos listos. Claro que somos listos. Hay tantas posibilidades. Seguramente podemos entender que entre la guerra y la pasividad existen miles de posibilidades.Howard Zinn (2 de mayo de 2009) “Three Holy Wars.” The Progressive 100th Anniversary Speech.
E n su 'Genealogía de la Moral', Nietszche proponía la lúcida hipótesis de que las palabras de contenido moral fueron acuñadas por las clases poderosas como un modo de denominarse a sí mismas y de caracterizar sus acciones. Luego, tras la decadencia de esas clases dominantes, las palabras habrían quedado ligadas únicamente a valoraciones morales. Como la mayoría de los ejemplos que da Nietszche provienen del alemán, del inglés o del griego, me tomé el atrevimiento de investigar acerca del origen de los términos ‘bueno’ y ‘malo’ en el castellano. Tal vez mis conclusiones sean apresuradas dado mi escasa (está bien, mi nula) preparación filológica, pero por lo menos, he dado con algunas relaciones sugestivas. A saber: La palabra ‘bueno’ proviene del latín ‘bonus’, que, entre sus muchas acepciones incluye la de ‘rico’, ‘adinerado’. Así parece haber sido utilizada por Cicerón, en “Video bonorum urbem refertam” (“Veo que la ciudad está invadida de ricos” –o, forzando la literalidad...
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