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Los pobres de Macri, los pobres de Cristina, y los ricos


Ya hay datos oficiales de pobreza. No son datos alentadores. El INDEC visualiza 32,2% de pobres y 6,3% de indigentes. Exactamente 8.772.000 argentinos caídos debajo de la línea de pobreza. Los números se acercan de forma notoria a las estimaciones del Observatorio de la Deuda Social de la UCA, que en abril último había calculado un 32,6% de pobreza.

Esta vez, ya con los datos oficiales en mano, los representantes del oficialismo no escatimaron declaraciones por lo menos controversiales. “Este es el punto de partida sobre el cual acepto ser evaluado,” dijo el propio presidente, abonando a la retórica deshistorizadora que lo caracteriza y desatando la polémica. Revista Barcelona sintetizó su gambeta discursiva con un titular de antología: ‘Mauricio Macri asume la presidencia de la nación tras nueve meses de gestión’.

No menos irrespetuosa con el pasado reciente (el suyo), la vicepresidenta Gabriela Michetti confesó que “la pobreza cero no existe en ningún lugar del mundo”. Luego, en relación a las promesas de campaña… ¿Qué campaña?

Solo hay un terreno de la realidad política que el oficialismo acepta historizar: la gestión kirchnerista. Aunque mirar hacia atrás para justificar los males propios no parezca una estrategia de largo alcance, todo se facilita cuando uno es asistido por los principales periódicos, aquellos que imponen agenda y establecen el marco lógico y semántico que asumirá el resto de los medios.

Así, Clarín abordó los números de pobreza refiriéndose en tapa a “La magnitud de la crisis…”, mientras La Nación aclaró que “Macri dijo que fracasará si no la baja”. En el primer caso, se abona a la  teoría de que los nuevos números de pobreza deben sumarse a la ‘gran crisis’ económica dejada por el kirchnerismo; en el segundo, se asume como válida la estrategia del gobierno de desvincularse de su propia gestión.

Debatir la pobreza en la Argentina no es simple. Pero si existe verdadera voluntad de no caer en eslóganes vacíos y retóricas de contingencia, se imponen tres puntos fundamentales y una conclusión que es menester asumir antes de realizar cualquier apreciación sobre el tema. El primer punto es contra el kirchnerismo; el segundo, a su favor; el tercero, contra el macrismo; y la conclusión, como no podía ser de otra manera, es menos económica que política, y pone el ojo sobre el verdadero y último problema a debatir cuando de pobreza se trata: la riqueza. De eso van estas líneas.

Una en contra del kirchnerismo: La autocrítica sin fin

Se ha vuelto un lugar común reclamar autocrítica al kirchnerismo, como si se necesitara una derrota electoral para revisar los errores propios; como si la ausencia de ‘mea culpas’ mediáticos supusiera la falta de autoevaluación; o como si el kircherismo nunca hubiese corregido rumbos en base a una reevaluación de situación.

Claro que, forzado a impostar contraste, el macrismo ha hecho del reconocimiento del error, de la improvisación, y hasta de la incapacidad, una virtud. Pero no se requiere un master en comunicación para intuir que la admisión de las ineptitudes propias solo puede ser efectiva si se cuenta con un conglomerado de medios dispuesto a resaltar el error político como virtud y a no abalanzarse sobre las debilidades expuestas. Esta gracia no le fue concedida al kirchnerismo.

Y sin embargo, la necesidad de despejar el terreno antes de abordar el problema de la pobreza nos obliga a revisar la estrategia comunicativa del gobierno anterior frente al tema de la pobreza y a declararla un terrible y grosero error político.

La ausencia de índices oficiales desde el 2013 solo puede explicarse por la necesidad de enturbiar una discusión de por sí turbia. Con un Indec ajustado a los requerimientos del Ejecutivo desde 2007, la interrupción de unas estadísticas que ya venían siendo avaladas por el oficialismo no puede despertar sino sospechas.

Para enturbiar el terreno más aún, el índice multidimensional en el que venía trabajando el oficialismo hacia 2014 terminó archivado cuando sus resultados ascendieron a un 25%. La responsabilidad del caso recayó en Kicillof, entonces ministro de economía, quien justificó la ausencia de estadísticas por considerar que las mediciones de probreza son “estigmatizantes”. Por aquel entonces, el índice publicado por la UCA rondaba el 28,7%.

El traspié más sonoro tuvo lugar en junio del año pasado, cuando la FAO (la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura) premió a la Argentina por sus esfuerzos para acabar con el hambre. En su discurso ante el organismo, la presidenta Cristina Kirchner habló de un índice de pobreza del 5%. Mientras Kicillof aclaró que ese 5% se refería al índice de inseguridad alimenticia publicado por el organismo internacional (y por el cual la Argentina había sido premiada), un torpe Aníbal Fernández aseguró que el país tenía menos pobreza que Alemania.

En aquellos meses, y ante la ausencia de estadísticas oficiales, la UCA estimaba 26% de pobreza, la Ciudad 20%, la CGT 17,8%, y Artemio López 12,7%. Fue la torpeza comunicativa y el desdén con el que se abordaba un tema tan delicado lo que dejó el camino despejado para que Cambiemos hiciera de esta problemática un cínico caballito de batalla. Sin el negacionismo kirchnerista, es factible que no hubiese habido “Pobreza Cero”.

Valga la necesidad de autocrítica entonces: el kirchnerismo, que tantas políticas había articulado para mejorar la situación de los sectores más postergados, negaba la realidad de estos sectores, empujándolos a identificarse con el discurso esperanzador de un partido que no se preocupaba por sus reclamos.

Una a favor del kirchnerismo: La reducción de la pobreza fue real

Cuando el periodismo liberal propone mirar hacia atrás para culpar por los índices de pobreza al gobierno anterior, hay un dato que suele estar ausente del análisis. Aún asumiendo las estadísticas más conservadoras (como las de la UCA), el proceso kirchnerista redujo drásticamente la pobreza durante su primera etapa, ingresando en una meseta en torno a los 25 y 30 puntos a partir de la crisis internacional del 2007.

Si bien para el Observatorio de la UCA la reducción de la pobreza se detiene en 2011 y comienza a retroceder a partir de entonces, se trata de un retroceso gradual acompañado por crecimiento del empleo, lo que sugiere más un estancamiento antes que una disparada de la variable, que para 2015 llegaría a 29 puntos porcentuales según sus mediciones.

Para el Centro de Investigación y Formación de la CTA (Cifra), más próximo al gobierno de Cristina, el índice de pobreza a fines del ciclo kirchnerista era de 19,7%, a medio camino entre los datos de la UCA y los de Artemio López. A pesar de tratarse de un valor considerablemente alto, el informe de Cifra advertía que las distintas gestiones kirchneristas habían logrado “una reducción de 30 puntos porcentuales respecto del nivel de 2003,” lo que suponía “alrededor de 10 millones de personas” que habían podido de salir de la situación de pobreza gracias al kirchnerismo.

A diferencia de los datos de la UCA, que ubicaban el máximo descenso de la pobreza en 2011, el documento de Cifra aseguraba que la reducción de esta variable había sido “sistemática hasta 2014”, año en que “la devaluación y su acelerado impacto en el proceso inflacionario provocó un aumento del nivel de personas en situación de pobreza”.

Los investigadores de Cifra llamaban la atención sobre el hecho de que el único retroceso de los niveles de pobreza que ellos habían medido durante el kirchnerismo se había dado como consecuencia de una devaluación. Justamente, la medida que el macrismo proponía durante la campaña como solución a todos los problemas económicos.

Ya sea que sigamos los datos de la UCA o de Cifra, es posible indicar que si algo diferencia al proceso kirchnerista de los procesos que lo precedieron desde la llegada de la democracia es que el kirchnerismo no creó pobreza. En cualquier caso, es su incapacidad para profundizar la reducción de la misma más allá de cierto punto lo que debería juzgarse. Como veremos más adelante, esta discusión nos obligará a meternos de lleno en el terreno de la puja política.

Una en contra del macrismo: El aumento de la pobreza fue real

Cuando Macri pide ser juzgado por el 32,2% de pobreza de agosto, anula en un fugaz giro retórico nueve meses de gobierno, nueve meses marcados por decisiones económicas que impactaron directamente en los índices de pobreza que tanto parecen preocuparlo.

La eliminación del cepo cambiario y la devaluación del 60%, con un impacto directo en la inflación (estimada en 45% anual por el propio Prat Gay); la consecuente caída del consumo y de la producción; los despidos públicos y privados; el intento de tope a las paritarias y el hoy tambaleante tarifazo, que no tardó en trasladarse a precios; son todas estas medidas que impactan inevitablemente en el poder adquisitivo y empujan a porciones de la población por debajo de la línea de la pobreza.

La misma UCA contabilizó 1,4 millones de pobres puramente macristas tan solo en el primer trimestre del año (una proporción que al menemismo le llevó cuatro años generar). Para el segundo semestre, la desocupación, directamente relacionada con los índices de pobreza, creció 3,6 puntos según el Indec y 3,7 según el Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires. Con la inflación más alta desde la hiper alfonsinista, el poder adquisitivo de salarios, jubilaciones y asignaciones familiares ha retrocedido a tal punto que El Cronista debió reconocer una pérdida del 10%. Este periódico supo compensar la mala noticia titulando: “Salarios pierden poder adquisitivo pero ganan competitividad externa”. He aquí una foto del proyecto macrista: somos más competitivos, claro, porque valemos menos.

Todas estas variables impactan en los índices de pobreza. Es cierto, el kirchnerismo no logró acabar con la pobreza, pero Macri la multiplicó.

Una a favor de la política: Detrás de la pobreza, hay riqueza

Tanto los datos próximos al kirchnerismo como aquellos de quienes se le opusieron dan cuenta de un período de relativo estancamiento posterior a la crisis internacional de 2007, un momento a partir del cual la dinámica de la pobreza comienza a oscilar en lugar de descender o retrotraerse definitivamente. Lo que una mirada despojada debería atender, en este contexto, es qué hechos políticos pueden haber producido este estancamiento, o si realmente estamos ante un límite estructural (como han sugerido algunos) de la política económica kirchnerista.

Un análisis de los acontecimientos políticos relacionados con las fechas apuntadas hasta el momento pareciera dar cuenta de algo más que una mera fragilidad estructural. El año 2007 fue el año de la crisis de las hipotecas subprime. La espectacular crisis financiera enfrió la economía global, empujó políticas de ajuste y disparó la desocupación y la pobreza en todo el mundo. El promedio de pobreza europeo alcanzó en 2015 el 24,5%; España saltó del 24,5% al 29,2%, y Grecia del 28% al 36%. Ninguno de los datos para la Argentina muestra un salto tan dramático.

Alfredo Zaiat describe cómo el kirchnerismo debió hacer frente a seis corridas bancarias. La primera, el mismo año de la crisis internacional, durante las elecciones que llevarían a Cristina Fernández a la presidencia. En 2008, el conflicto con el campo y la inestabilidad internacional pondrían al kirchnerismo frente a dos nuevas corridas. El fin de las AFJP desató una cuarta corrida que se extendió hasta las elecciones de 2009. Hubo una quinta en 2010 y una sexta en 2011, esta última presionando sobre el valor del dólar justo antes de la segunda victoria de Cristina. La única solución posible ante semejante embate del sector financiero fue el control cambiario (el maldito cepo), que nunca hubiese existido de no haber mediado intereses políticos y económicos para reorientar las políticas distributivas del gobierno y ampliar la rentabilidad de los sectores concentrados de la economía.

Es decir, mientras el mundo crecía, los grandes jugadores de la economía local aceptaron la política de redistribución de la renta; cuando la crisis internacional hizo caer el nivel de ganancias, estos mismos jugadores comenzaron a presionar para reducir la porción de la renta que compartían con el grueso de la población.

El año 2011 coincide con el punto de inflexión en el descenso de la pobreza que marca la UCA. El cepo, como es de imaginar, tendría un impacto inevitable sobre el ritmo de crecimiento de la economía, que había sido de 3,3% durante el primer mandato de Cristina y bajaría a 1,3% durante el segundo.

Las presiones sobre el valor del dólar adquirieron un nuevo carácter bajo el cepo, con los agroexportadores reteniendo cosecha y retaceando las divisas tan necesarias para el Banco Central. Esta presión estuvo detrás de la devaluación de 2014 y volvió a hacerse sentir durante el año electoral, que cerró con la liquidación más baja en 13 años a pesar de la cosecha record. La conclusión es clara: los negocios de unos pocos ponían en jaque la economía de todos.

Pero entonces, la pobreza no es un problema económico. La pobreza es un problema político y la capacidad de un gobierno para reducirla depende de su habilidad para controlar y actuar sobre el interés empresarial (que siempre es el interés por el máximo beneficio posible). Mientras el kirchnersimo asumió esta puja y sufrió sus consecuencias (intestabilidad económica y estigmatización mediática), el macrismo pactó con los sectores concentrados (liberación del tipo de cambio y quita de retenciones).

La puja del kirchnerismo tuvo en la devaluación de 2014 su más clara derrota. Pero el entonces gobierno acompañó esta caída del poder adquisitivo con una rápida recomposición salarial en paritarias y con una batería de acciones tendientes a fomentar el consumo y a mantener la actividad productiva. El pacto de Macri también tuvo sus consecuencias: la pérdida del poder adquisitivo, la caída de la producción industrial y el aumento de los despidos. He aquí por qué un gobierno logró controlar la pobreza, mientras que el otro la disparó.

La razón de fondo para la pobreza es la política; y por detrás de la política, está la riqueza. No es que haya pobres porque no haya riqueza para repartir (en 2014, la argentina generó 12.751 dólares de riqueza por cada argentino). Un ejemplo del problema que se enfrenta cuando se habla de pobreza es que la producción agropecuaria fue récord en 2014 y 2015, y aún así la liquidación de granos cayó. La razón fue que los dueños de la riqueza no aceptaban compartirla a través de retenciones o de un dólar accesible. Recién cuando Macri le aseguró a la patronal agraria la quita de retenciones y un alza en el valor del dólar, estos aceptaron vender sus cosechas. Pero ya era tarde. Los salarios se habían depreciado con la devaluación y ya no había retenciones que permitieran distribuir un excedente de riquezas entre la población.

Sí, por detrás de la política está la riqueza; pero hablamos de pobreza, no de riqueza. Tal vez deberíamos atender a las palabras del economista ecuatoriano René Ramírez, cuando propone dejar atrás la ‘pobretología’ y reemplazarla por la ‘ricatología’: “Tenemos que enfocarnos en los ricos si queremos superar la pobreza,” dice, y propone “no hacer líneas de pobreza, sino hacer líneas de riqueza”.

Ramírez define la línea de riqueza como aquella que “delimita la riqueza necesaria para eliminar la pobreza por medio de reducciones en la desigualdad de la renta”. Puesto en términos llanos, la línea de riqueza indica qué porcentaje de la renta de los ricos es necesario para acabar con la pobreza. Este análisis, aplicado al caso ecuatoriano, permitió determinar que “con el 2% de la riqueza de los más ricos de Ecuador se podía superar toda la pobreza.”

Tal vez sea demasiado pedir que la UCA o el Indec comiencen a medir la riqueza necesaria para acabar con la pobreza que tanto parece preocuparles. En cualquier caso, nunca está de más recordar una verdad de perogrullo que debería ponernos en alerta cuando apreciamos la composición del gabinete macrista, pero que tampoco debería tranquilizarnos cuando reflexionamos sobre los referentes del kirchnerismo: “si los pobres existen, es porque existen los ricos”.



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