Una constante en la política comunicacional del macrismo ha sido su capacidad para neutralizar mensajes antagónicos. Su alianza con los sectores concentrados de la comunicación y su manejo estratégico de las redes le ha permitido aislar las voces opositoras de peso. Los medios monopólicos filtran solo aquellos relatos convenientes al proyecto macrista, mientras que un ejército de trolls a sueldo se arrojan como pirañas sobre las voces no alineadas, desgastándolas y desprestigiándolas, algo que han podido experimentar tanto Marcelo Tinelli como la mismísima Mirtha Legrand.
A su vez, mediante ceses en los medios estatales y presiones económicas, políticas y judiciales sobre los privados, el gobierno ha conseguido que los principales líderes de opinión opositores fuesen gradualmente expulsados del circuito de medios masivos. Esta estrategia de presión no supone “callar voces” sino encapsularlas, condenarlas a un nicho reducido y politizado, obturando su acceso a un espectro de audiencia más amplio. Como ejemplo están el desplazamiento de Víctor Hugo Morales de Radio Rivadavia y C5N, la expulsión de Robeto Navarro de C5N y Radio 10, y la salida de Horacio Verbitsky de Página 12 (y C5N), ninguno de los cuales supuso el silencio o la censura explícita de estos periodistas, pero sí la obstaculización de su llegada a la masividad.
Es así como el gobierno construye “la grieta”: mantiene una porción de la población cautiva de discursos depurados de antimacrismo (aunque prudentemente sazonados con antikirchnerismo), segrega al periodismo opositor en nichos para lectores politizados, y obtura los vasos comunicantes entre estas voces opositoras y los medios de alcance masivo. El resultado, más que una grieta, es una serie de murallas que no solo dividen, separan y aislan, resguardando prudentemente el relato oficial, sino que a su vez ocultan o enmascaran aquello que es incómodo para el gobierno.
Por efectivas que puedan ser estas murallas, no están a salvo de las constantes presiones que ejercen la realidad y los mensajes opositores. Las murallas también se resienten, y sobre su superficie acaban por expandirse fisuras a través de las cuales se cuela aquello que el gobierno preferiría mantener aislado, ya sean las sustanciosas denuncias contra el presidente y sus ministros, ya los datos numéricos de una economía que contradice la expectativas oficialistas, ya el malestar social que aflora sobre la superficie y se contagia.
Es dentro de este último grupo donde habría que ubicar al canto tribunero “¡Mauricio Macri la puta que te parió!”. Iniciado como una anécdota futbolera incómoda y circunstancial, el cántico se ha ido instalando aun contra la voluntad del gobierno y el silencio cómplice de sus medios aliados. Cuando el lunes 26 Clarín y La Nación acuerdan llevar este tema a sus tapas, es porque ya no quedan dudas de que se ha abierto una nueva fisura en la estrategia comunicacional del gobierno, aunque tal vez más compleja y más difícil de contener que las anteriores.
A diferencia de las denuncias y los datos de la economía real, o incluso de las encuestas sobre el humor social (que empiezan a dar cuenta de un gradual declive en la popularidad del presidente), los cantos en las tribunas fracturan la dinámica de aislamiento comunicativo a la que apuesta el macrismo. La tribuna es un espacio colectivo y pluriclasista, un espacio donde los individuos asilados, con sus historias, alegrías y frustraciones individuales, dan forma a un cuerpo mayor que diluye las barreras etarias, políticas y sociales. Entonces, los insultos de una tribuna deben ser entendidos como el termómetro de un malestar que trasciende a los sectores politizados de la sociedad. Esta es una de las razones por las que el gobierno ha dejado entrever su preocupación y ahora amenaza con suspender los partidos donde se insulte al presidente: estamos ante una fisura comunicacional que trasciende lo meramente político.
La tribuna es al mismo tiempo un espacio de comunión física y espiritual, donde las emociones y las palabras fluyen con naturalidad y se contagian fácilmente. Pero la tribuna es también un espacio de catarsis, donde aquello que fluye debe ser y sentirse real. La tribuna no habilita emociones ficcionalizadas (más allá de su recurrente superficialidad). No se llora si no hay pena, no se festeja si no hay alegría y no se insulta si no hay bronca y rechazo. Esto permite suponer que los cánticos contra el presidente no pueden reducirse a acciones orquestadas por sectores políticos enfrentados al gobierno. Es más justo entenderlos como una oportunidad que la multitud encuentra para canalizar un malestar preexistente. Hay en esta canalización una liberación catárquica que bien podría ser efímera y circunstancial, pero que produce un ordenamiento conceptual que es tal vez lo que más asuste al macrismo: que la multitud verbalice su descontento a través del nombre de Mauricio Macri hace posible una experiencia de subjetividad opositora que desafía la lógica del desapego y la resignación, únicas expresiones políticas validadas desde los medios oficialistas cuando de repasar la gestión macrista se trata.
Parece difícil que los estrategas del macrismo puedan alinear o contener a estas multitudes espontáneas, a quienes su táctica comunicativa siempre ha buscado sortear con razón (pues solo sobre una subjetividad aislada e individualista puede actuar con efectividad la promesa neoliberal de que un mundo mejor es posible si se descomponen los lazos comunitarios, gremiales y partidarios). Las voces y las conciencias, factibles de ser encapsuladas individualmente, resultan impredecibles bajo el manto de protección que brinda la multitud. Que esta impredictibilidad tenga su pronto reflujo parece ser la apuesta más sensata de la prensa oficialista, que ya ha aceptado hablar de “el hit del verano”, tal vez esperanzándose en que al hacerlo, aquel cántico devenga moda pasajera. De otro modo, podríamos estar ante la cruel ironía de que aquel hombre que construyó su prestigio mediático desde las gradas del fútbol, encuentre que han sido estas mismas gradas el instrumento a través del cual una sociedad encapsulada comunicacionalmente logró abrir la fisura más determinante para su rápido desprestigio.
A su vez, mediante ceses en los medios estatales y presiones económicas, políticas y judiciales sobre los privados, el gobierno ha conseguido que los principales líderes de opinión opositores fuesen gradualmente expulsados del circuito de medios masivos. Esta estrategia de presión no supone “callar voces” sino encapsularlas, condenarlas a un nicho reducido y politizado, obturando su acceso a un espectro de audiencia más amplio. Como ejemplo están el desplazamiento de Víctor Hugo Morales de Radio Rivadavia y C5N, la expulsión de Robeto Navarro de C5N y Radio 10, y la salida de Horacio Verbitsky de Página 12 (y C5N), ninguno de los cuales supuso el silencio o la censura explícita de estos periodistas, pero sí la obstaculización de su llegada a la masividad.
Es así como el gobierno construye “la grieta”: mantiene una porción de la población cautiva de discursos depurados de antimacrismo (aunque prudentemente sazonados con antikirchnerismo), segrega al periodismo opositor en nichos para lectores politizados, y obtura los vasos comunicantes entre estas voces opositoras y los medios de alcance masivo. El resultado, más que una grieta, es una serie de murallas que no solo dividen, separan y aislan, resguardando prudentemente el relato oficial, sino que a su vez ocultan o enmascaran aquello que es incómodo para el gobierno.
Por efectivas que puedan ser estas murallas, no están a salvo de las constantes presiones que ejercen la realidad y los mensajes opositores. Las murallas también se resienten, y sobre su superficie acaban por expandirse fisuras a través de las cuales se cuela aquello que el gobierno preferiría mantener aislado, ya sean las sustanciosas denuncias contra el presidente y sus ministros, ya los datos numéricos de una economía que contradice la expectativas oficialistas, ya el malestar social que aflora sobre la superficie y se contagia.
Es dentro de este último grupo donde habría que ubicar al canto tribunero “¡Mauricio Macri la puta que te parió!”. Iniciado como una anécdota futbolera incómoda y circunstancial, el cántico se ha ido instalando aun contra la voluntad del gobierno y el silencio cómplice de sus medios aliados. Cuando el lunes 26 Clarín y La Nación acuerdan llevar este tema a sus tapas, es porque ya no quedan dudas de que se ha abierto una nueva fisura en la estrategia comunicacional del gobierno, aunque tal vez más compleja y más difícil de contener que las anteriores.
A diferencia de las denuncias y los datos de la economía real, o incluso de las encuestas sobre el humor social (que empiezan a dar cuenta de un gradual declive en la popularidad del presidente), los cantos en las tribunas fracturan la dinámica de aislamiento comunicativo a la que apuesta el macrismo. La tribuna es un espacio colectivo y pluriclasista, un espacio donde los individuos asilados, con sus historias, alegrías y frustraciones individuales, dan forma a un cuerpo mayor que diluye las barreras etarias, políticas y sociales. Entonces, los insultos de una tribuna deben ser entendidos como el termómetro de un malestar que trasciende a los sectores politizados de la sociedad. Esta es una de las razones por las que el gobierno ha dejado entrever su preocupación y ahora amenaza con suspender los partidos donde se insulte al presidente: estamos ante una fisura comunicacional que trasciende lo meramente político.
La tribuna es al mismo tiempo un espacio de comunión física y espiritual, donde las emociones y las palabras fluyen con naturalidad y se contagian fácilmente. Pero la tribuna es también un espacio de catarsis, donde aquello que fluye debe ser y sentirse real. La tribuna no habilita emociones ficcionalizadas (más allá de su recurrente superficialidad). No se llora si no hay pena, no se festeja si no hay alegría y no se insulta si no hay bronca y rechazo. Esto permite suponer que los cánticos contra el presidente no pueden reducirse a acciones orquestadas por sectores políticos enfrentados al gobierno. Es más justo entenderlos como una oportunidad que la multitud encuentra para canalizar un malestar preexistente. Hay en esta canalización una liberación catárquica que bien podría ser efímera y circunstancial, pero que produce un ordenamiento conceptual que es tal vez lo que más asuste al macrismo: que la multitud verbalice su descontento a través del nombre de Mauricio Macri hace posible una experiencia de subjetividad opositora que desafía la lógica del desapego y la resignación, únicas expresiones políticas validadas desde los medios oficialistas cuando de repasar la gestión macrista se trata.
Parece difícil que los estrategas del macrismo puedan alinear o contener a estas multitudes espontáneas, a quienes su táctica comunicativa siempre ha buscado sortear con razón (pues solo sobre una subjetividad aislada e individualista puede actuar con efectividad la promesa neoliberal de que un mundo mejor es posible si se descomponen los lazos comunitarios, gremiales y partidarios). Las voces y las conciencias, factibles de ser encapsuladas individualmente, resultan impredecibles bajo el manto de protección que brinda la multitud. Que esta impredictibilidad tenga su pronto reflujo parece ser la apuesta más sensata de la prensa oficialista, que ya ha aceptado hablar de “el hit del verano”, tal vez esperanzándose en que al hacerlo, aquel cántico devenga moda pasajera. De otro modo, podríamos estar ante la cruel ironía de que aquel hombre que construyó su prestigio mediático desde las gradas del fútbol, encuentre que han sido estas mismas gradas el instrumento a través del cual una sociedad encapsulada comunicacionalmente logró abrir la fisura más determinante para su rápido desprestigio.
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