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Corrupción e infantilización, lo concreto como verosímil

El tratamiento mediático de la ‘corrupción K’ se ha vuelto menos un problema de verdad que de verosimilitud. En los últimos años, el dispositivo de comunicación antikirchnerista se ha ido afinando. Su efectividad es en buena medida producto de una estrategia combinada de acumulación y aceleración: el surgimiento periódico de causas, acompañado por una proliferación de mensajes mediáticos, alimenta el imaginario del kirchnerismo como una fuerza corrupta, más allá de las responsabilidades individuales o del devenir judicial de las denuncias.

Desde hace un tiempo, este mecanismo ha sumado un rasgo distintivo, lo que evidencia una evolución en el dispositivo comunicacional antikirchnerista. El manejo mediático inicial (1) de ‘los cuadernos de Centeno’ confirma que la comunicación de denuncias de corrupción gana efectividad cuando se reducen los componentes lógicos y abstractos de las causas en favor de componentes concretos y visualizables. Hoy, las pruebas jurídicas, intangibles para la cámara, se ven desplazadas por el ‘objeto-prueba’ (bolsos, billetes, bóvedas, cuadernos), cuya visualización basta como garante de verosimilitud.

Los nombres de fantasía asignados a las denuncias dan cuenta de esta evolución: ‘el caso Skanzka’ o ‘el caso Seychelles’ hoy dan lugar a ‘los bolsos de López’ o ‘los cuadernos de Centeno’. El propio devenir de ‘la ruta del dinero K’ –nombre todavía metafórico- puede ilustrar este desplazamiento hacia lo concreto-visualizable. Iniciada como una construcción abstracta basada en testimonios, la investigación alcanzó su máxima efectividad mediática cuando entró en escena ‘el video de La Rosadita’. En el contexto de una denuncia por lavado, la visualización del objeto ‘dinero’ bastó para que aquellas imágenes, que tal vez no mostraran más que una millonaria operación financiera, fuesen leídas como la prueba de la corrupción, certificada a través de la mirada del televidente y por lo tanto más efectiva que cualquier exposición verbal. Después de todo, una imagen -cuyo sentido ha sido cristalizado- vale más que mil palabras. 

Con el video de los bolsos de López la realidad cooperó de modo sorprendente con esta racionalidad. Un convento, monjas, bolsos y armas de guerra; un festín de imágenes y de significados suficientes en sí mismos. Joaquín Morales Solá, fascinado por el poder de lo concreto-visualizable, escribió: “Los periodistas podemos explicar (...) lo que se hizo con el dólar a futuro en el Banco Central, hablar de mil, dos mil millones de dólares. Pero eso es muy difícil de percibir para la sociedad. Esta es una imagen demoledora."

En las mismas palabras del columnista aparecen codificados los riesgos de esta racionalidad. Para la psicología evolutiva, el pensamiento infantil se constituye sobre el soporte material de una realidad concreta, accesible a través de la experiencia directa. Jean Piaget habla de ‘intuición prelógica’. La capacidad de comprender el mundo para el niño se encuentra restringida, dado que no puede abstraer reflexivamente, problematizar y sistematizar pensamiento más allá de su experiencia concreta. Lo que Morales Solá parece entrever de "la sociedad" (la generalización es suya) es que esta, como un niño, podrá comprender las imágenes ostensibles del video de López, pero no la sutileza de los grandes robos que se producen bajo las regulaciones capitalistas. Estaríamos entonces ante una sociedad infantilizada, que se relaciona con la información como un niño con la realidad.

Pero una sociedad que se vuelca al pensamiento prelógico es una sociedad que se entretendrá con causas de corrupción de segundo o tercer grado (las de un López, las de un Baratta) mientras omite discutir la corrupción abstracta y estructural de primer orden (la evasión y la fuga, los paraísos fiscales); es una sociedad que no solo no encontrará la solución al problema de la corrupción, sino que lo profundizará a través de mecanismos más perversos pero menos tangibles a su intelecto infantilizado (el endeudamiento, la bicicleta financiera).

Una sociedad que se deja arrastrar por la intuición prelógica es al mismo tiempo una sociedad incapaz de poner en duda aquello que ve, incapaz de considerar que acaso el video de dos tupaqueros retirando dinero de un banco jujeño no esté revelando un delito, o que tal vez las fotocopias de unos cuadernos sin peritar no basten para sustraer la libertad a quince personas; o que quizá resulte sospechoso que tras dos años de investigación no sepamos aún a qué empresario pertenecieron los dólares de López. El pensamiento prelógico es lineal, incapaz de volverse contra sí mismo, de indagar entre las grietas de sus propias certezas, razón por la cual corre el riesgo de aceptar pruebas superficiales y generalizaciones maniqueas. Por oposición, un pensamiento que se distancia de lo concreto y se vuelca sobre sí mismo para develar lo insuficiente, para dudar, para explorar otras tantas interpretaciones posibles, es condición necesaria para avanzar hacia una mirada crítica –‘lógica’ en términos piagetianos- de la realidad.

Aunque efectiva para la comunicación de hechos irrefutables como los bolsos de López, la infantilización del espectador puede derivar en abordajes peligrosos para la salud intelectual de una sociedad. ‘La bóveda de Cristina’, presentada por PPT el 12 de mayo de 2013, es un caso paradigmático. Jorge Lanata ‘probó’ la existencia de una bóveda en El Calafate montando una ‘réplica’ de utilería en un set de televisión. Tras pasearse por el decorado de fibrofácil y calcular las cifras multimillonarias que cabrían en su interior, el periodista concluyó: “Esta es la famosa bóveda. Acá está la famosa bóveda.” El efecto de verosimilitud alcanzado por este artificio, replicado luego por los principales medios del país, no solo da cuenta de que el dispositivo de comunicación antikirchnerista se dirige a un espectador prelógico, capturado por lo concreto-visualizable, sino que este espectador prelógico existe, y en proporción.

Alguna vez, el consultor Artemio López arriesgó que el presidente Macri hablaba pensando en “un televidente de nueve años”. Para la psicología evolutiva, la intuición prelógica empieza a abandonarse después de los siete.

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(1)  Estos apuntes tienen ya dos semanas, por lo que, a medida que la denuncia avanza, el rasgo concreto-visualizable que aquí repaso va quedando como telón de fondo sobre el tiene lugar una rápida aceleración informativa. La misma se caracteriza por la creciente abstracción y la complejización, lo que dificulta el seguimiento minucioso y la comprensión abarcativa de la información. Este es justamente el efecto perseguido por la maquinaria mediática: una vez garantizada la verosimilitud, la complejidad impide al receptor identificar las contradicciones e insuficiencias de la causa, dejándolo a merced de los analistas que se presentan como ‘informados’.

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