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Disociación (¿o imbricación?) de lo político y lo social

Bajo el sugerente título ‘La diferencia entre lo Político y lo Social’, Jorge Alemán escribe:

“Es necesario insistir en esta paradoja, lo Social es el lugar que se resiste a dejarse abordar por lo Político”.

Según nos plantea el autor, sería conveniente establecer una diferencia “estructural” entre aquello que denominamos ‘lo social’, y ‘lo político’. De aquí la disociación que la paradoja de Alemán ejerce sobre ambos términos hasta el punto de oponerlos. La propuesta, si bien sugestiva, no tarda en percibirse insuficiente para describir los fenómenos que se propone comprender. El mundo descrito a partir de fracturar lo social de lo político acaba derivando en una visión estática y simplificada de las relaciones de poder. Parece conveniente apresurar un rechazo, lo mismo que oponer una lectura más representativa de las dinámicas en cuestión.

La disociación de lo político y lo social 

Alemán encuentra su primera dificultad al momento mismo de definir sus conceptos: “Hablamos de lo Político”, apunta, “para designar aquellos casos donde el mismo se articula potencialmente a un proyecto transformador de lo Social.” Por su parte, lo Social sería “un lugar en permanente movimiento, una marejada incesante de intercambio de mercancías, operaciones financieras, explotación de clases subalternas, producción de subjetividades sin ninguna orientación a lo Político.”

En estas definiciones lo político se identifica con un proyecto transformador de lo social, mientras que lo social parece definir el espacio de intercambios caracterizado por la ausencia de lo político. Se trata de una distinción imprecisa y arbitraria. En primer término, es imprecisa por cuanto lo político solo puede definirse en relación a lo social, y lo social a lo político. Cuando dos términos se definen mutuamente, resulta imposible demarcar un límite entre ellos. Pero la distinción es también arbitraria, dado que nos propone aislar y oponer dos elementos que en la práctica se encuentran necesariamente imbricados. Aquí conviene destacar Alemán no busca aislar teóricamente dos componentes de una unidad, sino que nos propone la existencia del uno sin el otro. De hecho, la propuesta de Alemán radica en la posibilidad de lo social sin lo político.

Junto con esto, al definir lo político como “un proyecto transformador de lo social”, el autor sustrae de lo social toda acción transformadora, convirtiéndolo en un campo de relaciones estáticas y repetitivas. La única forma de percibir lo social como vivo es admitiendo la presencia de microproyectos y microtransformaciones distintas de aquellos proyecto y transformaciones que podrían caracterizarse como macro, o estructurales. Alemán parece aceptar el carácter fluido de lo social al describirlo como un “gran movimiento contradictorio”, dentro del cual puede llegar a anidar “una tensión explosiva”. Sin embargo, insiste en que lo social “no engendra desde sí mismo su propia transformación”. El problema con esta insistencia es que, nuevamente, se contradice a la práctica cotidiana. No hay forma de disociar lo micro de lo estructural, a menos que se niegue a lo micro su parte activa en el proceso de germinación de lo macro.

Aceptar la existencia de contradicciones y tensiones (incluso ‘explosivas’) al interior de lo social, supone la existencia de transformaciones en progreso en el entramado de relaciones que lo constituye. Pero si estas transformaciones ocurren, ¿por qué no leerlas como parte del proceso de desarrollo histórico que devendrá en proyecto de transformación estructural? Alemán les niega su pertenencia a lo político.

Esta aparente contradicción solo puede resolverse de dos maneras: aceptando la deshistorización de lo político; es decir, entendiendo lo político como un proyecto de transformación meramente estructural; o admitiendo la imposibilidad de disociar lo político de lo social. Esta última opción implica que lo político acciona sobre lo social en cada instancia de la vida comunitaria, lo que equivale a rechazar la propuesta simplificadora de Alemán.

Los problemas de la dislocación

Si el bullir de las tensiones que surgen y se multiplican en lo social no constituyen de por sí lo político, lo que tenemos es una no-continuidad histórica entre los procesos que delimitan lo social y la conformación de lo político. En consecuencia, el pasaje de lo social a lo político se presentaría como un quiebre sin escalas y no como un proceso. De hecho, la noción misma de proceso obliga a anular la arbitraria separación que nos propone Alemán.

El autor vuelve a negar lo procesual al sugerir el concepto de “dislocación”. Para Alemán, la dislocación parece equivaler a la emergencia del discurso contrahegemónico. Esta emergencia sería la “condición de posibilidad” para el surgimiento de lo político. El autor llega a definir la dislocación como “el mediador evanescente entre lo Social y lo Político”. Sin embargo, si Alemán podía definir lo social como “un gran movimiento contradictorio” se debe, justamente, a que concibe lo social como un espacio pluridiscursivo. No podría haber contradicción si hubiese discurso único. En consecuencia, si lo social es el espacio natural de la conformación discursiva, el concepto de ‘dislocación’ resulta inconducente, ya que solo podría aplicarse sobre el trasfondo de una sociedad estática, donde el surgimiento de la racionalidad antisistema asumiera la lógica de una epifanía. En una sociedad caracterizada por la pluralidad discursiva, cada discurso –y por lo tanto, cada contradicción- supone una dislocación. Pero entonces, la dislocación se confunde con lo discursivo en sí y deja de indicar un momento significativo.

Las preguntas que la simplificación no logra responder

Tomemos un pasaje de Alemán para ilustrar la excesiva simplificación a la que nos lleva su propuesta: Nos dice el autor: “Los movimientos sociales que cuestionan la lógica de la Dominación, no constituyen en sí mismos prácticas emancipatorias; al menos no son intrínsecamente transformadores.”

Alemán ubica dentro de lo social a aquellos movimientos antisistema que no poseen la capacidad de articular prácticas transformadoras; pero habilita su potencial relocación dentro de lo político en caso de que estas prácticas transformadoras se vuelvan viables. Esta lectura de Alemán, entonces, presenta como oposición de términos lo que en la realidad suele presentarse como una diferencia de grado. Uno podría preguntarse: ¿puede haber movimiento social sin transformación de algún orden? ¿Corresponden estas transformaciones no estructurales a la esfera de lo social o de lo político? ¿Cuál debería ser el grado de transformación social necesario para habilitar la mutación hacia lo político? Por ejemplo, la conformación de un centro de estudiantes, ¿ocurre en la esfera de lo social o de lo político? Y si ese centro de estudiantes carece de la capacidad para accionar sobre las relaciones de poder institucionales, ¿deberíamos percibirlo como parte de lo social hasta que su crecimiento y acumulación de poder lo haga partícipe de lo político? ¿Qué hay del proceso mismo de crecimiento y de acumulación de fuerzas? ¿Debe ser entendido como parte de lo social o de lo político?

A esta altura debería quedar claro el pantano conceptual en el que nos ha metido Alemán.

Lo político como articulador de lo social

Ante la insuficiencia del esquema de Alemán, parece a todas luces más conveniente pensar ‘lo social’ como un espacio articulado por ‘lo político’, entendiendo por ‘político’ a las relaciones de poder que fluyen de modo entrelazado entre individuos e instituciones.

Alemán incluye dentro de ‘lo social’ las relaciones de producción capitalista, la financiarización y los negocios digitales, negándoles su carácter de relaciones de poder vivas y, por lo tanto, políticas. Lo social, así caracterizado por Alemán, se confunde con el status quo neoliberal. El riesgo de reducir lo social a una configuración hegemónica es el de negarle su real complejidad. Si en cambio optamos por visualizar lo político como la articulación de lo social, lo social recuperará su naturaleza compleja e integrará en su seno a experiencias hegemónicas y a proyectos contrahegemónicos por igual. Lo que luego permitirá diferenciar a unos de otros será el grado de articulación social que logren, y será esta articulación la que defina el caudal –o el poder- político de cada uno.

En este esquema, habrá práctica transformadora –y por lo tanto política- en el momento mismo en que un individuo se decida a confrontar una relación de poder. Esto no implica que toda práctica transformadora posea la acumulación de fuerzas necesaria para concretar sus objetivos. Pero esta ‘acumulación potencialmente transformadora’ (que es en definitiva lo que Alemán confunde con ‘lo político’) es solo el punto de máxima efectividad de una dinámica social y política que viene actuando desde sus estadios más elementales (aquellos que Alemán tiende a confundir con ‘lo social’).

La sociedad se nos presenta entonces como una red de relaciones políticas -de poder- donde determinados nodos predominan sobre otros y los condicionan. Trastocar estas relaciones hegemónicas requiere de la articulación de instancias de poder (individual, grupal, institucional) en torno a un nuevo nodo (una institución, un líder, un proyecto, una narrativa, un significante vacío…). A mayor acumulación de fuerzas, mayor capacidad para actuar de modo transformador sobre las relaciones de poder establecidas.

Aquí, el concepto de dislocación que propone Alemán podría resultar aplicable, siempre que lo entendamos menos como narrativa política “emergente” que como momento de consolidación de la misma. La dislocación no sería otra cosa que el momento de fortaleza de un horizonte político (de una utopía), del componente narrativo que articula y da sentido a lo político. Así conceptualizada, esta narrativa se encuentra tan viva y tan sujeta al devenir social como la propia acción política; ambos se retroalimentan. La narrativa corrige la acción política y esta obliga a reajustar la narrativa. 

La diferencia central con Alemán es que esta descripción da cuenta de que lo social y lo político no son compartimentos estancos. Por el contrario, constituyen un continuo de relaciones e intereses necesariamente imbricados. Percibir el campo de la acción política en toda su complejidad es condición previa para la construcción de prácticas transformadoras realistas, y por esto mismo, potencialmente más efectivas. Si existe una paradoja con la que valdría la pena insistir, es que los pantanos de la complejidad son los únicos capaces de iluminarnos el camino.

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