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Al final, eras la Dictadura

Mucho antes de que el canto "MMLPQTP" se impusiera en las gradas de los estadios, bajando luego a las calles de la ciudad para contagiar su efervescencia en protestas, marchas, ruidazos y manifestaciones variopintas. Mucho antes de que aquella arenga primitiva comenzara a agrietar la pulida narrativa macrista, había otro canto. Uno que se dejaba oír ya en los tempranos meses de 2016, cuando la catástrofe nacional era todavía una certeza intuida (tan hipotética como el segundo semestre que todavía se veía lejano y enigmático). Para el 24 de marzo de aquel año, este otro canto, menos popular y menos rústico, pero mucho más controvertido, había comenzado a imponerse ya como parte del repertorio obligado de toda manifestación antimacrista. El canto decía: "Macri, basura, vos sos la Dictadura".

No era un canto cómodo para la conciencia republicana. No todos se animaban a equiparar con ligereza a un gobierno elegido por la vía electoral con una dictadura genocida. Incluso, exactamente un año más tarde, el 24 de marzo de 2017, los ecos de este canto hicieron que Hebe de Bonafini se sacara chispas con Estela de Carlotto. Mientras la Madre acusaba al entonces presidente de ser "un reverendo hijo de puta y un dictador," la Abuela recordaba que "hay que tener conciencia democrática," porque "cuando el pueblo vota y elige un gobierno, el respeto tiene que ser absoluto, nos guste o no". 

La controversia estaba justificada. Sin dudas existían razones políticas y culturales que habilitaban el paralelismo. La familia Macri, lo mismo que buena parte de la casta empresarial que acompañaba el proyecto macrista, habían sido beneficiarios directos de las políticas económicas de la Dictadura. Y el proyecto económico de Cambiemos no se alejaba en lo sustancial del proyecto neoliberal impuesto a fuerza de secuestros, torturas y desapariciones entre 1976 y 1983. Mucho más evidente era la oposición que los sectores políticos, económicos y mediáticos aliados al macrismo expresaban hacia las políticas de memoria, verdad y justicia. Aún antes del 'troll center' de Marcos Peña, la política de desinformación en redes del Pro sumaba entre sus acciones la victimización de los represores, violadores, torturadores, asesinos y secuestradores de niños condenados por la Justicia. Las redes y los medios macrista acusaban a los juicios por la memoria de "venganza" y a las principales referentes, Madres y Abuelas, de mentirosas y oportunistas. El propio Macri había llegado a hablar del "curro" de los derechos humanos, anticipando que su gobierno daría la espalda a estos organismos fundantes de nuestra actual conciencia democrática. 

Más allá de estos rasgos, muchos entendieron que calificar al macrismo de "dictadura" suponía riesgos: si el gobierno de Macri era caracterizado como una dictadura por su matriz ideológica y por sus decisiones políticas, entonces la propia estructura jurídica del Estado de Derecho republicano debía ser puesta en cuestión. Ya no podría evaluarse la ruptura del Estado de Derecho a partir de la ausencia de un proceso electoral, de la clausura del parlamento, de la pérdida de autonomía de la Justicia o de la proscripción política. En consecuencia, el carácter democrático o dictatorial de un gobierno dejaría de ser el resultado de una combinación de formas y prácticas institucionales para ser el producto de una evaluación ideológico-cultural. Y es justamente esta forma de evaluar las democracias la que intentan imponer las derechas contemporáneas, para las cuales un gobierno que no se ajusta a su matriz ideológica es inmediatamente tachado de "dictadura". Ya no se trataría de gobiernos de facto, sino de dictaduras de verbo.

Es cierto, ya entrado 2016 era posible encontrar en el gobierno de Mauricio Macri indicios de claro sesgo autoritario, como el nombramiento por decreto de jueces de la corte, la persecución y despido de militantes kirchneristas de los organismos del gobierno, el aval a la represión en Cresta Roja y La Plata, y la venia a la detención arbitraria de Milagro Sala. Estos corrimientos de los márgenes democráticos, sin embargo, se encontraban inscriptos en la estructura misma del sistema republicano (y por eso mismo pudieron sostenerse en el tiempo, o corregirse sobre la marcha -como el nombramiento decretado de los Supremos). En todo caso, hablaban menos del carácter dictatorial de los primeros meses macristas que de la matriz autoritaria del sistema político que definimos como 'democracia' y que todavía defendemos con ahínco ante a la posibilidad de renunciar a la poca seguridad que nos brinda. 

El canto "Macri, basura, vos sos la Dictadura" continuó siendo problemático, aún luego de que se sistematizaran las prisiones arbitrarias, la persecución a políticos y empresarios, el desplazamiento de jueces y fiscales incómodos, las acusaciones de terrorismo a quienes protestaban, la represión desbocada y el ocultamiento de crímenes por parte de las fuerzas de seguridad. A esta altura, la pregunta que devenía evidente era: ¿hasta qué punto una democracia republicana puede avalar el corrimiento del orden institucional sin dejar de ser democracia?

Con Macri comprobamos que bastaba que un gobierno lo deseara, y que los grandes medios lo acompañaran en su narrativa, para que todo lo anterior se presentara ante la opinión pública como contenido dentro de los márgenes de la legalidad. Comprobamos que, de desearlo, un gobierno podía tergiversar el resultado de una elección (las PASO de 2017), y así moldear el escenario para la elección general. Y que bastaba la voluntad de un gobierno para consagrar a sola firma la deuda más grande en la historia (del organismo de créditos más grande de la historia), y para volver a condenar a un país que se encontraba en proceso de desarrollo autónomo a un nuevo siglo de restricciones económicas.

Más tarde supimos que, con solo desearlo, un gobierno podía espiar de modo ilegal a opositores y a propios (a los primeros para armarles causas judiciales, a los segundos para condicionarlos políticamente). Y que, con solo desearlo, esa inteligencia ilegal podía desplegarse también sobre la militancia política, sindical y social (como demuestra el Proyecto AMBA), e incluso sobre los familiares de un submarino perdido que no se resignaban a bajar el volumen a sus reclamos.

Aún tras semejante acumulación de corrimientos de los márgenes del Estado de Derecho, la equiparación entre Macri y la dictadura continuaba siendo problemática. Después de todo, hubo parlamento (aunque el parlamento también siguiera funcionando en Paraguay, Brasil y Bolivia después de sus respectivos golpes). Pero también hubo elecciones, y el oficialismo las perdió (aunque por poco no lograra su objetivo de digitalizar la transmisión de datos, lo que le hubiese permitido gestionar los resultados de las PASO con mayor discrecionalidad que en 2017).

El problema, está claro, no reside en el gobierno macrista. El problema es el propio marco institucional que permite que semejante acumulación de corrimientos sea posible sin que el Estado de Derecho colapse. Que estos corrimientos existan, y en cantidad, implica que se encuentran inscriptos en la propia estructura de nuestro sistema político y legal, ya porque la justicia no puede evitar la injerencia del Ejecutivo, de los medios o de las corporaciones; ya porque las mayorías no poseen carriles institucionales que les permitan obturar decisiones políticas de coyuntura; ya porque el carácter irrevocable del voto habilita el engaño y la traición electoral; ya porque no existen regulaciones que impidan los monopolios de medios corporativos que construyen un sentido común afín a sus intereses económicos.

Tras el colapso del proyecto macrista, una pregunta, contrafáctica pero necesaria, queda pendiente: ¿qué tanto más podrían haberse corrido los márgenes del Estado de Derecho en caso de una victoria oficialista en 2019? Un gobierno que ya había comenzado a encarcelar opositores y empresarios de medios, que había logrado proscribir periodistas, que estaba armando una justicia a medida a través de presiones y desplazamientos de jueces, y que tenía personal de inteligencia infiltrado en partidos políticos, sindicatos y organizaciones sociales, ¿se habría mantenido 'democrático', aún dentro los los frágiles márgenes de nuestra democracia republicana? Si alguna duda nos cabe, Bolivia ilumina nuestra ucronía. El gobierno de Mauricio Macri no solo estuvo al tanto de los intentos golpistas, no solo le denegó el asilo a Evo Morales y su comitiva, poniendo en riesgo sus vidas, sino que también envió armamento represivo a las Fuerzas Armadas Bolivianas con el objetivo de consolidar el golpe de Estado que desplazó al primer presidente indígena de la historia latinoamericana. 

Ya no podemos decir que la de Macri fuese solo una afinidad cultural. Finalmente, aquel canto intuitivo que tempranamente llegó a las manifestaciones antimacristas se convierte en certeza, una certeza que debería conmovernos, tanto por lo que significó para Bolivia, como por lo que podría haber significado para nosotros si el proyecto macrista se hubiese consolidado: "Macri, basura, vos sos la Dictadura". 



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