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Derechos caducados

Entre las razones que se vienen esgrimiendo en contra de la nueva ley de medios, que vendría a cercenar el poder monopólico de ciertos grupos económicos, se ha oído a varios políticos y empresarios sostener que esta ley es injusta porque no tiene en consideración los ‘derechos adquiridos’ por las empresas, algo de lo cual debería hacerse cargo el Estado (por ejemplo, acá). Se trata de una propuesta realmente fantástica. Desde esta concepción se supone que al momento de legislar debe pensarse en el bolsillo de los viejos beneficiados, y no, en realidad, en el mal que la ley viene a corregir.

En realidad, esta postura no hace sino defender el monopolio mediático considerándolo un ‘derecho adquirido’ (¡derecho al monopolio?). Llevando esta lógica al extremo, uno podría preguntarse qué hubiese ocurrido si al momento de suprimir la esclavitud se hubiesen tenido en cuenta los derechos adquiridos que los esclavistas. O si en vez de sancionar derechos para los trabajadores se hubiese pensado en los derechos adquiridos de los empresarios. Habría que avisar a estos legisladores que toda ley posee siempre cierto carácter correctivo. Toda ley, de modo explícito o no, se plantea como una forma de limitar acciones que se consideran incorrectas. Defender un principio de ‘derecho adquirido’ equivale a rechazar el principio de ‘cambio’ como forma de corrección y de superación social [1].

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[1] Después de escribir esta opinión, encontré un artículo que esgrimía razones similares, y hasta idénticos ejemplos, acá.

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El perro triste (cuento)

T enía 17 años cuando tomé la decisión de escribir con asiduidad. De aquella época guardo en mi computadora una carpeta titulada Primera etapa , con un puñado de cuentos escritos entre 1993 y 1995, y que desde el 2000 a esta parte tenía prácticamente olvidados. Durante años, estos cuentos me avergonzaban por su ingenuidad; cuando los escribí, sin embargo, era otra persona y ya no los siento propios. Esto me permitió volver a ellos con menos prejuicios, y hoy creo que se merecen un mejor final que morir arrumbados en un disco rígido ya bastante repleto de cosas olvidadas. Así que decidí revisar toda esta serie -y disimular sus más claras imperfecciones- para publicarla en este blog. Se trata de unos diez cuentos vagamente entrelazados, y mi intención es publicar uno nuevo cada dos semanas, sin ningún orden definido. El primero es el que da nombre a la serie, que había llamado Cuentos de un perro triste. De modo que empecemos: EL PERRO TRISTE Nadie se había puesto de acuerdo en un nombre

El origen de lo ‘bueno’ y lo ‘malo’

E n su 'Genealogía de la Moral', Nietszche proponía la lúcida hipótesis de que las palabras de contenido moral fueron acuñadas por las clases poderosas como un modo de denominarse a sí mismas y de caracterizar sus acciones. Luego, tras la decadencia de esas clases dominantes, las palabras habrían quedado ligadas únicamente a valoraciones morales. Como la mayoría de los ejemplos que da Nietszche provienen del alemán, del inglés o del griego, me tomé el atrevimiento de investigar acerca del origen de los términos ‘bueno’ y ‘malo’ en el castellano. Tal vez mis conclusiones sean apresuradas dado mi escasa (está bien, mi nula) preparación filológica, pero por lo menos, he dado con algunas relaciones sugestivas. A saber: La palabra ‘bueno’ proviene del latín ‘bonus’, que, entre sus muchas acepciones incluye la de ‘rico’, ‘adinerado’. Así parece haber sido utilizada por Cicerón, en “Video bonorum urbem refertam” (“Veo que la ciudad está invadida de ricos” –o, forzando la literalidad