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El futuro del neoliberalismo es su final

Comparto la tercera de mis recientes diferencias con Jorge Alemán, que no por esto deja de ser uno de los dos intelectuales argentinos con anclaje mediático que siguen movilizando mi interés (el otro, sin dudas, es Zaffaroni). Esta vez, mi diferencia refiere a la conceptualización que el autor hace del neoliberalismo, y de su relación con la expansión de los neofascismos en Europa. En una de sus últimas columnas para Página 12, Alemán apuntaba que “el capitalismo en su mutación neoliberal posfascista no tiene contradicciones que de modo inmanente lo conduzcan a su final”. Esta afirmación contradice la evidencia actual.

El neoliberalismo, en tanto momento climático del proyecto capitalista, amplía y acrecienta sus contradicciones. Estas contradicciones no solo no son sustentables en el tiempo, sino que su superación solo puede resolverse en dos direcciones: ya en la forma de un retorno a modalidades del capitalismo más reguladas -como el capitalismo de bienestar keynesiano-, ya huyendo hacia formas de producción socializada -como el modelo chino. Cualquiera sea la dirección en que se dirima la creciente tensión socioeconómica actual, ambas encierran “de modo inmanente” el final del neoliberalismo –que no del capitalismo en sí.

Al interior de las economías neoliberales actuales se despliega, en viva ebullición, la irresoluble contradicción entre una concentración del capital cada vez más acentuada y una pauperización cada vez más angustiante de los sujetos productores de la riqueza (a quienes se suman una creciente legión de excluidos y descartados por un sistema de producción cada vez más automatizado). Que el sector del trabajo no haya logrado articular un rechazo contundente en esta coyuntura tambaleante pero vigorosa para el neoliberalismo no debiera confundirse con equilibrio. Basta repasar las tensiones sociales que fluctúan como olas cada vez más violentas en el centro y en la periferia, para intuir que la actual inestabilidad obligará a una reconfiguración de las relaciones económicas en un futuro no muy lejano. Esta reconfiguración podrá ocurrir de modo violento, a través de una intensificación y expansión de los focos de conflicto bélico, a través de revueltas o guerras civiles, o de modo más ordenado, mediante un acuerdo de élites políticas y económicas. En todo caso, el neoliberalismo está condenado a un horizonte de corto plazo. Que la racionalidad neoliberal haya capturado subjetividades y moldeado hábitos, como entiende Alemán, no es suficiente para suponer que nuestras sociedades hayan renunciado a sus sueños -y a la lucha por sus sueños- de bienestar.

Lo que la racionalidad neoliberal ha logrado, apenas, es desplazar el horizonte humanista y solidario del centro del debate político, pero no de las relaciones humanas. Este desplazamiento está lejos de convertirse en señal de resignación social. Principalmente, porque solo puede operar mientras la racionalidad meritocrática es percibida como viable. La propia meritocracia es un resabio de las narrativas igualadoras del liberalismo humanista. Su vigencia es posible porque la sociedad neoliberal todavía concibe la igualdad de oportunidades como un valor. Tan pronto como la reproducción de la desigualdad empieza a ser desenmascarada, el mérito desaparece como explicación de los éxitos individuales. La naturaleza elitista y clasista del capitalismo queda más expuesta que nunca a medida que los gestores neoliberales van desarmando las últimas estructuras igualadoras heredadas de la socialdemocracia.

Debe entenderse que el neoliberalismo ha llegado a su estado de desarrollo actual prometiendo bienestar. Por lo tanto, cuanto más se consolida –es decir, cuanto más bienestar destruye-, más difícil le resulta continuar operando sobre las subjetividades desprevenidas. Si bien encontramos un neoliberalismo con mayor capacidad distributiva en los países centrales –y por lo tanto, con mayor viabilidad en el mediano plazo-, este distributivismo de baja intensidad es aún un neoliberalismo de baja intensidad. En la periferia, los estragos neoliberales sobre los países con matriz productiva medianamente desarrollada son inevitablemente bruscos. La destrucción neoliberal durante el vertiginoso cuatrienio macrista en la Argentina es un caso ejemplar.

El otro dato político que da cuenta de la crisis que enfrenta el neoliberalismo es justamente el avance de los neofascismos, que interesan particularmente a Alemán. A la luz de lo anterior, no sorprende que el autor lea erróneamente estas experiencias como estrategias neoliberales orientadas a “darle un nuevo contenido a la Nación”. La sola presencia del discurso nacionalista indica un desafío a los intereses del trasnacionalismo neoliberal. El proyecto neoliberal es un proyecto supranacional, liberalizante, con eje en la financiarización de la economía y de las vidas (un proyecto des-realizador, virtualizador de la existencia). Es por esto mismo un proyecto que choca contra las propuestas estatistas y de corte nacionalista de los Strache, los Le Pen, los Wilders, los Gauland y hasta los Trump. ¿O acaso los mercados verían con buenos ojos la llegada al poder de Biondini?

El que algunos neoliberalismos locales recurran a prácticas xenófobas da cuenta de que todavía hay una población necesitada de narrativas comunitarias; es decir, da cuenta de que la racionalidad neoliberal no ha hecho carne tan profundamente en nuestra subjetividad como se declama. Al mismo tiempo, esta xenofobia de corte neoliberal tiene como objetivo distraer a una población pauperizada dirigiendo su malestar hacia distintos chivos expiatorios. Otra señal del frágil sustrato cultural de los proyectos neoliberales. ¿Qué vida útil puede tener una narrativa xenófoba en una economía en crisis? En la Argentina macrista, tan pronto la crisis económica se volvió inocultable, desaparecieron de las preocupaciones políticas los narcos peruanos, los pacientes hospitalarios bolivianos y los terroristas mapuches; la crisis solo podía confrontarse asumiendo las responsabilidades propias, o, como intentó el presidente, culpando “al mundo” (en una misma conferencia de prensa, responsabilizó a Turquía, a Brasil, a las tasas estadounidenses y a la guerra comercial de Trump con China).

Si el neoliberalismo tuviera en su poder anular las contradicciones, debería integrar, no expulsar. Alemán pasa por alto que la narrativa neoliberal es una narrativa de igualdad de oportunidades (una narrativa que, es cierto, solo puede declamarse ignorando las diferencias de origen y el proceso de apropiación original, pero una narrativa de la igualdad al fin). Es esta creencia lo que ha hecho escribir a algún feligrés del capital que “todos somos iguales ante el mercado”.

En el contexto de inestabilidad actual, el neoliberalismo enfrenta múltiples amenazas. Por un lado, la consolidación de los nacionalismos autoritarios como el de China o Rusia; por el otro, el riesgo a una expansión de los ‘populismos’ socialdemócratas europeos; en paralelo, el fortalecimiento de una propuesta liberal de ultraderecha cada vez más nutrida; y por último, la amenaza del socialismo humanista, que hoy respira con ritmo irregular en Cuba y se ofrece como horizonte de lucha en Venezuela y Bolivia.

En la mayor parte de América Latina, el reflujo de la centro-izquierda fue acompañado por una encarnizada avanzada judicial sobre los líderes populares. Si estas mismas fuerzas de izquierda lograran retornar al gobierno –un sueño cada vez más verosímil en Brasil y en Argentina-, el contexto de alta confrontación podría clausurar las puertas a un nuevo pacto de gobernabilidad con el estáblishment económico. En el pasado, las centro-izquierdas de Paraguay, Ecuador, Brasil o Argentina necesitaron de dicho pacto para consolidarse en el poder. Sin chances de reactivar una situación semejante, habiendo experimentado la traición, la estigmatización y la persecución, las izquierdas latinoamericanas podrían verse obligadas a explorar nuevas formas de socialismo republicano. En ese terreno, hoy Bolivia y Venezuela son los dos polos en un continuo que va del éxito al fracaso. Tanto en América Latina como en el mundo se presenta un escenario abierto donde solo una cosa luce clara: no habrá liberalismo que se mantenga neoliberal cuando estalle alguna de sus contradicciones. 

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