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Una lección de Macri antes de las PASO

Hay que cuidarse de leer el resultado electoral de estas PASO linearmente. De otro modo, podría creerse que el electorado votó volver al endeudamiento familiar y a las tarifas dolarizadas, a los despidos masivos y a la expansión de la carga impositiva sobre la clase media. O que se anhelan sueldos por debajo del salario mínimo y despidos sin indemnización, tal las propuestas de las principales caras de Juntos por el Cambio durante la campaña. Es cierto que Alberto Fernández no logró bajar la pobreza, ni controlar la inflación, ni fortalecer el salario, y que las mieles de la gradual reactivación económica se han concentrado en pocas manos, permaneciendo invisible para el grueso de la población. El de Alberto viene siendo un gobierno de contención, todavía distanciado de las expectativas de crecimiento que lo arrimaron a la Casa Rosada. En el medio, es cierto, hubo una pandemia sin antecedentes (que produjo la peor crisis económica en la historia del capitalismo); aunque pareciera ser que un contexto tan anómalo no logró inclinar la balanza en favor de uno de los gobiernos que más velozmente han venido vacunando, y que puede incluso ostenar uno de los índices de exceso mortalidad más bajos de la región (y del mundo). Las prioridades de la población no siempre son transparentes. Tal vez, porque cuando la muerte es mantenida a distancia, la mera vida da paso a otras prioridades. Ante la mirada pétrea de un agobiado Jorge Lanata, el ex presidente Mauricio Macri intentó otra explicación: "La Argentina le ha dicho basta a la mentira, basta a la ineptidud, basta a la inmoralidad". Que Macri tenga permitido retomar sus viejos yeites sin interrupción, dos años después de sellar su fracasada gestión con una derrota electoral en primera vuelta, nos está diciendo menos de las fortalezas del macrismo que de las debilidades del oficialismo. Aunque en este caso, ambas tienden coincidir.

Un poco de contexto

El macrismo llegó al poder en 2015 pintando un escenario de crisis que no se condecía con el bienestar material que experimentaba una mayoría de la población. Ese bienestar, todavía flotante en la memoria de los votantes cuatro años más tarde, hoy parece haber sido borrado por dos largos años de vida pandémica. Pero la pandemia, como todo acontecimiento singular, también podría haber servido como catalizador de las fortalezas del oficialismo. Después de todo, el gobierno garantizó la atención de los contagiados en las densas áreas metropolitanas y el sistema de salud gambeteó el colapso previsto hasta por los más optimistas; la alta tasa de vacunación todavía mantiene a la Argentina entre los diez o veinte países que más vacunaron (según el tamaño de país que se considere), y el exceso de muertes resultó estar entre los más bajos de la región y del mundo (12% frente al 20% de Brasil o el 80% del Reino Unido). Durante 2020 la economía pandémica tampoco fue despreciable si se la compara con otros países de latinoamericanos: el gobierno sostuvo el empleo y asistió a las empresas con los REPRO, tendió una mano a los sectores más vulnerables con el IFE y la Tarjeta Alimentar, y le dio a la clase media la posibilidad de reducir a la mitad sus costos de veraneo con el Previaje. Es clarificador contrastar la situación Argentina de aquel año con la de los dos íconos del neoliberalismo regional: mientras la economía de nuestro país cayó un 10% y el exceso de muertes fue del 12%, Perú cayó 12% con un exceso de muertes del 94%, y Chile cayó un 7% con un exceso de muertes del 18% (es decir, tres puntos más de PBI, que supusieron 5 puntos más de muertos). Si expandimos la comparación al promedio de los países europeos, la Argentina sale mejor parada aún. 

Claro que el 2021 vio retroceder los REPRO, desvanecerse la IFE y licuar el poder de compra de la Trajeta Alimentar con niveles de inflación cuasi macristas. Todo por mantener un ordenamiento macroeconómico afín a las exigencias del FMI, el principal deudor de la principal deuda del mundo capitalista (tomada, como no podía ser de otro modo, durante el gobierno de Macri). De poco importa que se llegara a las PASO con niveles de producción industrial superiores a los que dejó el macrismo en 2019. Y sin embargo, Macri supo ganar las elecciones de medio término pidiéndole a los votantes esfuerzo y sacrificio, aún en  en tiempos de bonanza global, mientras Alberto parece encaminarse a una derrota a pesar de haber salido airoso de la mayor crisis planetaria de que se tenga registro. Algo no estaría cerrando. 

El cohete macrista

En 2009, luego de la disputa por la 125, el gobierno de Cristina Kirchner identificó la concentración mediática en mano de corporaciones vinculadas al gran capital como una barrera para la expansión de políticas distributivas. Esta toma de conciencia se tradujo en la Ley de Medios, y en una pulseada de más de media década por la imposición de la agenda, la hegemonía narrativa sobre la realidad y el desenmascaramiento de los intereses privados detrás del periodismo. El triunfo de Macri en 2015 supuso la derrota del kirchnerismo en este plano, pero no el final de la contienda. Macri comprendió la importancia de la confrontación narrativa no tardó en alinear a los canales informativos bajo su égida, a través de concesiones, pauta y persecuciones judiciales. Así fue que fortaleció su pacto con el Grupo Clarín con la entrega de Telecom, distribuyó pauta multimillonaria entre medios y periodistas, y presionó a los medios que no se alineaban con sus intereses económicos o políticos. Esto último incluyó la persecución judicial a los empresarios Daniel Ávila (América) y Víctor Santa María (Página 12), y la prisión preventiva de dos años a Fabián de Souza y Cristóbal López (C5N). 

La persecución se extendió más allá de las cabezas de estos medios, alcanzando a sus empleados más incómodos: en 2016 Víctor Hugo Morales fue tempranamente despedido de Radio Continental; un año después, de C5N. Ese mismo año, este canal echaba Roberto Navarro, el conductor más visto de la emisora, y Horacio Verbitsky, la única pluma incuestionable de Página 12, se veía obligado a renunciar para evitar las presiones sobre el medio. Fue por aquel entonces que Macri dio a conocer la existencia de una lista negra con "562 personas" a las que deseaba "poner en un cohete a la luna". No fue casualidad que el periodismo opositor tuviera numerosas butacas garantizadas. Macri entendía que el periodismo es una herramienta de construcción de sentido, y que la multiplicación de las interpretaciones sobre la realidad podía poner en riesgo un proyecto orientado a pauperizar la vida de las mayorías.

Un peronismo sin pantallas y sin relato

El sueño de un país sin opositores llegó a su fin con el colapso de la economía argentina, a pocos meses de que el ex presidente festejara la victoria de su espacio en las elecciones de medio término. Los resultados del kirchnerismo en aquella elección no fueron nada despreciables, y dejaron en claro que el nombre pegado al primer asiento del cohete macrista continuaría liderando la oposición peronista. Una de las rarezas de aquella campaña fue el retorno de Cristina Kirchner a estudios de televisión hostiles, lo que permitía intuir que el kirchnerismo comenzaba a repensar sus estrategias de comunicación. Sin dejar de apelar a las movilizaciones, a las plazas y a los actos multitudinarios, el kirchnerismo en su conjunto aceptó el desafío de debatir en terreno antagonista. Con el triunfo de Alberto Fernández en 2019, y su propuesta de acercamiento al estáblishment antiperonista, la presencia del oficialismo en la televisión opositora se multiplicó. El campo popular parecía haber descubierto que no era sabio abandonar la arena mediática hostil al monólogo opositor. Sin embargo, era de esperar también que un retorno al gobierno supusiera una fuerte y bien diagramada estrategia de comunicación oficialista. Esta estrategia nunca llegó. Alberto optó por no disputar la concentración mediática, lo que equivale a no disputar el relato sobre la realidad. La victoria de 2019 convenció a muchos de que la gente puede liberarse de las narrativas mediáticas. Esto es cierto siempre y cuando existan otras narrativas que se les opongan. La crisis del 2018 impactó en los bolsillos y en las esperanzas de vecinos que se encontraban en las veredas, en los negocios, en las esquinas. La pandemia en cambio impactó en los bolsillos y en las esperanzas de una población mediatizada por las pantallas y desvinculada territorialmente. Macri supo leer esto mejor que nadie, y luego de subirse a la carrera hacia el 2023 se aseguró el control de LN+. Tras una inversión inverosímil para un canal hasta entonces marginal, la señal pasó a competir en las franjas centrales. Macri no se equivocaba al apostar a la construcción de sentido.

Entre tanto, el oficialismo definió a sus candidatos a partir de su presencia en las pantallas opositoras. Los dos distritos más populosos tuvieron por cabeza de listas a referentes con capacidad de surfear las arenas movedizas de la televisión macrista. Se trataba de una apuesta con resultados impredecibles. Podía sido un éxito; no lo fue. Lo que deja algunos aprendizajes acerca de los límites de la exposición mediática cuando no hay usinas de construcción de sentido que la acompañen. Si alguien oye a Leandro Santoro argüir críticamente en la pantalla de TN, pero luego no encuentra dónde migrar en busca de una construcción de realidad acorde, las probabilidades de que acabe empantanado en la misma pantalla de siempre son altas. Y dos horas de virulencia antikirchnerista bastan para diluir el efecto de diez minutos de mesurada argumentación antimacrista.

La lección de Macri

Queda la impresión de que Alberto Fernández apostó a la no confrontación comunicacional. Una apuesta válida, pero que acaba de probarse debilitante, por lo menos en tiempos de crisis. Esta estrategia acabó por naturalizar la homogénea oferta de medios opositores y abandonó la construcción de sentido oficialista a una constelación desarticulada de microemprendimientos periodísticos de baja densidad. Que los medios construyen subjetividad está fuera de discusión. Que esta construcción modela el voto, también. Aunque sepamos que los espacios de autonomía del votante nunca desaparecen del todo, el gran capital apuesta a reducirlos a través de un aparato de construcción de realidad omnipresente, que multiplica su narrativa en periódicos, pantallas, antenas y plataformas. Una narrativa abarcadora y uniforme tiende confundirse con la realidad, por lo que es preciso limitarla. La apuesta de Macri al tomar control de LN+ estuvo informada por esta misma conclusión. Se trata de un caso paradigmático: Macri no se hizo cargo de LN+ para dirigir su embestida hacia el oficialismo, ya suficientemente sacudido a diestra y siniestra. Macri se propuso intervenir en la pulseada comunicacional contra los mismos medios concentrados que lo habían apoyado hasta el 2019, y que durante el 2020 parecían determinados a correrlo de la carrera presidencial en favor de Rodríguez Larreta. El ex presidente apeló a una estrategia conocida por el kirchnerismo: debilitado tras su derrota en 2019, Macri hurdió una política comunicacional que le permitiera contrarrestar el mensaje de los medios concentrados, esta vez para reposicionarse al interior de su interna partidaria. Solo que la estrategia de Macri es de doble foco: macrista en el plano interno, y antiperonista en el externo. La radicalización del discurso antiperonista de su canal le permite disputar el liderazgo opositor desgastando la posición hasta ahora moderada de Larreta, su principal contendiente. 

Mientras Macri y el estáblishment juegan a la construcción de sentido mediática, Alberto Fernández abandonó este terreno, tal vez confiado en que la realidad es más fuerte que los relatos. Lo que podría ser cierto, si no fuera porque la realidad es una realidad en crisis donde lo que se narra es el desastre: ya se trate del desastre que deja la pandemia en sí, o del que se ha logrado evitar a través de una esforzada gestión sanitaria. Este es el contexto en el cual hay que entender el resultado de estas PASO. El Frente de Todos llegó al domingo con un electorado empobrecido que sabe mucho de lo primero, pero poco de lo segundo; un electorado que conoce de memoria el relato opositor, pero apenas el oficialista; un electorado que ha sido abandonado, sin reparos, a las interpretaciones opositoras de la realidad. 



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