Aunque acertó al identificar esta deshumanización de los lazos interpersonales, Marx se equivocó, sin embargo, al atribuirla al capitalismo. Naturalmente, escribía en una época en que la única sociedad industrial que él podía observar tenía forma capitalista. Actualmente, después de más de medio siglo de experiencia con sociedades industriales basadas en el socialismo de Estado, sabemos que la adquisividad agresiva, la corrupción comercial y la reducción de las relaciones humanas a términos fríamente económicos no son monopolio del sistema de beneficio.Pues la obsesiva preocupación por el dinero, los bienes y las cosas no es un reflejo del capitalismo o del socialismo, sino del industrialismo, es un reflejo del papel central desempeñado por el mercado en todas las sociedades en las que la producción se separa del consumo, en las que todo el mundo depende del mercado, más que de sus propias capacidades productivas, para las necesidades de la vida.
En una sociedad así, cualquiera que sea su estructura política, no sólo se compra, vende y cambian productos, sino también trabajo, ideas, arte y almas. El agente de compras occidental que se embolsa una comisión ilegal no es tan diferente del editor soviético que recibe cantidades de los autores a cambio de aprobar la publicación de sus obras, o del fontanero que exige una botella de vodka para hacer aquello que se le paga por hacer. El artista francés, británico o americano que escribe o pinta exclusivamente por dinero, no es tan diferente del novelista, pintor o autor teatral polaco, checo o soviético que vende su libertad creativa por gajes económicos tales como una dacha, bonos, acceso a un automóvil nuevo u otros bienes de otro modo inalcanzables.Toffler, Alvin (1981) La Terecera Ola.
T enía 17 años cuando tomé la decisión de escribir con asiduidad. De aquella época guardo en mi computadora una carpeta titulada Primera etapa , con un puñado de cuentos escritos entre 1993 y 1995, y que desde el 2000 a esta parte tenía prácticamente olvidados. Durante años, estos cuentos me avergonzaban por su ingenuidad; cuando los escribí, sin embargo, era otra persona y ya no los siento propios. Esto me permitió volver a ellos con menos prejuicios, y hoy creo que se merecen un mejor final que morir arrumbados en un disco rígido ya bastante repleto de cosas olvidadas. Así que decidí revisar toda esta serie -y disimular sus más claras imperfecciones- para publicarla en este blog. Se trata de unos diez cuentos vagamente entrelazados, y mi intención es publicar uno nuevo cada dos semanas, sin ningún orden definido. El primero es el que da nombre a la serie, que había llamado Cuentos de un perro triste. De modo que empecemos: EL PERRO TRISTE Nadie se había puesto de acuerdo en un nombre...
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